Pasado falaz vs. futuro de ilusión

Sánchez 23J

Si los ochocientos y pico -no son menos- paparotes que rodean a Sánchez, parapetados con pingües sueldos detraídos de nuestros impuestos confiscatorios, piensan que negando las pertinaces mentiras de su patrón presentando a Bildu sólo como eventual socio de coyuntura, y volcando sobre la expulsada de la grey estalinista Irene Montero la responsabilidad del sólo sí es sí que aprobó todo el Consejo de Ministros, presidente incluido, si creen, digo, que así han zanjado polémicas o evadido marronazos antes de que comience estrictamente la campaña electoral, como dicen los castizos gatos de Madrid: «Van daos».

Es de suponer que, tras la entrevista fracasada del pasado lunes, los citados asesores se inventen otros delirios más eficaces. Ya constataron los apóstoles del mendrugo, que pasear de nuevo el dóberman de Rubalcaba funciona peor que una lavadora Balay de los 50. En la sociedad de ahora mismo lo que realmente se aprecia es un temor cerval a que Sánchez siga cometiendo similares tropelías a las que ha perpetrado en estos cinco años. Los berridos de chihuahua, tipo «¡que viene Vox, que viene Vox!», ya no asustan ni al comisario Pablo Iglesias, aquel que nos amenazó con el amago hortera del «tic- toc». Es una mercancía averiada que ni siquiera van a comprar los miles y miles de enchufados que se han quedado sin curro conocido tras la hecatombe de mayo. ¡Díganle a estos cesantes que vuelen a aclamar a Sánchez en los mítines que se le preparan! ¡Díganselo! Verán qué tompretilla le hacen.

Escuchando al sujeto hace tres días, afirmar sin despeinarse, con el desparpajo de un carterista, que «soy un hombre sincero», me vino al recuerdo aquella estrofa de una copla que rezaba así: «Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo». Cambien el adjetivo «pobre» por el de «tonto» y les quedará redonda la frase. Ni siquiera engaña ya a los suyos; el otro día un fiel confesaba en televisión que «haga lo que haga este hombre (Pedro Sánchez) voy a seguir votando al PSOE». Seguro que el forofo no pertenece al aluvión antedicho de empleados de La PSOE, que ahora se han quedado para disfrutar, es un decir, de los lunes al sol. Todas las argumentaciones de autocomplacencia de Sánchez, de cantos a su excelsa gestión, son a estas alturas intentos de arar en los mares bravíos. Carece de crédito popular y de suficiencia política, es palmero de un quinquenio en el que ha traspasado todas las líneas rojas de la decencia: desde la complacencia con los filoterras, al complot con los secesionistas y la colaboración con los sediciosos y malversadores. Por no seguir con la nómina larga de sus trapacerías, ésa es la dote que aporta para ensayar la repetición en el poder.

Es curioso: a la misma hora en que Sánchez urdía otros embustes para disfrazar sus perversidades, su contrincante popular. Alberto Núñez Feijóo presentaba en sociedad no un refinado e ingenioso eslogan de campaña, sino un decálogo de compromisos de primera necesidad con vocación de ser cumplimentados en las primeras semanas de su hipotética gobernación, en síntesis la base de su «derogación de sanchismo». Las medidas económicas nada tienen que ver con las papeletas de las sucesivas tómbolas sanchistas, sino decisiones para beneficiar a los millones de españoles ahítos de pagar en el IRPF un impuesto brutal que en su día forjó, con el sectarismo de un comunista, un presunto correligionario de Feijóo, Cristóbal Montoro.

Las ofertas políticas, recuperar los delitos de sedición y malversación o la revisión a la baja de todas aquellas leyes que se hayan aprobado gracias al voto de Bildu, son promesas que el electorado exigirá a toda prisa. No estamos en España para soportar que se olviden compromisos de este jaez. En nuestro país ya no cuela que las urgencias financieras exijan una postergación de las promesas regeneradoras; eso sería literalmente una estafa. Claro está que conociendo la trayectoria de Feijóo como gobernante regional, este peligro no existe porque, además, seguro que no se va a rodear, como Rajoy, de elementos tan perniciosos como el infrascrito Montoro.

Sánchez se maneja horriblemente con la postura del perdedor. Pero, hombre: ¿Quién va a votar a un tipo que proclama sin entusiasmo, sin ganas, incluso, que «vamos a ganar»? Si Sánchez tuviera una cultura selectiva y no impostada como es la suya, sabría que esta forma de aparecer en escena se llama en Psicología terapia de convencimiento, es decir, una fórmula para que los demás, y sobre todo uno mismo, se crean y se crea sus propios embustes. Nada que decir: una idiotez supina que no resiste el menor análisis. Sánchez no es Goebbels, aunque algunos, bastantes comportamientos suyos, parezcan los de un discípulo aventajado del nazi, por eso se cuelga en su mochila fiascos inocultables cada vez que ensaya lo imposible: que sus mentiras cientos y miles de veces repetidas se conviertan en una sola verdad. Ese ensayo lo tiene perdido.

Realmente no se sabe quién se empeña en que provoque, quizá hasta una decena de debates contra su contrincante político porque Feijóo no se quedaría callado al estilo Rajoy, si un deslenguado Sánchez en un cara a cara le llamara, sin cortarse, «indecente». Seguro que al psicópata narcisista (lo escriben así los psiquiatras) le caería la del pulpo. En su extremada ufanía se resiste a aceptar que incluso el 15% de los votantes que hace cuatro años se incorporaron a su alternativa se han pasado directamente al Partido Popular. Hagan ustedes cuentas: más de cien mil electores procedentes de ese sector depositarán el 23 de julio su papeleta en la urna del PP. Y eso por ahora porque, según dicen los mejores expertos demoscópicos, esto no ha hecho más que empezar, y la ola tiene trazas de convertirse en un tsunami. Es normal. El pasado, que todavía es presente, falaz y enredoso, no goza de atractivo alguno: España está por el futuro ilusionante, pero, ¡ojo!, que se cumpla en todas sus declinaciones.

Lo último en Opinión

Últimas noticias