¿Milei es de los nuestros? ¿Y Trump? ¿Y Bukele?

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Con esta perversión del lenguaje tan compleja por la que ya es Fachosfera todo aquel que no se despierte cada mañana rezando un Pedro Nuestro, hemos asimilado de una forma casi ridícula que cualquiera que no se autodenomine a sí mismo Sanchista pontifique con autoridad sobre nuestra ideología. Estos ojos han leído artículos en la competencia escritos por socialistas, que no llegan ni a socialdemócratas, explicándonos qué es el liberalismo y por qué Milei no puede denominarse como tal, pero ya tenemos suficiente con las alegrías propias como para encima deleitarnos en las desgracias ajenas.

Lo cierto es que la derecha, como ideología política, es una infinidad de cosas que en realidad no comparten demasiado entre sí. Es algo tan heterogéneo que parece absurdo que pertenezcamos todos a la misma categoría siendo tan diferentes. Y es que por un lado están los conservadores, que creen que el núcleo esencial de la sociedad es la familia; por otro, los liberales que aborrecen la acción del Estado; también, los patriotas que creen que llamarte Puigdemont y nacer en Gerona no te da más derechos que apellidarte Losantos y ser de Calahorra e, incluso, esos locos que piensan que un señor con aspecto de señor no puede levantarse una mañana y decidir que de repente es una mujer. Todos somos fachas, eso sí. Distinto tipo de facha, pero fachas al fin y al cabo.

Dentro de todas estas categorías hay referentes de todo tipo. Es evidente que Le Pen se parece como un huevo a una castaña a Milei, que a su vez es radicalmente distinto que Bukele, que por supuesto nada tiene que ver con Meloni, que por su parte es una marciana al lado de Trump. Entre muchos de ellos se odian y la inmensa mayoría de ellos no son asimilables a ningún líder político nacional, probablemente a excepción de la dama de hierro italiana por aquello del país hermano, el Imperio Romano y las Dos Sicilias en el apellido de nuestra Familia Real.

Después de la visita de Milei han salido los listos de la clase periodística a explicarnos qué es la buena derecha y qué no y, casualmente, esa definición siempre funciona a beneficio de inventario del Gobierno. Dicho de otra forma, los fachas buenos son los que asumen acríticamente la postura Sanchista y los fachas malos son todos los demás. Bien por Von der Leyen, mal por el resto.

Los que no somos tan listos como el tertuliano medio tenemos alguna que otra duda más sobre la definición y los matices, sobre quién es el “nuestro” y quién es de ellos. Aunque, en realidad, es todo mucho más sencillo. Siendo tan radicalmente diferentes en todo, la derecha tiene algo en común que es imbatible y que nos hermana más allá de los matices: ni somos izquierda ni creemos en ella.

Los líderes mundiales de derecha alternativa han arrasado por negarse a aceptar la pretendida superioridad moral de la izquierda y luchar de manera directa contra ella. ¿Que la justicia social es redistribución de la riqueza? Milei te explica que es reparto de miseria. ¿Que las organizaciones terroristas atemorizan a la población y hay que empatizar y llegar a acuerdos con ellas para que dejen de matar? Bukele te monta una prisión de máxima seguridad para convertir al país más inseguro del mundo en uno de los más seguros. ¿Que el establishment mediático manipula todas las declaraciones que se salen del marco de lo políticamente correcto? Trump les llama corruptos a la primera. ¿Lobos solitarios terroristas? Deportaciones de Le Pen. ¿Feministas de cuotas? Liderazgo de Meloni.

Los nuestros son sólo nuestros porque tenemos al mismo enemigo común, que es la izquierda woke destructiva que llevaba décadas mirándonos por encima del hombro hasta que distintos líderes, en sus distintas vertientes, fueron capaces de arrastrar a sus respectivos países diciéndoles basta. Ni son mejores moralmente, ni gobiernan mejor, ni construyen sociedades más justas, ni generan más progreso o libertad. Son peores que nosotros y hay que confrontarles como tal.

En medio de esta marejada, en algunos lugares de nuestra derecha creen que es mejor confraternizar con un enemigo que nos deshumaniza antes que con un amigo que lucha con sus propias armas para hacernos sobrevivir.
No sé si en un mundo ideal Trump o Bukele serían nuestros, pero lo que desde luego no son es suyos. Y eso, tal y como está el patio, debería ser suficiente. Bienvenidos a nuestra trinchera.

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