¡Sí, guapo! El alemán Scholz también pasa de ti

Scholz

El debate del momento en Europa, en gran parte artificial y destinado por suerte al fracaso, es la modificación de las reglas de estabilidad que han permitido más bien que mal el funcionamiento de la UE hasta la fecha. Es un debate en el que están muy interesados los gobiernos silvestres como el del presidente Sánchez, que ha logrado el récord de que España sea el segundo país con más déficit del club, así como el cuarto con la deuda pública más elevada en relación con el PIB. A pesar de estos registros ofensivos, la determinación del presidente por seguir gastando gracias a la financiación extra del banco central europeo y aprovechar sin solución de continuidad la suspensión de las reglas fiscales de la Unión no tiene límites, y así el martes pasado se actualizaron las pensiones conforme a la inflación, con un coste previsto de 6.500 millones, que no es moco de pavo, y que se apuntarán de aquí en adelante como un coste estructural de una nación que no se puede permitir el champagne, que no está en condiciones de atender esta hipoteca.

Al tiempo también se revalorizará el sueldo de los funcionarios, es decir, si se me permite generalizar y abusar del término, la remuneración de las clases pasivas, o atadas al Estado, mientras el sector privado sufre con el aumento de los impuestos y de las cuotas sociales, y los autónomos están a punto de padecer otra ofensiva a cuenta de la subida de sus contribuciones a la Seguridad Social. Vamos camino de un país cada vez más estatalizado y dependiente, donde el margen de maniobra para las empresas y los trabajadores que compiten abiertamente en el mercado se estrecha sin freno, y el oxígeno que alimenta la vida civil sin la muleta de la subvención es crecientemente exiguo. No lo ve así el Gobierno, cuyo propósito es seguir disponiendo de barra libre para continuar estirando el presupuesto, eso sí, en favor de la protección social, o sea de la promisión de la felicidad perpetua de unos súbditos cada vez más desposeídos de autonomía y de dignidad.

“Buena parte de la ciudadanía europea sabe que su futuro depende de las reglas fiscales suspendidas durante la pandemia. España aspira a jugar un papel para impulsar la reforma del pacto de Estabilidad”. Esto es lo que se podía leer hacer unos días en El País, el ‘periódico global’ que se ha convertido aceleradamente en un medio de información yonqui del poder, irrelevante y sectario. ¿Se puede ser más grandilocuente y estar al mismo tiempo tan equivocado? Por suerte, ninguna de sus aspiraciones ni de sus pronósticos llegará a buen puerto. La reciente visita a España del canciller alemán Scholz ha dejado este asunto del que hablamos meridianamente cristalino. Ante Sánchez, en La Moncloa, afirmó que el futuro para Alemania pasa por recuperar las reglas fiscales. “En los próximos años Europa caminará de la mano, y esto se hace sobre la base del pacto de Estabilidad que sirvió de marco para operaciones tan dramáticas como la de la pandemia”. “Esa contención nos ha permitido ahora disponer de los fondos europeos de recuperación, y eso nos hará contar con una hucha en caso necesario”.

Lo que vino a decir el alemán es que sin el corsé del déficit y de la deuda, pasajeramente interrumpido pero latente, que juega el papel de una espada de Damocles, su país jamás habría dado el visto bueno a un paquete de ayudas que se concreta en 140.000 millones para España.

Es verdad que Francia e Italia pugnan por modificar las reglas vigentes, y que a ellos se suma Sánchez, que es el político más necesitado de alivio -dada su masiva dependencia financiera del exterior- pero que, irónicamente, en un ejercicio de irresponsabilidad manifiesto, está dispuesto a tirar la casa por la ventana con más osadía que la que demuestran Macron o Draghi. Venturosamente, el pacto de Estabilidad está bien atado por la obligatoria unanimidad de las partes para su modificación, y los países del norte a los que pastorea Alemania no están dispuestos a aguantar las insolencias de un personaje menor como el español, que quiere prolongar la fiesta de gasto sin visos de contención alguna solo con el propósito de mantenerse en el poder practicando permanentemente el electoralismo y dejando en evidencia al resto de los socios.

El pacto de Estabilidad es esencialmente bueno porque es como el catecismo. Sus enseñanzas son irrefutables y bastante sencillas de entender: no gastar más lo que ingresas, no incurrir en deudas que no puedas honrar, combatir la subida de los precios, que es nociva para el bienestar común, defender con ahínco la libre concurrencia de los actores que participan en el mercado y reducir al máximo la dependencia de los ciudadanos del poder público, cuya generosidad, además de generalmente arbitraria, siempre es espuria.

Después de década y media de Merkel, los socialistas han vuelto a encabezar el gobierno alemán en una coalición en la que además de los verdes están los liberales, cuyo jefe es el ministro de Finanzas, Christian Lindner, un ortodoxo insobornable poco proclive a bromear con las cosas de comer. La aversión de Alemania a la inflación, que ahora está en máximos históricos, es legendaria; su reticencia a las compras de deuda por parte del BCE, a la que dio su aprobación a regañadientes, es conocida y notoria; y su inclinación por la prudencia presupuestaria y las reformas favorables a impulsar una economía europea más competitiva forman parte de la idiosincrasia nacional.

Pero esto no son sólo las virtudes que atesora el liberal Lindner. Es que el propio canciller Scholz, que fue ministro de Finanzas en la coalición de Merkel, siempre se ha postulado de la misma manera: en contra de los desvaríos presupuestarios, del descontrol endémico de la deuda y de la pasividad reformista en países como España cuando son gobernados por la izquierda. Por mucho que trate de engañar El País, no hay sintonía entre Sánchez y Scholz. Este es desde luego socialista pero todavía hay diferencias entre uno y otro. La distancia entre un socialista alemán y otro español que no tiene reparos en gobernar con los comunistas y que ha empeñado su futuro con otros partidos contrarios a la estabilidad, no ya económica, sino institucional sigue siendo insalvable. Por eso estamos de suerte. Todavía hay motivos para la esperanza.

 

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