Óscar Puente, ‘homo obstructore’

Óscar Puente

Sánchez, en su infinita maldad, ha colocado de ministro de Transportes al único socialista que cae peor a los españoles que el propio presidente del Gobierno, concediéndole a su ego una licencia envenenada con sonrisa de autócrata. Ya lo haga para centrar la atención nacional en el censor pucelano y que no se hable de la amnistía a delincuentes y el perdón a los saqueadores, o por simple estrategia mediática, tener a Óscar Puente en el Consejo de Ministros es un seguro de vida para las agencias de noticias y la estocada definitiva a cualquier intento de regeneración de la vida pública.

El ínclito Óscar ha hecho de su apellido el mejor oxímoron para la política. Si esta tiene como objeto principal revolver los problemas cotidianos del pueblo, Puente vive en una eterna misión imposible desde que en su bloqueada juventud se afilió al PSOE, cuando todo Valladolid vio en él a un niño pijo de derechas que iba a clases particulares de piano y se echaba el jersey a la espalda, como un fardo de cemento, mientras jugaba a empatizar con la clase obrera, mentalidad que sólo empezó a tener cuando comprobó que en el socialismo se medraba y vivía mejor.

La decadencia imparable que vive la política en España tiene en Puente a su máximo exponente, un hombre cuya meritocracia ha consistido en saber prosperar en una organización convertida en secta religiosa donde el líder dispone y el rebaño obedece. El país es ahora mismo un tablero de despropósitos entre campaña y campaña electoral, donde la supervivencia como representante público depende del jaleo que eres capaz de organizar. Un sinsentido explicable en la escasa formación política y electoral de ciudadanos mitómanos y obedientes a los que también hay que responsabilizar de sus elecciones. El que vota su pobreza tiene tanta culpa como el que legisla su ruina.

Si la responsabilidad es la principal virtud que debe ostentar un político, sostenía Max Weber, la magnanimidad da sentido a su ejercicio, refrendó con anterioridad Aristóteles en su Ética a Nicómaco. Términos, empero, que el homo obstructore, variedad homínida del homo antecessor, ni conoce ni practica. Pasó de culpabilizar a Sánchez por no revalidar la alcaldía de Valladolid a rendirle pleitesía gañán perpetrando el discurso más infame de cuantos ha resistido el Parlamento en su historia.

Puente bloquea por acción y omisión, pues posee en su dedo un tic compulsivo que desprecia al diferente. El hombre que fue cazado con un vehículo de alta gama (igual por eso es Ministro de Transportes) propiedad de un empresario al que le concedía generosamente subvenciones cuando gobernaba Valladolid, el bon vivant que surcaba las aguas de Ibiza a bordo de yates prestados (de nuevo competencia de la cartera de Transportes y Sostenibilidad) y señoritas acicaladas, se permite el lujo, como representante del pueblo español, de bloquear urbi et orbi a quienes le pagan generosamente su salario sin más razón que no leer ni atender a quienes no le palmean su espalda chapada en escándalos provincianos.

Lo efervescente de su comportamiento es la forma con la que se recrea en la indecencia, retrato fidedigno de la España que en una legislatura y media ha sufrido, primero al macho alfa, y ahora al homo erectus. Un gobierno sobrado de testosterona y escaso de competencia que acaba por bloquearse a sí mismo como metáfora perfecta e infinita de su despropósito.

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