Miralles, la OCB y la transversalidad

Miralles, la OCB y la transversalidad

El presidente in pectore de la Obra Cultural Balear, Joan Miralles, ha abogado estos días por “recuperar el consenso lingüístico” de antaño para afrontar la “situación de emergencia lingüística” del catalán en Baleares, en franco declive como atestiguan todas las encuestas sociolingüísticas que se han realizado en los últimos diez años. Miralles pretende que la OCB vuelva a ser “la casa común de todo el mundo”, apostando por un carácter más “transversal” al margen de ideologías. Miralles, que proviene de Proposta per les Illes y no del nacionalismo de izquierdas, trata así de ganarse al Partido Popular de Marga Prohens a la causa del catalán como ya ocurriera en los ochenta y noventa cuando los cándidos Gabriel Cañellas y Jaume Matas sembraron las semillas que germinaron después en el despotismo lingüístico que, a nivel escolar e institucional, padecemos a día de hoy. 

Se trata, no cabe duda, de un intento hasta cierto punto comprensible por parte de la nueva directiva, que al parecer querría distanciarse del radicalismo de las últimas directivas que han capitaneado esta Obra nada Cultural y extremadamente Política al servicio no de Baleares, sino de Cataluña y, concretamente, del separatismo más tronado. El tiempo dirá si Miralles y compañía desean dar un volantazo hacia la moderación y la despolitización de la sexagenaria entidad o se trata sólo de la pose del eterno impostor.

Dudo que este cambio de rumbo que desea imprimir la nueva directiva convenza a un solo balear no catalanista. Ni siquiera a los santos inocentes de Alianza Popular y del Partido Popular que pudo convencer en los ochenta y noventa y que a buen seguro estarán hoy profundamente arrepentidos de los instrumentos legales (la ley de normalización, el decreto de mínimos o la trampa saducea de los proyectos lingüísticos de centro) que ofrecieron en bandeja al catalanismo y que, éste, con premeditación, alevosía y mala fe, no ha dejado de deformar y explotar al máximo, llevando la normativa al límite, para implantar la actual tiranía lingüística. 

En el mundo real, por contra, el catalán ha dejado de ser la lengua “propia” de Baleares, si por “propia” entendemos el idioma más hablado en un territorio. El catalanismo es la historia de un fiasco sin igual que, después de convertir el catalán en la lengua del poder y en una lengua política que identifica ideológicamente a quien escribe en ella o a quien sólo quiere hablar en ella volem viure en català, claman sus lacayos- se ha ganado el desprecio de la mayoría. Es lo peor que le puede pasar a una lengua, asociarse a una determinada facción ideológica. Triunfante en apariencia, es como si el catalán hubiera contraído un pacto fáustico con el diablo: mientras los poderosos lo colmaban de honores perdía el afecto del pueblo.  

Tampoco entiendo esta insistencia en revitalizar una entidad que es redundante e irrelevante tras haber logrado incluso objetivos institucionales y políticos que su fundador ni siquiera contempló en sus sueños más húmedos. El catalanismo es hoy un sindicato de intereses vertical que copa todos los estamentos oficiales e institucionales de las islas. Tiene vida propia, muchísima, independientemente de lo que haga o deje de hacer una OCB que, si bien pudo tener cierta relevancia como “casa común” del catalanismo en sus primeras décadas, pasó a formar parte de esta falsa “sociedad civil” gubernamental desde que el catalanismo pasó a formar parte del establishment y éste empezó a regarla con numerosas subvenciones, convirtiéndola en una extensión más de su poder. 

La OCB es hoy un zombi sin apenas utilidad ni credibilidad aparte de la otorgada por los medios y estamentos vendidos al poder. Obtenidos todos los objetivos imaginables en términos de reconocimiento institucional del catalán, la sexagenaria entidad ya hizo lo que tenía que hacer y ahora lo que merece es un buen morir, a menos que ahora tenga nuevos objetivos como lograr la independencia de no se sabe qué territorio, una forma nada sutil, por cierto, de recuperar la transversalidad ideológica perdida. 

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