Montero Mopongo

Pido por favor que se deje sin comillas el vocablo, casi de extracción africana, que completa el nombre castizo y familiar con que se conoce a la todavía vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero. En todo caso, me acojo a lo dispuesto en el Libro de Estilo del periódico. Pero es que ese palabro no corresponde al apellido de uno de los múltiples jugadores de Senegal, Malí o Mozambique que hoy pululan por la ACB, la Liga de Baloncesto de toda la vida; no, Mopongo es la reiterada apelación que la citada Montoro hizo en Sevilla a la persistente oposición del Partido Popular a todas las fabulosas -lo piensa ella- leyes y proyectos del Gobierno de Sánchez. En su último mítin hispalense, pletórico de exposiciones vibrantes a lo predicador evangelista, la mencionada Montero utilizó no menos de seis veces el tal Mopongo, la descalificación más grande que se pueda utilizar para adjetivar el comportamiento político del PP.
La vicepresidenta, que tiene más cargos que el Papa de Roma, se ha bajado ahora electoralmente a Andalucía, región a la que no ha vuelto hasta ahora desde que dejó las cuentas más flacas que una vaca con tuberculosis. Está llamada a confrontarse con Juanma Moreno en la campaña del 27, y se ocupa de este menester mucho más que de urdir unos Presupuestos nacionales pasables, o pactar con su compañera de escaño, la leninista Díaz, algún acuerdo salarial que dure más allá de seis meses.
Claro está que nuestra fachosa Montero Mopongo ya ni cree en los Presupuestos, que por Ley Constitucional debería presentar su departamento, y no tiene el menor respeto por los usos democráticos más elementales, por ejemplo la presunción de inocencia. Según ella, esta cautela procesal está muy por debajo de cualquier declaración de una mujer, sea ésta del jaez que sea. No es exagerado afirmar que, así las cosas, todo lo dicho por alguna de las féminas que en estos días figuran como autoras de horrendos crímenes, tiene mayor prestancia jurídica que las resoluciones de los tribunales. Asusta reflexionar sobre el nivel de analfabetismo sectario que guarda en sus adentros esta señora.
Lo mismo, por cierto, que los que demostró también hace unos días su colega de Gabinete, de apellido Alegría, cuando confesó que llevar leyes al Parlamento -para el caso los Presupuestos del Estado- es, literal, una «pérdida de tiempo». Pasa, que a estas dos titulares de un Gobierno presidido ya por un autócrata, la democracia les molesta, seguro que no han leído el libro de Levitsky y Ziblatti, Como mueren las democracias, pero se están ajustando escrupulosamente a ese guión para destruir la nuestra del 78, contra la que, en primer lugar, atenta diariamente su promotor y jefe, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Ellas han ido al grano: ¡hale, a por la democracia obsoleta y rancia occidental! No se han andado con chiquitas. En eso no han copiado a Luis Aitor Esteban, nuevo presidente del Euskadi Buru Batzar (parece el nombre de un bazar indio de sharis y fragancias) que en su discurso inicial ante sus correligionarios advirtió que no tengan prisa en eso de la independencia, que una argucia jesuítica tiene determinada que «la línea más corta entre dos puntos no es la línea recta sino la ligeramente sinuosa». Nada mejor define a Esteban Bravo, que ha usado ese mandato para desarbolar a su antecesor, Andoni Ortúzar, al que sin embargo propinó en la despedida un abrazo emocionado como el del yerno harto a suegra insoportable. Tal cual.
Y es que las chicas de Pedro y allegadas, que ahora tratan de reunirse de nuevo, saben que su único porvenir estriba en que su patrón continúe en Moncloa aunque sea al precio de independizar Cataluña. El partido hermano de los secesionistas de Junts, el PNV (PNB para ellos) ya aconseja a Marta Llongueras desde sus medios, que practique el consabido «partido a partido» ya que esto de la política consiste estrictamente en ir desgastando al enemigo, ir robándole la cartera poco a poco, dejarle sin viandas, y terminar por decirle, como así va a ser: «Y si ya lo tenemos todo, ¿para qué seguir con vosotros?». Ya verán cómo va a ser así.
Aun en España hay quien se la coge con papel de fumar en los medios y proclama que «estos/as no son tan malos/as», que no es del todo cierto que pretendan derribar el Régimen del 78, Corona incluida, para instalar una República con dos referentes, el de Largo Caballero, conocido criminal de 1934, y el del hermano Maduro (denominación de Zapatero) que ya gobierna en impunidad internacional a pesar de haber perdido clamorosamente unas elecciones; o sea, como Sánchez.
Son estos pusilánimes los que viven y practican su confortable fórmula existencial: la pasividad, esa «falta de acción o respuesta (RAE dixit) ante situaciones que requieren tomar decisiones». De esta carencia se aprovechan estas limitadas intelectuales que se han abrazado a Sánchez para volar las instituciones, domeñar a los medios independientes de comunicación y, desde luego, exterminar lo que queda del Parlamento, una entidad democrática que se ha convertido con Sánchez en un estrado sin término, ni fin, en el que él se halla feliz riéndose del público en general, al tiempo que ni siquiera esclarece sus pérfidas intenciones. De eso se encargan, aparte de Bolaños, Montero Mopongo y Bon Jour Tristesse Alegría.
De verdad: la derecha está llena de españoles tontos, cómplices, o hibernados. Los dos primeros -ya lo hemos escrito- siguen pensando que «no será para tanto», que «no se atreverán a eso», los terceros duermen el sueño de los imbéciles porque a ellos todavía no les ha tocado. Al fin, tienen un chalecito en el Levante no arrasado por la Dana de octubre, y un todoterreno que les lleva todos los fines de semana a un restorán (ellos lo dicen así) que les trata de don/doña o de usted. Esta, pobrecilla, es la España de la resistencia a gentes «democraticidas» como nuestra alterada Montero Mopongo. No hay más. Los demás en estado de pasividad.