Entre ser padre de Ayuso o hijo de la ira

He de reconocer que, a pesar de la desgracia irreparable y fortuita de la trágica muerte de mi mujer a una edad temprana, soy un hombre relativamente afortunado. Tengo dos hijos estupendos, muy bien educados, cariñosos y satisfactoriamente empleados. Al menos hasta la fecha. Mer y yo nos ocupamos a fondo de que tuvieran el sentido común preciso para ser de derechas, y yo aporté mi grano de arena para que además fueran del Madrid. Gracias a Dios, el resto de mi familia es igualmente razonable. Y en lo que respecta a mí, he tenido una cierta suerte. Hace veinte años que no piso el metro ni cojo un autobús. He podido permitirme un seguro privado de sanidad y, aunque con esfuerzo, los hijos han estudiado con los Agustinos y luego en universidades privadas. Quiero decir que, con mis impuestos, he pagado a lo largo de mi vida, y así sigo, la sanidad pública de los demás, la educación y la universidad pública de los jóvenes españoles y el transporte público de mis vecinos, todos ellas actividades subvencionadas a mi costa y la de los miles de personas en igual situación. No me he quejado demasiado, pero no por lo que dicen algunos conservadores y empresarios acomplejados en el sentido de que hay que devolver a la sociedad lo que ella te ha dado. Menuda estupidez. Bastante tenemos con hacer lo mejor posible nuestro trabajo ofreciendo el mejor servicio al alcance, en mi caso como periodista.
Simplemente, pago lo establecido, pero esto no quita para que me parezca que pago muchísimo, más que los ciudadanos de los principales países europeos en las mismas condiciones de renta. Por eso, cuando escucho al ministro de la Presidencia de este Gobierno, el señor Bolaños, decir que «vamos a aprobar los Presupuestos Generales del Estado con mayor inversión social de la historia para avanzar en derechos y proteger a los ciudadanos y ciudadanas frente a las incertidumbres», se me acaba la facundia y se apodera de mí la ira. Pierdo cualquier capacidad para la prudencia y la templanza que siempre han aconsejado los hombres egregios y me rebosa la impresión de estar rodeado de idiotas.
Entre los más destacados están los que critican acerbadamente a la presidenta Ayuso porque su política de bajos impuestos está devastando los servicios públicos, y en particular, la sanidad. ¡Y se lo dicen a ella!, que puso en marcha en un tiempo récord el recinto gigantesco de Ifema para atender a las víctimas del Covid y levantó más rápido que los chinos un hospital nuevo, el Zendal, boicoteado por Mónica García, médico y madre, y repudiado por el presidente Sánchez y sus medios adictos, principalmente por la acorazada del Grupo Prisa. Ahora, estos señores irrespetables, acuciados por el odio, están en plena faena para desacreditar la sanidad pública madrileña, que igual que sucede con el transporte público, es la mejor del mundo. Ya he reconocido que apenas uso estos servicios, pero sobre el transporte urbano sólo diré que circulan más autobuses por las calles de Madrid que coches particulares, y que la frecuencia de los trenes que prestan el servicio de metro está entre las más altas del del planeta. Todo ello, pagado con mis impuestos y los de otros en situación parecida. Respecto a la sanidad, sólo hay que ver la clasificación de los mejores hospitales del mundo, que es científica y neutral, y en la que los madrileños aparecen siempre en cabeza. Y en cuanto a la atención primaria, durante estos días en huelga, sólo diré que el Señor, el mismo que se llevó demasiado pronto a mi mujer a territorio menos hostil, me otorgó una virtud: la de oler de lejos a la izquierda. Y tengo que que decir que cuando piso mi centro de salud primaria por asuntos menores, por comodidad, a pesar de tener un seguro privado, huelo mayoritariamente a izquierda.
Tengo la impresión de que el colectivo de médicos de atención primaria es el más sindicalizado, el más invadido y el más perturbado por la izquierda, cuyos activistas llevan toda la vida en ello. Por eso, estoy completamente persuadido de que detrás de estas huelgas azuzadas por los sindicatos, por Podemos y por Más Madrid con la plena cobertura del Gobierno se esconde la ambición descarnada de minar a Ayuso, de ganar en la calle lo que todos saben que no podrán conseguir en las urnas y de hacer política de la peor calaña jugando con algo como la sanidad, que debería estar al margen de la refriega partisana.
Las políticas desplegadas primero por Esperanza Aguirre y ahora por la señora Ayuso han convertido la autonomía de Madrid en el motor económico de España, en la comunidad con más PIB y renta per capita. Y esto, que es una evidencia empírica, ha sido entre otras cosas gracias a una estrategia fiscal amigable, por la determinación de descargar de impuestos a todas las clases sociales, con las consecuencias inexorables que tal empeño tiene sobre la atracción de inversiones, la llegada de capital, la localización de empresas y la felicidad de la gente en general, incluso la que ha padecido la desgracia de la muerte de su mujer y ha podido realizar todos los trámites de la magra legación correspondiente sin tener que entregar una parte abusiva del esfuerzo de toda la vida a las arcas de la hacienda local, como sigue ocurriendo en tantos lugares de España.
Contra el mantra de la izquierda, no se me ocurre mejor política social que bajar los impuestos, sobre todo, a las clases medias y altas de profesionales, esquilmadas por el Ejecutivo central de Sánchez. No digo esto por elitismo, sino simplemente porque en España las clases bajas no pagan impuestos, o los pocos que sufragan en algunos casos son tremendamente inferiores a los de sus homólogos europeos, recibiendo a cambio todo tipo de asistencia social gratuita. ¿Es que nadie se va a atrever a relatar estos hechos tan evidentes?
Ellos, los socialistas, la izquierda, seguirán repitiendo como cotorras que la falsa pérdida de recaudación asociada a la bajada de impuestos socava el Estado de Bienestar, pero saben que no es cierto, y que los que disfrutan de la libertad de Madrid -y no en otra cosa con más enjundia consiste este concepto, sino en contribuir al erario público de manera proporcionada y razonable- jamás querrán cambiarla por las propuestas disparatadas del atajo de locas de las ministras del Gobierno o de las que ensucian con sus delirios los debates en la Asamblea de Madrid, todos ellos bendecidos y en algunos casos auspiciados por el presidente Sánchez.
¿Cómo es posible defender que a mayor acumulación de riqueza en la región de Madrid la calidad de sus servicios públicos es peor? Es un sin sentido que los datos refutan. Lo que ocurre en la Comunidad de Madrid, más que en el resto de España, es que muchos, como es mi caso, pagamos por los servicios públicos sin usarlos, y muy a gusto, no solo por la preocupación que sentimos por el destino de los menos afortunados sino porque la gobierna gente inteligente, liberal y decente como Ayuso. Estamos convencidos de esa asociación sin pecado concebida que repugna a la izquierda entre progreso y constante bajada de impuestos funciona. Así ha sido siempre y será.
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