Las normas de la casa de la sidra
La jornada de este último fin de semana ha dado para mucho, desde el incumplimiento de las normas por los árbitros que deberían aplicarlas, hasta los fueras de juego por la uña más adelantada del atacante o, lo que nos es más próximo, la preocupante ineficacia artillera de nuestro Mallorca; bueno, el suyo. La verdad que uno no sabe por dónde empezar, pero ya que presume de ser el número uno del arbitraje español, vamos con don José María Sánchez Martínez que el pasado domingo dirigió la batalla de Son Moix.
Aparte de la tarjeta que se guardó por el agarrón continuado de Lenglet sobre Larin que, con empate a cero en el marcador, hubiera significado dejar al Atlético con diez jugadores, poco más que recordar que tampoco tuvo la gallardía ni la autoridad precisas para exhibirla ante Vinicius en el R.Madrid-Barça pese a sus reiteradas protestas. Y todos, todos sus colegas, se lo piensan mil veces antes de expulsar a cualquier jugador del Real Madrid, el Barça o de la plantilla de Simeone porque le tienen pavor a la repercusión mediática de sus decisiones. Algunos son cobardes hasta para eso.
La explicación que ha dado, en el supuesto de que no sea una «fake» inventada, es peor que su silencio: «No enseñé la tarjeta porque no era jugada de peligro y además se estaban agarrando mutuamente». Curiosa idea tiene el hombre de lo que puede o no entrañar peligro y, a mayores, por qué pita la falta del madrileño si, según él, se iban cogiendo uno al otro.
Pero esto nos permite ir más lejos en el análisis. Según las modificaciones introducidas en el reglamento se han de sancionar de inmediato los agarrones en el área, tan frecuentes a la hora de ejecutar cualquier acción a balón parado. ¿Han visto señalar algo por tal infracción? Nada. El todo de todo y por el todo que, como mucho, se intenta frenar, sin conseguirlo nunca, antes de que se ponga el balón en juego.
Hay más. ¿De qué iba eso de que solo los capitanes puede dirigirse al árbitro? Lenglet, Jiménez, Barrios y Riquelme, le dijeron lo que les dio la gana, sin insultos por supuesto, pero es que lejos de respetar esa directriz emanada del CTA y de la propia UEFA, habla quién, cómo, dónde y cuándo quiera sin penalización alguna y evidente diálogo con el juez de cada contienda. Cuanto más arriba en la clasificación, mayor permisividad, claro.
En la gran película de Lasse Halström sobre una novela de John Irving, «Las normas de la casa de la sidra», los recolectores de manzana se alojan en un cobertizo donde los dueños han colocado unas reglas que tiene que cumplir. Como no saben leer piden un colega se las diga y al terminar responden: «esas normas no son para nosotros, quien las ha escrito no ha olido nunca una sola manzana o una cuba de sidra». Lo mismo podríamos decir de gran parte de los árbitros, empezandpor su jefe, Medina Cantalejo. Si este es quien los manda, qué vamos a decir de sus empleados.
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