Pedro Sánchez en Manhattan

Pedro Sánchez en Manhattan

Esta semana se hablará seguramente mucho de la ONU, sobre todo en la televisión pública y en los medios cercanos al presidente Pedro Sánchez. Han transcurrido meses y meses sin que nadie hable de la institución nacida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, pero ahora con la gira norteamericana y posterior discurso de Sánchez en el debate de la Asamblea General de la ONU, desde el Gobierno intentarán que nos olvidemos de los problemas domésticos y fijemos la mirada en el calentamiento global, el multilateralismo y la paz. Del Pedro Sánchez que se subió a su coche hace dos años para recorrer España y recuperar la confianza de la militancia socialista que le devolvió a la secretaría general del partido, hemos pasado a un Pedro Sánchez más pendiente de su proyección internacional y de codearse con los grandes líderes internacionales del momento. Son muchos los rincones de España que no han visto al presidente del Gobierno desde que asumiera esa responsabilidad.

Varias razones observo yo. Por un lado, coger distancia con los problemas que asolan al gobierno a razón de uno o dos nuevos quebraderos de cabeza a la semana. Sánchez ha visto que los obstáculos crecen cuanto más tiempo pasa en España, por lo que un viaje internacional podría teóricamente servirle para que la atención mediática y, por consiguiente, de la opinión pública se detenga en su viaje a Canadá y EE. UU. Sin embargo, los problemas viajan en su maleta al tiempo que se quedan también en España con los propios afectados. Ofrecer un discurso ante la ONU no tiene ningún misterio y más cuando delante del orador sólo hay diplomáticos y funcionarios internacionales a los que a una mayoría le importará bien poco el discurso de fondo. Porque, efectivamente, las alocuciones en la ONU se pueden clasificar por el interés no sólo del interviniente, sino del país al que representa. Del mismo modo, hay representantes de países a los que participar en el debate general de Naciones Unidas les importa bien poco.

Este último caso fue el del malogrado exdirigente de Libia, Muamar el Gadafi, que tardó 40 años en comparecer en el foro de la ONU. Para él, el multilateralismo no servía de nada y más cuando sentía sobre su cogote el aliento estadounidense. Para otros, como Fidel Castro, dirigirse a la comunidad internacional desde esa distinguida tribuna es una excelente oportunidad para maldecir el ‘imperialismo’ y dar la tabarra durante ¡cuatro horas! —año 1959—. Pedro Sánchez sólo ha tardado tres meses desde que llegara a La Moncloa para pedir turno de palabra en la sesión plenaria de la Asamblea General. Será, quiero pensar, porque tendrá algo relevante que decir sobre el papel de España en la arena internacional y de la acción de su Gobierno en cuestiones como la democracia, derechos humanos, inmigración, cambio climático, etc.

Sólo espero que la equidistancia que marcó en agosto respecto al régimen de Maduro en Venezuela, sin llegar a condenar la represión venezolana y sin hacer valoraciones acerca de la mayor crisis humanitaria que vive aquel país en años, no vuelva a repetirse. Es más, no sería aceptable ante una organización internacional que desde hace más de 70 años persigue el cumplimiento y el respeto a los derechos humanos. No valen las medias tintas o medias verdades. Una potencia mediana como España necesita dirigentes que defiendan el compromiso sincero con todos los principios que representan la ONU, sin caer en un discurso inane repleto de tópicos y frases hechas.

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