Multilingüismo lepero
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Parece de menos importancia, atendiendo a lo que nos va a llegar. Porque esto no es ni siquiera una exigencia, sino una pequeña dádiva, una propina cobrada por adelantado. Enmarcada en la relación mafiosa en la que se desenvuelve el sanchismo, recuerda las visitas del capo a los comercios de sus supuestos protegidos (en realidad, extorsionados) en las que, además de llevarse el sobre con el dinero usurpado, aprovecha para llevarse las prendas más preciadas o las frutas más apetecibles.
Y ya no nos asombra la manera tan impúdica de saltarse cualquier formalidad, aunque ésta sea de carácter normativo. En esta ocasión ya tenemos el plurilingüismo en el Congreso de los Diputados, obviando el estudio en comisión de la reforma del Reglamento, y anticipándose, incluso, a una futura ley que por supuesto se tramita de urgencia y con lectura única. Para estos trágalas, la nueva presidenta del Congreso resulta un inmejorable cooperador; difícil encontrar a alguien menos respetuoso con las formas democráticas.
Fuera del nacionalismo victimista no es fácil encontrar a alguien que crea que esta situación pueda traer algo positivo. Al contrario, lo normal, tanto por lógico como por habitual, es que a la inmensa mayoría de los españoles les parezca costoso, ineficiente, inefectivo y desconsiderado. Es costoso porque obliga a pagar un servicio de traducción, reproducción y reprografía que exigirá una partida excepcional dentro de un presupuesto que por lo visto nadie interviene. Y en nada contribuye a la mejora del trabajo parlamentario: una traducción, aún realizada con el mayor rigor y conocimiento, es fácil que desfavorezca el contenido. Sin contar con que deberán ser traducciones juradas o certificadas. Vamos, que no vale que lo haga un becario con cursito on line, ni que, visto lo visto, nos podamos fiar de la vicepresidenta Yolanda Díaz para traducir del gallego.
Fuera de que sirve para que el plurinacionalismo eche su meadita, nadie espera que esta medida sea efectiva para potenciar y proteger las lenguas cooficiales. A riesgo de que nos cancelen, habrá que empezar a decir que esto de la protección de las lenguas que por su limitada implantación y evolución son incapaces de extenderse y desarrollarse es una batalla perdida; una pérdida de tiempo y dinero, excepto para los que con ello se ganan la vida.
Si se extinguió el uso del griego ático con el que Sófocles, Esquilo y Eurípides escribieron las tragedias griegas, o el latín con el que César, Cicerón o Ulpiano legaron grandes obras de la historia, la filosofía o el derecho, poco debiera preocuparnos que se deje de mantener, en unos costosísimos cuidados intensivos, idiomas que son utilizados principalmente para vertebrar nacionalismos excluyentes. Los idiomas que se mantienen, se extienden o se imponen son los más sencillos y hablados, los más concretos y ricos; es una selección natural que tiene que ver con innumerables factores y seguramente el sentimental es el que menos opera.
En todo esto también se muestra un comportamiento propio de una muy mala educación. Y no únicamente para con los diputados, sino hacia todos los españoles que pagamos el sueldo a unos tipos que no es que no se preocupen de las cosas importantes para nosotros, es que ni siquiera se preocupan de que les entendamos. Para ejemplificar esta falta total de empatía, y aun de responsabilidad, de nuevo es paradigmática Francina Armengol que sacrificó la salud de los ciudadanos baleares para la imposición de sus políticas lingüísticas.
Y, por último, y por si todas las razones anteriores no lo descalificaran suficientemente, hay que decir bien alto y en román paladino que se trata de una auténtica gilipollez. Lo más parecido al chiste del lepero que se sube en Londres a un taxi conducido por un paisano, al cual le daba unas tremendas voces con el convencimiento de que estaban hablando en inglés.