¿Le importan a alguien los catalanes no ‘indepes’?

¿Le importan a alguien los catalanes no ‘indepes’?

Evidentemente, no. Sólo lo pareció en algunos momentos, en la izquierda, cuando el PSC temió perder la hegemonía en el sector catalán no identitario por la aparición de Ciutadans. Jugaron un poquito a indignarse por el agravio de años que sufríamos y que tuvo una buena guinda durante «el procés».  Desactivado ese artefacto (gracias, básicamente, a los dirigentes tan poco vocacionales que ha tenido Cs), el voto ha vuelto a los engañabobos de toda la vida, pues el catalán que no tiene problema con ser español pero es supersticioso con «la derecha» volvió a su maltratador.

Y la situación es de tal abandono que roza el escarnio y hasta la crueldad. Hemos tenido que soportar gobiernos de Sánchez con delincuentes golpistas y herederos de ETA. Que nos dijeran que no hubo malversación y que la sedición, como partía de la izquierda y del independentismo, no era tal. Incluso ahora vamos a ver como se retuerce la cabeza de la Ley de todos los españoles para humillarnos ante el mayor golpista del 2017. El del maletero. El de la comedia bufa de Waterloo. Ese. Hasta Feijóo parece dar a entender (espero que sea un malentendido) que, como no hubo derramamiento de sangre (de milagro que no ocurrió), el terrorismo social, económico y político de Puigdemont no es tan malo como el de Bildu y que se podría «hablar».

Vamos a ver, ¿de verdad os importamos tan poco? Es más que una impresión la idea de que somos para demasiados una cosa marrón pinchada en un palo. Sólo así puede entenderse, por ejemplo, un artículo que escribió esa gran sectaria indocumentada de Ana Pardo de Vera, y que alguien tuvo la amabilidad de enviarme mientras estaba fuera de vacaciones. Graciosamente ahí llama «ultras» a todo quisque que no piensa como ella, se burla de sus referencias a «gobiernos de etarras, bolivarianos, comunistas y satánicos» y hace sangre con que señalen a la por venir como «amnistía a golpistas», un término por cierto absolutamente justo y exacto. Y encima escarnece a los  «autoproclamados garantistas de la unidad de España, rojigualda en mano, en pie, en cuello o en puñetas y parapetados tras una monarquía en decadencia» porque, para ella, «la unidad de España incluye más acepciones que la homogénea centralizada que ellos defienden y no por eso, este país es peor, sino muchísimo mejor en su diversidad nacional, territorial, cultural o lingüística».

¿Qué «centralismo» ha visto la criatura en España? Al parecer no el de la Generalitat, el que el establishment independentista tiene activado en todos los estamentos e instituciones en Cataluña. Con su unidad lingüística a la fuerza, con su ataque a la diversidad dentro de su autonomía (o de esa concesión cretina de “nacionalidad”), con su pretensión territorial sospechosamente parecida al notorio «lebensraum». Es una «progre» sin «progreso» que anima un camino de centrifugación y de diferencia por encima de lo común que pasa, entre otros sinsentidos, por «la utilización de las otras lenguas oficiales del Estado en el Congreso».  Dice que en España aspira a esto «una mayoría de ciudadanos/as -también no nacionalista». Debe de referirse a ella y todos los que han votado a Sánchez y a la izquierda.

¿Y para Cataluña qué propone la visionaria defensora de la pluralidad? ¿Bilingüismo en las escuelas? ¿Utilización de castellano y catalán en todas las notificaciones administrativas? ¿En los medios subvencionados y los oficiales? ¿En el Parlament? ¿El cese de la propaganda antiespañola en todas las terminales de la Generalitat?

No, una amnistía para los que intentaron llevarse por delante los derechos y libertades de más de la mitad de la población catalana. «Amnistía», dice, mientras clava en nuestra pupila su pupila lerda y frívola asegurando que «no es solo una reclamación de Carles Puigdemont o de Oriol Junqueras, sino una necesidad democrática de toda España para seguir avanzando en su proceso de desintoxicación tras el veneno que le inyectaron PP y PSOE (y algo tendrán que decir los socialistas al respecto, supongo, aunque obras sean amores…) llevando a los dirigentes políticos elegidos democráticamente en Catalunya a unos tribunales alzados como brazo político del Gobierno de Mariano Rajoy».

Y ahí la tienen, tan contenta, creciéndose en este «compost» tóxico que patrocina Sánchez.

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