Los riesgos de la OPA de BBVA al Sabadell
Vivimos unos movimientos convulsos en el sector bancario nacional. Como ya escribí hace unos meses en OKDIARIO, por segunda vez en tres años y medio, BBVA ha intentado comprar el Banco de Sabadell de manera amistosa, habiendo fracasado en ambos casos. Sólo unas horas después de que el consejo del Sabadell rechazase la oferta por insuficiente, BBVA ha lanzado una OPA hostil para tratar de adquirir el banco de origen catalán, ahora con sede en Valencia. Transcurridos ya unos meses, la operación sigue sin verse clara.
En mi opinión, BBVA ha errado el tiro. Todo parece indicar que se ha precipitado a la hora de volver a intentar una operación ya fallida, sin tener en cuenta los problemas que podría encontrarse por el camino.
Por un lado, podría haber subestimado los riesgos de algún revés de los organismos regulatorios o del propio Gobierno. Así, aunque la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) admitió a trámite el folleto en junio, no se ha pronunciado todavía sobre la cuestión. Si bien la no oposición a la operación que ha emitido el BCE podría allanar el camino para un visto bueno de la CNMV, es probable que esta última no se pronuncie hasta que lo haga la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), la cual podría alargar su decisión hasta bien entrado 2025, cuando podría autorizar la operación o imponer condiciones a la misma, como la obligada venta de una parte del negocio, que haría que las sinergias disminuyesen para BBVA.
De esa forma, BBVA se encuentra ante una disyuntiva terrible, que, además, no depende de él: por un lado, si la CNMC decide si pasar o no a fase II, que llevaría a entrar en 2025 para emitir su dictamen si decide pasar a dicha fase; por otro, la CNMV debe decidir si lanza la operación con antelación o si espera al dictamen de la CNMC. Así, de darse éste último supuesto, podría hacer que una mayoría de accionistas no acuda a la misma por la incertidumbre que generaría; o bien si la CNMV espera al dictamen de la CNMC y ésta se alarga, el plazo tan largo puede hacer que la operación pierda interés y hacer fracasar la propia operación.
Por último, el Gobierno, que no puede impedir la OPA, sí que podría no autorizar la fusión, con, de nuevo, la pérdida de sinergias que ello produciría.
Por otra parte, lo ha errado porque si en tres años y medio no concibe otra forma de crecimiento no orgánico que no sea tratar de comprar el mismo banco, más caro además, no parece que su estrategia corporativa sea la más eficiente, mostrando cierta debilidad.
Y vuelve a errar el tiro también por el interés escaso que puede suponer la oferta para los accionistas del Sabadell. No parece lógico tratar de llegar a un acuerdo amistoso con las condiciones propuestas por el banco vasco. Así, los accionistas recibirían el pago en papeles, es decir, un canje de acciones, prácticamente nada en efectivo -salvo la actualización de la oferta que recoge ahora un pago en metálico por el dividendo a cuenta dado por BBVA, pero nada más; de hecho, esa mínima mejora no deja más que ver que la oferta parecía y parece insuficiente-, que no parece algo muy atractivo como para decidirse por aceptar la oferta.
Además, su rentabilidad futura podría verse afectada, pues el riesgo que tiene ahora Sabadell es el de España y Reino Unido, que es donde tiene su negocio, mientras que la entidad resultante lo tiene más entre Turquía, Venezuela, México y Argentina, que es un riesgo de peor calidad. Es más, el riesgo de que en México se imponga un impuesto especial a la banca -de momento, descartado-, incrementa el riesgo del negocio del banco en dicho país, además del inherente a estar muy ligado el negocio allí obtenido a la evolución de la propia economía mejicana, más arriesgada y volátil.
En segundo lugar, al consejo de Sabadell tampoco le ofrece gran cosa, tres puestos en el consejo, con una vicepresidencia, aunque quizás es donde más generoso haya sido BBVA.
En tercer lugar, para que la operación le resulte rentable a BBVA tiene que cerrar múltiples oficinas y prescindir de gran parte de los profesionales de Sabadell, con lo que tampoco va a contar con el apoyo de los recursos humanos de la entidad que sería absorbida.
Y, por último, ha errado el tiro al plantear una OPA hostil, que el consejo de Sabadell rechaza y que no parece claro que los minoristas vayan a aceptar, donde la labor de las oficinas de Sabadell, con la perspectiva de un recorte drástico de los puestos de trabajo, será proclive a animar a sus clientes a no aceptar. Además, el plazo tan largo para ejecutar la OPA -ocho meses- genera una inestabilidad, por incertidumbre, importante en el sector bancario, incertidumbre a la que se añade el hecho de que los plazos pueden ser mayores en su efectividad, ya que, de momento, la operación no ha comenzado a computar el plazo de ejecución, por la espera que, de momento, está teniendo BBVA a los informes de los distintos reguladores y supervisores.
Todo ello hace que parezca un error recurrir a una OPA hostil, pues da la sensación de que tras el fracaso de un acuerdo amistoso el insistir en la oferta puede pretender más salvar la cara a la dirección de BBVA que defender una potencial bonanza de la operación para el banco vasco. Esto lleva a que la entidad pueda ser puesta en entredicho por la operación, dado que hay una probabilidad alta de que fracase y, entonces, la responsabilidad de esa dirección será todavía mayor.
Por tanto, la OPA hostil de BBVA parece un error, pero no por lo que dice el Gobierno, que ha corrido, como en él es costumbre, a oponerse para interferir en el libre mercado, ni tampoco por el hecho de que el banco resultante tuviese la sede en uno u otro lugar, sino porque parece una operación poco eficiente y poco atractiva para los accionistas del banco que juega el papel de potencial absorbido, tanto por el empeoramiento de riesgo que asumirían como por lo poco incentivadora que es la oferta en términos económicos.
Los accionistas de Sabadell decidirán -y los de BBVA sabrán si tienen que pedir cuentas a su consejo o no-, pero tampoco parece lo más deseable una disminución mayor de la competencia bancaria, que en algunas zonas, como Cataluña, dejaría casi todo el mercado en manos de dos entidades. No parece que sea la mejor de las operaciones para ninguna de las dos entidades, pero ellas, el mercado y los accionistas, dirán.
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