Incendios, ‘made in’ Cambio Climático

Incendios, ‘made in’ Cambio Climático

La tentación de encastillarse en aquello de que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’ no es solo la apelación poética de Jorge Manrique. Siempre han existido esas mentalidades pacatas que se sienten inseguras en la novedad o que no pueden aceptar que a veces hay que cambiar las cosas para hacerlas mejores. Pero, seguramente, igual de malo que anclarse en el pasado es pretender cambiarlo todo. Especialmente si el hecho de cambiar no responde a una necesidad o a una vocación de mejora, sino que se convierte en un fin en sí mismo, y si además todos los cambios se imponen con criterios ideológicos.

Estas últimas semanas, como muchas otras semanas de cada verano, estamos lamentando la frecuencia y la virulencia de los incendios forestales. Y, en triste coincidencia, la opinión de los técnicos más preparados y de los guardas más experimentados es que, teniendo más y mejores recursos, las cosas no se están haciendo mejor y se han abandonado prácticas que, aunque se reconocen como útiles, nuestra organización política y los nuevos cánones de modernidad no pueden permitir. Veamos:

1. Con la llegada de las administraciones autonómicas se abandonó la gestión estratégica de nuestros montes que abordaba ab initio cuestiones como: qué tipos de montes queremos tener, con qué finalidades, qué explotaciones se quieren permitir, cómo se quiere organizar su gestión… Lo peor es que esa estrategia no fue sustituida por otra, o, en los menos casos, se han realizado abordajes heterogéneos e incompatibles. Además, nadie explicita, pero nadie ignora, que la descentralización ha producido, cuando menos, descoordinación y no permite la utilización más eficiente y efectiva de los recursos.

2. A la vez que se acaba con el plan estratégico e integral, se impone un proyecto ecologista que nos dirige a un conservacionismo estrambótico. Se avanza en impregnar machaconamente a la sociedad con una visión zen del monte, de la flora, de la fauna, de la orografía…, cuando esa idea romántica del bosque no se condice con la realidad; el monte es duro y su gestión impone talas, limpiezas, accesos, instalaciones y controles de las especies. Se ha desechado, además, la construcción de pantanos y la realización de obras hidráulicas. Y con esas políticas, a sabiendas y por pura ideología, se están limitando las posibilidades de desarrollo de muchas zonas, a la vez que se olvida la fundamental ayuda que suponen los puntos de agua en los procesos de extinción.

3. La prevención y la extinción están condicionadas por determinados tabúes impuestos por la corrección política y el buenismo. Por un lado, se quiere obviar que una prevención efectiva obliga a conocer, de la forma más cercana y concreta, el origen de los fuegos. Se entiende, por eso, la indignación que han causado las palabras de Pedro Sánchez, cuando todo el mundo sabe que las causas de los incendios son un tal Pepe Cambio, pirómano con decenas de incendios a sus espaldas, o un tal Paco Climático, descuidado turista, ambicioso ganadero o imprudente agricultor. Las guarderías de montes y de caza siempre han tenido el conocimiento más exhaustivo de terrenos, de accesos y, sobre todo, de las posibles amenazas. En las épocas y en los lugares donde se llevaban a cabo controles pasivos, y activos en las épocas de mayor riesgo, se reducían exponencialmente los eventos. Como dice un prestigioso ingeniero de montes, que implantó exitosamente esos modelos de prevención, no se trata de saber quién va a provocar un incendio concreto, pero sí de saber quiénes son los que potencialmente pueden hacerlo. Asombra también el número de reincidencias; no hay que fusilar a nadie, pero, en la mayoría de los casos, hay que volver a verlos como criminales e imponer correctivos penales que sean realmente disuasorios.

Igualmente, se extiende esa visión hiper-protectora e infantil a la ciudadanía y se ha prescindido de la colaboración vecinal en los procesos de extinción. Antes, los habitantes de cada pueblo se involucraban, en la medida de sus posibilidades, en esas tareas, y, hoy en día, en países como Suiza o Italia hay retenes voluntarios que reciben formación y que disponen de un equipo básico. ¿Ventajas? Aseguran una intervención temprana y efectiva como resultado de su conocimiento y experiencia. ¿Riesgos? Claro, siempre hay alguno derivado de su condición no profesional, pero, por otro lado, vemos que en nuestro país muchos vecinos, en su impotencia, terminan participando en la extinción sin estar mínimamente preparados y coordinados.

4. Las reforestaciones se han convertido en actividades que se justifican en sí mismas. Lo relevante es contabilizar, y como no cobrar, el número de árboles que se plantan sin atender a su crecimiento, su integración, mantenimiento y aporte integral a los montes. Son auténticos negocios que a veces hacen pensar que su verdadero interés está en que no les falte trabajo. Permitiéndome una referencia frívola contaré que al lado de casa de un amigo había un taller especializado en la reparación de lunas de automóviles; nadie pudo decir que tuvieran algo que ver, pero el porcentaje de vehículos que aparecían en las calles adyacentes con los cristales dañados era mucho más alto que el de otros barrios.

En fin, es fácil entender que el disfrute masivo de la naturaleza genera complicaciones y que hay detrás una importante industria turística que hay que cuidar y potenciar, sobre todo porque el sector primario está abandonando las zonas rurales o se están limitando a las actividades subvencionadas. No hay más remedio que hacer todo eso compatible con las intervenciones preventivas, dejando de lado los ideologismos trasnochados y sectarios, los acercamientos ingenuos y las excusas globales, como la del presidente del Gobierno. Esos sí que son monolíticos árboles que no dejan ver el bosque, que mientras tanto se nos continúa achicharrando.

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