Isabel Preysler silencia a los que la daban por muerta

Una semana después de enterarnos de que el torero Juan Ortega era un novio a la fuga, muchos daban por muerta a Isabel Preysler, quien nos dio una lección sobre cómo enfrentar las críticas, riéndose de sí misma. Se la daba por muerta, y revivió. Los comentaristas del corazón criticaban que Isabel Preysler se mostrase tal cual en el documental que Disney+ ha hecho sobre cómo celebra la Navidad, y ya la querían enterrar.
Censuraban su forma de hablar con “huevo en la boca”. Los grupos de WhatsApp ardían con comentarios sarcásticos sobre su vuelta a la televisión. Los memes con momias y con imágenes de un revivido Michael Jackson inundaban las redes sociales. La reclamaban hierática y callada en las páginas de prensa del corazón y reprochaban verla en movimiento alrededor de su inmensa mansión en Puerta del Hierro. Clamaban por una nueva jefa de las revistas y la elegida como sucesora era su hija Tamara Falcó. Pero la reina de corazones zanjó cualquier crítica en su esperada visita a El Hormiguero.
“Me espanta escucharme, parezco tontísima, imbécil. Cuando escucho a esa persona hablando, digo: ¿Será imbécil? Y yo no lo soy”, explicaba. Y así, de golpe, con diecinueve palabras volvía a deslumbrar para coronarse con otras escasas quince palabras, que sonaron como un dardo contra Mario Vargas Llosa, en la gran Reina de Corazones al grito de “¡Qué le corten la cabeza!”: «Con los años, las rupturas duelen menos y la última no me dolió nada, ¡ehhh!», y otra vez risas. Y a su lado, Tamara Falcó veía cómo su trono tendrá que esperar a que su madre lo decida. Porque, aunque cuando algo acaba, la magia comienza de nuevo, este reinado parece eterno.
Es cierto, frente a una ruptura, una muerte o el cierre de una etapa, la vida oscurece y parece que no tiene solución. Hasta hace dos semanas, yo escribía en otro diario esta columna de opinión y, de repente, la mancheta quebró. Hoy, escribo para ustedes esta columna que quincenalmente, y de forma inquebrantable, aparecerá en OKDIARIO. No se imaginan la inquietud con la que recibí la noticia del cierre y, de repente, Eduardo Inda me daba la oportunidad de trasladar este artículo a esta, mi nueva casa. Porque es así, igual que Isabel Preysler supo asumir su hándicap televisivo y darle la vuelta, poner punto final a un medio de comunicación y volver a la página en blanco para otro, es una victoria que se debe celebrar. Aunque, a veces, parece que la vida nos quiera enterrar.
Hace escasas dos semanas nos enteramos de que el torero Juan Ortega dio la espantada una hora antes de su boda con su novia, Carmen Otte Alba, en la iglesia de Santiago, en Jerez de la Frontera (Cádiz), tras muchos años de relación. Unos hablan de miedo escénico, otros de infidelidades, y los que conocen a la pareja señalan que el padre de la novia interfería mucho en la relación. Lo único en lo que todos están de acuerdo es que, antes de decirle a la novia que la dejaba plantada en el altar, llamó a un cura que le aconsejó que no lo hiciera.
Los que sostienen que la culpa fue del suegro indican que el mes anterior a la ‘no boda’ hubo mucha tensión en la pareja. Según cuentan, la novia se posicionó al lado del padre, lo que produjo el distanciamiento de los jóvenes. Pero el suegro desmintió tajantemente tales extremos. Otros focalizan la decisión en el cura Josep Maria Quintana, habitual de los circuitos taurinos y de la jet set madrileña, y quien dio la bendición a Iñigo Onieva y Tamara Falcó. El cura era el confesor de la hija de Isabel Preysler y quien le aconsejó retomar la relación.
En estos días hablé con uno de los curas más jóvenes y con gran predicamento en Barcelona, y acordamos que sí, lo mejor era anular el enlace, pero que el torero debería haber mostrado su gallardía fuera de los ruedos y hablar con su prometida tiempo antes del día del enlace. Eso me lleva a pensar que a veces hay que demostrar el valor dentro y fuera del ruedo.
El problema de los miedos es que no se pueden controlar. Claustrofobias repentinas en un avión, tics de último momento o, en mi caso, olvidar el texto cuando voy a hablar en directo para Informativos Telecinco son el peor temor de los que nos ponemos frente a la televisión para narrarles las noticias. Y al final, la vida va de enfrentarse al toro, como hizo la reina de corazones con Pablo Motos al recordar la enfermedad de Miguel Boyer con los ojos incendiados: «Fue muy duro, había mañanas que no me quería levantar de la cama». «Que tu vida cambie 180 grados en unos segundos es tremendo. Que la persona que veías de una manera sea casi otra persona, para todos los de la casa fue un cambio tremendo».
Y así es como cualquiera se puede ganar el cielo: primero te ríes de ti mismo, luego te muestras resuelto y dicharachero para, finalmente, ser empático y mostrar el dolor. Así se gana siempre, como hizo Isabel Preysler para acallar a todos esos críticos que la daban por muerta. Y dentro de poco habrá una nueva portada en Hola para demostrarnos quién “sigue siendo el Rey”. O la Reina.