La izquierda y el negocio

Cuando Laclau y Mouffe se dieron cuenta de que la lucha de clases ya no podía rentabilizarse, le estaban diciendo a la izquierda del mundo que buscara un nuevo sustento con el que ganarse la vida. La clave de la superioridad moral ya no iba a estar en el combate infinito contra el poderoso, el rico y el empresario, sino que ahora iba a girar en torno a las causas que la propia izquierda iba a crear. La idea, aún vigente, era despojar de alma al sujeto colectivo, el pueblo, para entregárselo a sus apéndices: mujeres, jóvenes, homosexuales, veganos, todo ello rodeado de la conveniente derrama sentimental y la invención constante de un conflicto con el que victimizar a la tribu segmentada.
Así llevan décadas, articulando una metodología vestida de solidaria con careta liberticida. Engañan a la población presentándose como sus héroes políticos, sus defensores a capa y espada, el escudo que necesitan para poder sobrevivir ante las injusticias del mundo. Mientras parte de la humanidad va cayendo, ingenua ella, en esa cautividad perpetua, el bolsillo de los representantes de esta izquierda woke no deja de crecer, como su estatus personal, orondo y henchido de casta sobrevenida. Y así, llegamos al último exponente del despotismo iletrado que representa ser revolucionario sin ideas, pero con prejuicios: España, el Gobierno de España y sus inservibles ministerios de ninis, vulgo ninisterios. Quienes allí parasitan, dedican sus horas y esfuerzos en perpetuar dramas inventados, conflictos alentados y tragedias pasadas y presentes, conscientes de que, con ellos, ellas y elles al frente, no se resolverán nunca. Quien vive (y bien) de un problema, nunca encontrará motivos para querer solucionarlo.
No hay tragedia que la izquierda no quiera rentabilizar. Política, social y económicamente. Sobre todo, económicamente. No importa el conflicto ni la capacidad legislativa para poder resolverlo, tampoco la competencia de quién esté a cargo del asunto. El meollo del negocio reside en perpetuar el problema para así estirar el presupuesto público, sin el cual la izquierda no es nada: ni puede comprar votantes, a través de subvenciones permanentes, ni puede controlar los medios de comunicación, a los que adoctrina en la ingeniería política conveniente con la que adulterar realidades, ni puede ordenar una educación diseñada para generar ignorantes, a los que comprará también en el futuro mediante dichas subvenciones permanentes, ya constituidos en rebaño previamente contaminado con toxina ideológica.
Los datos oficiales, extraídos de los propios organismos públicos que dirigen, dejan en mal lugar a sus dirigentes. Ha aumentado la precariedad laboral, la violencia contra las mujeres, las agresiones sexuales, la inseguridad, la falta de libertades y, consecuencia de todo ello, la división social. Y en todos esos ámbitos, también se ha incrementado, de manera progresiva y continuada, el presupuesto para combatir tamañas dificultades. No es coyuntura casual, sino validez inmutable. No quieren que ese escenario cambie, porque mientras haya problemas, habrá dinero con el que excusar la pervivencia de los mismos y motivos para seguir mamando de la ubre estatal.
Moderados y acomplejados huyen de la verdad como de la peste. Prefieren la comodidad del plácet ajeno, vivir como quiere tu adversario, antes que enfrentarlo con la razón y la lógica de la mano. Y la realidad es esta: la violencia contra las mujeres es un drama, el feminismo es un negocio. Cuidar del planeta es un deber, el cambio climático es un negocio. La escasez energética es un problema, las energías renovables son un negocio. Y así con todo. La izquierda crea negocio donde hay tragedia. Como enemigos de la libertad son también enemigos de la verdad, constructores de realidades paralelas con las que calmar su odio al hombre, su envidia al rico y su rencor al individuo libre. Laclau y Mouffe lo dejaron por escrito en su libro Hegemonía socialista. Desde entonces llevan haciéndose millonarios mientras enfrentan entre sí tragedias humanas y generan sufrimientos individuales a costa de la causa del día. Pocos advirtieron que el fracaso histórico del socialismo no llegó en 1989, cuando se derribó un muro, sino en 1961, cuando lo levantaron.
Coda: ayer se cumplieron diecinueve años del atentado terrorista que cambió la historia de nuestro país. ¿Estamos preparados ya los españoles para conocer la verdad? ¿O aún no?