Subasta en Barataria

Pedro Sánchez

A fe mía que algo quiso decir Cervantes cuando tuvo la idea de hacer volar por «encantamiento» a Sancho a lomos de Clavileño antes de convertirlo en gobernador de la ínsula Barataria, y no al revés. El vuelo de Sancho vendría a ser como un viaje iniciático a las alturas del poder. Desde allí dijo que la tierra no era sino un grano de mostaza y los hombres poco mayores que avellanas, en lo que vinieron a corregirle porque, visto el mundo en tal proporción, un hombre sólo se bastaba para cubrir toda la tierra.

Ya casi nadie cuestiona que esa es la misma proporción en que Pedro Sánchez se ve a sí mismo, aunque se pueda seguir discutiendo si eso le sucedía antes de subir al Falcon o si le fue ocurriendo a medida que quemaba miles de litros de queroseno sobre nuestras cabezas. Fuera de discusión está que Sánchez ha gustado ya del «a qué sabe ser gobernador» como se preguntaba el escudero. «Si una vez lo probáis, Sancho, comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido», le respondieron.

Que Sánchez no está dispuesto a comerse las manos ya lo estamos viendo. Con su segundo puesto en la clasificación, 16 diputados por detrás del PP de Alberto Núñez Feijóo, vencedor en las elecciones del 23J, el candidato socialista aspira a subirse a lo alto del podio con el apoyo condicionado de todos los que no están en él. Al menos el candidato popular podrá contar con el respaldo sin condiciones del tercero en el podio, como ya ha anunciado Santiago Abascal.

Ya sé que sé que esto no es una competición olímpica, pero la imagen me parece muy gráfica para ilustrar las pretensiones de Sánchez, con el fin de insistir en que, se mire como se mire, es el gran derrotado de los pasados comicios. Las facilidades de cobro ofrecidas a sus socios por su respaldo en la pasada legislatura han provocado que ahora, pese a tener un millón de votos más que en 2019, le suban los precios para seguir teniendo sus apoyos.

Con todo, aún ignoramos a dónde puede estar llegando la inflación subyacente. Aquella que se enrosca a los cimientos de la España constitucional para dar paso a un proceso «desconstituyente» de la nación de ciudadanos que quieren seguir viviendo libres e iguales. O que aspiran a hacerlo en aquellos territorios donde ese mismo proceso sigue su ya avanzado estado de descomposición de derechos y libertades. Parece increíble que sigan vendiendo como «mayoría de progreso» las alianzas con mercaderías supremacistas de antes de la guerra de Cuba y doctrinas resurgidas de escarbar bajo los escombros del muro de Berlín.

El aumento del precio por parte de sus potenciales aliados para mantener a Sánchez en el gobierno entraña el riesgo de la definitiva depauperación del sistema constitucional. Quizás entonces encontremos que Sánchez se contenta, no con gobernar una depreciada España, sino con ejercer lo que le reste de su poder en Barataria. Ésta habrá dejado de ser una ilusoria ínsula para convertirse en el nuevo nombre de una ganga de nación susceptible de ser subastada a la baja, como sus posibles aliados proponen, por más que el prófugo Puigdemont haya dicho esta semana que la puja es al alza.

Si Sánchez aspira a permanecer en la Moncloa con estas condiciones, quizás le convenga recordar la aventura de Don Quijote y Sancho a lomos de Clavileño. Porque esta vez su vuelo por las alturas del poder podría ser más ilusorio que nunca. Quienes le hayan prometido dejarle gobernar sobre Barataria serán quienes le aticen fuego en la cara con estopas ardiendo y simulen viento con grandes fuelles para hacerle creer que lleva las riendas, cuando las llevarán ellos en realidad y además tratarán de no soltarlas nunca más. Entonces ya sabremos de una vez por todas lo que significaba de verdad el sanchismo tal y como lo retrató Cervantes.

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