La ligereza del centro

La ligereza del centro

Hacia el año 386, San Agustín publicaba su libro Contra los académicos, en cuyas páginas criticaba el escepticismo de algunos filósofos de la época. Salvando las distancias, hoy creo necesario someter a análisis los fundamentos políticos de lo que algunos denominan centrismo, que a mi modo de ver forma un conjunto de falacias. Vaya por delante que escribo como profesor universitario, no como estratega político.

En el caso de la derecha, vuelve el mito centrista. ¿Es cierto que las elecciones se ganan siempre por el centro? Todo depende de los contextos sociales, políticos y culturales, así como de la capacidad de los distintos actores políticos. Ronald Reagan y Margaret Thatcher –tan admirados por el sector liberal de nuestras derechas- nunca jugaron al centro. Todo lo contrario; fueron portavoces de un proyecto claro y nítido. Jugaron fuerte y, al final, triunfaron. No fueron esclavos de las ideas de sus antagonistas. Lejos de nuestro ánimo poner como ejemplo a Donald Trump, pero el hecho es que triunfó frente a la centrista Hillary Clinton. En Francia, en cambio, estamos viendo la insuficiencia del centrista Emmanuel Macron y lo precario de su victoria. En cuanto a Alemania, la decadencia del partido de Angela Merkel resulta evidente.

Los contextos cambian. Y, como ha señalado el politólogo liberal búlgaro Iván Krastev, el principal conflicto que afecta a las sociedades europeas es entre cosmopolitas, una elite beneficiaria de la globalización, y arraigados, víctimas de dicho proceso. En la actualidad existe, al menos en algunas sociedades europeas, una evidente contradicción en la praxis de los partidos conservadores. Por un lado, un importante sector de sus bases sociales se muestra partidario de las tradiciones, de orden moral basado en fundamentos religiosos, de estabilidad vital y de las ideas de Patria y Nación. Sin embargo, estos principios chocan con la Globalización, es decir; con la realidad de un marco socioeconómico que necesita ante todo fluidez, ausencia de fronteras y de tradiciones; un orden que, en el fondo, se basa en el cambio permanente. Los partidos denominados centristas, en general, han optado por la segunda alternativa, lo cual tiene consecuencias. Austria, Polonia, Bulgaria, Gran Bretaña, etc., están decantándose hacia la primera opción.

A fin de cuentas, ¿qué es el centro? La voz “centro” viene del griego “kentron” o punto fijo del compás que traza un círculo. Se trata, pues, de un concepto geométrico: el punto equidistante entre los extremos. Esta opción carece de entidad desde el punto de vista de la estricta práctica política, lo mismo que desde el plano doctrinal. Como señala el politólogo belga Julien Freund, “la política es una cuestión de decisión y eventualmente de compromiso”. En ese sentido, lo que se denomina “centrismo” es una manera de “anular”, en nombre de una idea no conflictual de la sociedad, no sólo al enemigo interior, sino a las opiniones divergentes. Por eso, el “centro” es, para Freund, “el agente latente que, con frecuencia, favorece la génesis y la formación de conflictos, que pueden degenerar en conflictos violentos”. El mejor ejemplo de ello son los partidos políticos españoles hegemónicos -PSOE y Partido Popular- en Cataluña y el País Vasco; su actitud allí ha puesto en peligro –y cada vez en mayor medida– la unidad nacional española. En parecidos términos se expresa la politóloga posmarxista Chantal Mouffe, también de origen belga, cuando afirma que el centrismo, al impedir la distinción neta entre derecha e izquierda, socava la creación de “identidades colectivas en torno a posturas claramente diferenciadas, así como la posibilidad de escoger entre auténticas alternativas”.

Tampoco desde el punto de vista doctrinal el centro resulta un concepto esclarecedor. Sólo tendrá algún fundamento cuando entre dos posiciones hubiera diversos niveles intermedios. En tanto que entre la derecha y la izquierda no existe una posición dialéctica en sentido estricto, no puede existir una tercera posición que las supere. Entre ambas sí existe, a nivel práctico, una dinámica continua de contrastes y tensiones, pero no cabe una posición doctrinal mixta. De forzarla, esta adquiere perfiles imprecisos, centristas.

En realidad, el centro político, al carecer de sustantividad por sí mismo, ya que depende de posicionamientos ajenos, está más cerca de lo que sería un señuelo electoral. En el fondo, el centrismo no es más que la consagración del oportunismo político. No es casualidad que sea, de hecho, la opción preferida de los empresarios y del mundo del dinero en general. Lo vemos ahora cuando las elites económicas españolas apuestan por un gobierno entre PSOE y Ciudadanos. El centrismo es la filosofía política del comerciante.

En una sociedad vertebrada y estable, esta forma de escepticismo absoluto, de “razón cínica”, como hubiera dicho el filósofo alemán Peter Sloterdijk, podría ser operativa, pero no lo es en una sociedad como la española; una sociedad que, aunque la mayoría de sus ciudadanos no sea consciente de ello, padece una profunda crisis. Un Estado de las Autonomías que produce una imparable desnacionalización de España; la crisis del Estado benefactor y del sistema de pensiones; la hegemonía absoluta de un progresismo infantil y acrítico; la partitocracia; el invierno demográfico; la ausencia de una narración histórica compartida, etc.  Ante todos estos problemas, ¿es el centrismo la solución? La verdad, lo dudo mucho.

  • Pedro Carlos González Cuevas es profesor titular de Historia de las Ideas Políticas y de Historia del Pensamiento Español en la UNED.

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