El PSC, un partido bipolar

El PSC, un partido bipolar

El PSC es un partido que siempre acaba sorprendiendo, para bien o para mal. Tienen alcaldes admirables como Núria Marín, en L’Hospitalet, o Antonio Balmon, en Cornellà. Ambos han conseguido mantener sus ciudades limpias de la marea de lazos amarillos y esteladas con las que el separatismo ha intentado ocupar el espacio público y excluir a los catalanes no independentistas. También tiene personajes destacados como Joan Ferran, que tienen un discurso constitucionalista sólido y firme, sin fisuras.

Y luego tienen a personajes como Álex Pastor, que ha dejado que los radicales de la CUP y de ERC le nombren alcalde de Badalona, la cuarta ciudad más poblada de Cataluña. O la regidora ‘independiente’ del PSC en la localidad tarraconense de Altafulla, Inma Morales, quien pactó dar la alcaldía a Jordi Molinera (ERC), el mismo que nada más tomar posesión del sillón del primer edil retiró la bandera de España de la fachada del edificio consistorial entre gritos de “¡A la basura!”. O María Miranda, que gobierna una ciudad de la importancia de Castelldefels con ERC. Por no hablar del tripartito de izquierdas de Sant Cugat del Vallés, la ciudad más rica de Cataluña y en la que el PSC ha pactado con la CUP para escoger a una alcaldesa de Esquerra. El PSC ha dado más alcaldías a la formación de Junqueras, como Figueres, Bagà o Oliana. Y no solo eso, también ha realizado lo mismo con Junts per Catalunya en ciudades de peso como Premià de Mar, Calella, Premià de Dalt, Vila-Seca, Vilafranca del Penedés, Lloret de Mar, Llançà, Tordera o Caldes de Malavella.

La excusa es siempre la misma: “la política local” es “diferente” y las dinámicas de cada municipio no tienen nada que ver con la “política autonómica” o la “general”. Por no hablar de la “voluntad de dividir a los partidos secesionistas”. Ya, y dos huevos duros. En una situación social normal, estas teorías se podrían comprar. Pero cuando el PSC ha sido satanizado por ERC, Junts per Catalunya y la CUP como “el partido del 155” y a sus militantes y dirigentes se les ha considerado “traidores a Cataluña”, llevar a cabo esta estrategia no tiene sentido, salvo por una cierta pulsión sadomasoquista.

No se puede colaborar, ni por activa ni por pasiva, con los que no te consideran “catalán” por no ser separatista, y además te desprecian por “colono” o “invasor”. Primero es necesario que los que te han ofendido muestren cierta voluntad de arrepentimiento y de pedir perdón. Pero ya se vio en Santa Coloma de Farners la voluntad de “concordia” de los neoconvergentes, con Montserrat Torra retirando del salón de plenos la foto de su hermano porque no podía soportar que los “traidores” socialistas formaran gobierno municipal con Junts per Catalunya.

Ya saben cómo acabó la historia; en este pueblo de Gerona, en el que Quim Torra pasó su juventud, JxCAT rompió su pacto con el PSC y acabó pactando con ERC tras un tormentoso pleno municipal. El presidente de la Generalitat presionó para echar a los socialistas del gobierno local, porque no podía permitir que una formación “del 155” mancillara las calles en las que pasó su adolescencia.

Miles de militantes y dirigentes del PSC han mantenido una actitud heroica en los últimos años, como cualquier catalán que haya osado plantar cara al golpe de Estado secesionista. Han llenado las calles de pintadas insultantes; en las Redes Sociales han acosado y amenazado a casi todos los dirigentes socialistas; han pegado a militantes suyos haciendo campaña electoral; han señalado sus domicilios particulares o sus despachos profesionales. No solo eso, las sedes del PSC han sido atacadas en toda Cataluña por radicales secesionistas como los de Arran, las juventudes de la CUP, formación que como ya hemos comentado permite a los socialistas gobernar en Badalona y con la que han pactado en Sant Cugat.

Resulta incomprensible esa voluntad de algunos socialistas de llegar a acuerdos con aquellos que, si pudieran, mañana mismo les expulsarían de Cataluña por ser “del 155”. No todos piensan así, y de hecho algunos de ellos han perdido el gobierno municipal por su defensa de las leyes democráticas de nuestro país. Dos buenos ejemplos son Josep Félix Ballesteros (Tarragona) y Félix Larrosa (Lleida), a los que ERC les han arrebatado las alcaldías con pactos que incluyen a los “comunes”. ¿Su ‘pecado’? Haber sido alcaldes no nacionalistas que se apoyaron en la pasada legislatura en Cs y PP ante el desafío del `procés’. Un tema aparte, pero curioso: Jaume Collboni da la alcaldía a Ada Colau, y los de Colau echan a los socialistas de las alcaldías de Tarragona y Lleida. Sin duda alguna, el PSC en la época de Josep Maria Sala negociaba mejor.

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