Sánchez no es Felipe: lo explico

Con ocasión de celebrar aquella efeméride socialista de los 202 escaños (octubre 1982), el aparato sanchista/monclovita convenció a Felipe González que se aviniera -con mala cara e incómodo- al glosario de aquella victoria histórica que venía a poner de alguna manera fin a la Transición y a caminar por la normalidad democrática.
Un día no lejano relataré un almuerzo en la sede oficial de la Presidencia del Gobierno entre el ministro Félix Bolaños y el ex ministro de González y luego secretario general de la OTAN Javier Solana que no tiene desperdicio alguno.
Volvamos a lo que interesa en este post. Aquel presidente, Felipe González, (soy socialista a fuer de liberal), llegó con una idea clara: superar el guerracivilismo, modernizar España y evitar en lo posible el sectarismo. El tiempo transcurrido desde entonces y una cierta visión histórica nos permite, en efecto, decir que hubo casos señeros de sectarismo, para escribir acto seguido que, sin embargo, no fue exacerbado. Hay más. El liderazgo de González (con un sector crítico potente dentro del PSOE que nunca quiso laminar aunque pudo) era tan poderoso que, transcurridas las dos primeras legislaturas, quiso abandonar voluntariamente y, al final, fue retenido por sus propios conmilitones y las circunstancias coyunturales varias. Él mismo designó internamente al heredero: Narcís Serra.
Sánchez, lejos de querer abandonar el poder que alcanzó de aquella manera (desde luego no con 202 diputados), pretende agrandarlo y aspira a que la Historia le reconozca mayor mérito que a sus antecesores. Difícil lo tiene. Con Zapatero anda parecido; Felipe está a años luz.
Sánchez practica el sectarismo más cutre y covachuelo, no sólo en lo que respecta a los compañeros de militancia. Es un sectarismo de índole personal, caudillista, muy en línea con los mandatarios caribeños penetrando todas las instituciones y en busca de todos los resortes del poder.
Esto es descriptible de forma objetivo. Y son hechos irrefutables.
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