In-correcto

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Con tan solo 29 años, Marieke Lucas Rijneveld, se convirtió en la poeta más joven en ganar el Booker 2020, considerado hoy como el premio más prestigioso de la escritura, con el libro La inquietud de la noche.

La escritora, que lleva publicando desde 2015, recibió hace unos días un encargo que la llenó de ilusión: traducir la obra de la también poeta Amanda Gorman, la misma que abrió la investidura de Joe Biden.

Jóvenes, mujeres, poetas y con gran reconocimiento, son algunas de las cualidades que unen a estas dos escritoras, y que imagino, fueron la razón por la cual el editor pensó que Marieke era la mejor opción para la traducción de libro al neerlandés. Sin embargo, con lo que no contó el editor, es que en un país como Holanda, colectivos y activistas la tildarían de “blanca, no binaria y no tiene experiencia en el campo”.

Considerar que una poeta blanca no puede traducir a una poeta negra, y que la razón sea justamente su color de piel, ¿acaso no es racismo? Ahora, si la razón a la que apela la activista Janice Deul, quien lideró el rechazo, es la incomprensión del sentimiento de la raza negra, quiere decir que ¿las personas de raza negra sienten diferente a las personas de raza blanca? ¿Acaso esto no es exclusión?

¿O acaso el dolor, el amor, y los sentimientos, tienen una forma para cada raza? Cuando veo que un partido del Real Madrid es visto con la misma pasión por millones de personas en el mundo entero, entiendo que hay emociones que no tienen frontera, color o régimen político.

Como filósofa, pero sobre todo como humana, he descubierto que en la vida la diferencia en la forma de pensar y de sentir, no responde en absoluto a colores de piel, sino que son el resultado de la suma de las vivencias de cada persona; “Yo soy yo y mis circunstancias”, como diría el gran José Ortega y Gasset.

Llevo muchos años fuera de mi país y gracias a la oportunidad de vivir otras culturas, escuchar otros idiomas y descubrir otras formas de concebir el mundo, he podido entender mis diferencias como persona, pero a la vez, identificar aquello que nos une como humanos. En pocas palabras, definirme a mí misma a través de la visión de un “otro”.

Y por ello, he llegado a la empatía de manera natural, nunca la he forzado, y nunca me he obligado a estar con alguien porque sea negro, amarillo, blanco o verde; es más, cuando he estado con ellos, es porque me une algo muy profundo, que por fortuna no podría explicar con palabras.

Gracias a estas vivencias, he descubierto que existe un lenguaje universal que es la risa, y que en algunas ocasiones puedo llegar a tener mucha más afinidad con un extranjero que acabo de conocer, que con un familiar cercano.

Es irónico que hoy la gente se queje de los sesgos de la inteligencia artificial, cuando somos los humanos los primeros en generar sesgos con nosotros mismos. Es increíble que en pleno siglo XXI, no hayamos entendido que la diversidad de un mundo pluricultural es justamente lo que nos salvará de ser maquinas.

Si seguimos así, dentro de poco los fabricantes de robots tendrán que fabricar uno para cada color de raza, y de esta forma, no herir susceptibilidades de colectivos étnicos.

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