Siente a un facha a su mesa

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No me identifico con lo tibio (en el bar de abajo me llaman Carla del café caliente) pero menos aun con el sumiso, y todavía menos con el cobarde, la persona que arremete desde la superioridad de la mayoría o la fuerza…

No me gusta lo tenue ni la equidistancia ni soy mujer templada… «Al templado lo vomitaré» dice más o menos la Biblia. Por eso, no me gusta decirlo, ahora verán…

Por eso, y porque no tengo tolerancia al aburrimiento, escribo sentadita sobre alguna silla junto a algún escritorio de la fachosfera, que diría Sánchez, un hombre que vive del maniqueísmo más grosero, cínico e infantil -porque hay que sospechar de uno mismo- donde divide el mundo, sin matices, entre buenos y malos, como los westerns se dividían entre indios y vaqueros, sin gradaciones ni tonalidades.

Por eso, y aunque no me gusta decirlo, recupero, y allá voy:

– ¡¡Yo no soy de derechas, ni de izquierdas!! -le decía a mi hermano pequeño ante una botella de vino, y ante mi madre, mi tía, mi tío y mi cuñada Leire, mientras ellos, de todas las edades, bailaban como locos a las tantas, algo muy habitual en las fachocenas del fachomundo, que es extraordinariamente festivo, como casi siempre los grupos insurgentes.

– JAJAJJAJAJAJJAJA tú eres más de derechas que… ¡Milei! -responde.

– No soy de derechas, Víctor, llámame liberal, si te gusta, y arriba la libertad, mientras uno no atente contra la vida y la propiedad privada, recogiendo a los desprotegidos, por supuesto, siempre desde la lógica y el sentido común. Y no hay más normas. En eso se resume mi idiosincrasia. Ah, y lo más importante, ¡el humor! El humor, que es la verdadera democracia porque nos iguala a todos, donde todos podríamos reírnos de todos y todos tendríamos razón.

Definitivamente, lo que me separó de la izquierda (yo fui de izquierdas en esa concepción progre de la compasión y el reparto con los desfavorecidos, claro) fue su hiper normativismo, prohibirlo todo, legislarlo todo, en un puritanismo salvaje no tan centrado como el de antaño en lo que aconteciera de cintura para abajo -que ahí vamos- en estos momentos trasladado a principios nuevos, la mayoría insustanciales y segregacionistas donde el más sobrevalorado es, sin dudarlo, el sentimiento del tonto y su frustración poco y mal trabajada. ¿Y qué les mueve a estos nuevos totalitarios, autodenominados antifascistas?

Verán, la nueva moral, la de Sánchez, Yolanda, la de Echenique y Errejón, lleva su fanatismo al servicio de causas manifiestamente justas para cualquier persona racional moderadamente formada: el antirracismo, los derechos de los animales, los de los menesterosos, los de la mujer y los de los homosexuales, entre otros; los nuevos «beatos» se caracterizan por una búsqueda desesperada de identidad e integración y la exhibición constante de su incuestionable bondad.

Hoy el progre es la hegemonía, el ciudadano medio, donde ser de izquierdas o feminista de pancarta no tiene nada de revolucionario, ni es proeza, ni adelanto, ni diría yo siquiera progresismo.

Y ya lo saben ustedes, no se puede ser un buen socialista (la profesión de moda en estos tiempos) un socialista de pro, un socialista guay, sin un facha contra el que oponerse, ente diabólico con poder para precipitarnos a lo peor: capitalismo, machismo, racismo, imperialismo y hasta el cataclismo…

La fachosfera, sí, lo que más les gusta a los feligreses del Gobierno, porque les confiere vida e identidad, porque lo necesitan para existir y redimirse… ¡un buen facha!

Por eso, yo les sugiero, a los virtuosos, queridos progres, que revisitando Plácido, y en honor al talento de Berlanga para la sátira social, «sienten a un facha a su mesa» un día de estos, ejercitando y probando así su caridad colectivista.

La película, si no la han visto háganlo ahora, utiliza otro escenario (Siente a un pobre a su mesa) para explorar y criticar la hipocresía y las pretensiones de la sociedad, que estructuralmente no cambia, mostrando cómo la autopercepción de justicia, tolerancia y elevación es a menudo una fachada ingobernable e imposible de sostener en la realidad. ¿Me invitan ustedes?

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