La UE padece un sanchismo galopante

Nadie como el redactor de Internacional entiende, no sin cierta amargura, que eso del globalismo es psicológicamente una filfa. La información es local, eso va a misa, y ya pueden Israel e Irán enzarzarse en un preapocalíptico Wimbledon misilístico y ponernos a todos al borde de una Tercera Guerra Mundial que aquí contraprogramamos con éxito con putas y mordidas.
Y, sin embargo, la globalización es un hecho, y hasta las cosas de casa se explican mejor -o se explican, sin más- mirando hacia fuera.
Empezando por Europa, que es como aquí nos gusta llamar a la Unión Europea, como si Suiza estuviera en Oceanía. Con la excepción, quizá, del polaco, no hay pueblo tan entusiasta de Europa como el nuestro, tan deseoso de fundirse en un todo con lo que hay allende de los Pirineos y tan adolescentemente enamorado de los efluvios de Bruselas, la Tierra Prometida.
España votó por más de un 80% a favor de una Constitución Europea que países más cercanos al núcleo duro, como Francia y Holanda, rechazaron pese a la propaganda oficial. Esa ingenua confianza es lo que ha llevado a muchos españoles durante los últimos años a mirar hacia el norte esperando al Séptimo de Caballería. En Europa, nos decíamos, no van a consentir tanto desmán. Mira cómo se las tienen a Polonia y Hungría, que no les pasan ni media; con más razón darán un toque a esta famiglia que nos desgobierna, a estos bolivarianos que han convertido las instituciones en su cortijo para hacer de su capa un sayo.
Pero de Europa a Sánchez solo le vienen sonrisas. Ursula, la estricta gobernanta, parece derretirse en presencia de Pedro el Guapo, y a nadie en Bruselas se le ve con ganas de leerle la cartilla. Quizá sea que el español, tan dado a idealizar lo que hay al otro lado de los Pirineos como poco interesado en examinarlo, ignora que la UE padece un sanchismo galopante.
Ignora que en Europa manda una mujer acusada de corrupción siendo ya ministra de Defensa en Alemania, y ahora con una causa muy superior en millones de euros a costa de la compra de vacunas, causa que se ha votado barrer bajo la alfombra. Y otra mujer, esta a cargo de nuestra moneda, Christine Lagarde, no meramente acusada, sino condenada -con condena suspendida- también por corrupción en Francia. Dios los cría…
Ignora que el partido que en lo nacional llama “mafia” al gobierno, el PP, va a pachas con los socialistas en Europa, votando al alimón el noventa por ciento de las propuestas. Y que ambos sostienen a la presunta Von der Leyen.
Ignora que algunos de los desmanes más hirientes de nuestro gobierno, como las medidas descerebradas que convirtieron una gota fría en una tragedia mortal, contaron con las bendiciones de Bruselas, que premió a la ministra responsable del desastre con un puesto de comisaria, a la derecha de Úrsula.
Ignora que si nos hace temblar que Sánchez quiera entrar a saco en medios independientes como este, para que solo queden periodistas que le llamen bonito, es Úrsula la que lleva ya más de un año predicando la cruzada contra la libertad de expresión, la mayor amenaza de nuestro tiempo, e incluso le mete prisa a nuestro gobierno para que transponga la infame directiva sobre comunicaciónes.
Sánchez es posible por Europa, no a pesar de Europa. Como es posible por el Grupo de Puebla, que tampoco es cosa interna sobre la que tengamos mucha mano, y quién sabe si por el Cártel de los Soles, que ahí prefiero no meterme.
Tampoco creo que sea ocioso recordar que la primera persona a la que recibió Sánchez en la Moncloa después de llevarse allí el colchón no fue al líder de algún partido ni a un mandatario de algún país aliado, sino a un particular, el multimillonario George Soros, perejil de todas las salsas geopolíticas.
Me resigno, pues, a que la tercera guerra mundial nos traiga al pairo mientras andamos con la Jessica y las cintas del previsor Koldo. Pero conviene recordar que también eso que nos absorbe comprensiblemente la atención tiene una explicación más allá de nuestras fronteras. Frente a lo que nos advertían los viejos carteles de la Renfe, no es peligroso -ni ocioso- asomarse al exterior.