La historia en España se repite con el sanchismo

Sanchismo

Lo que Sánchez está haciendo «en y con» España, desde que se apropió y se hizo dueño y señor del PSOE, no tiene nombre. Aunque rectifico: sí que lo tiene es el sanchismo. Una cosmovisión en la que todo comienza en su persona, termina en su persona y tiene como centro, medida y referencia de todo, a su persona, en su superior y único interés personal. Recordemos que precisamente cuando tuvo su segunda derrota en apenas seis meses, con su «no es no» dirigido al por dos veces ganador de las elecciones, estaba dispuesto a que se tuvieran que celebrar elecciones por tercera vez o bien presentarse él a la investidura. Eso sí, apoyado por sus actuales socios y aliados, y para impedirlo, su partido le cesó en un dramático Comité Federal el 1º de octubre de 2016.

Aquel PSOE socialdemócrata y con sentido de Estado, desapareció cuando-incomprensiblemente- a los pocos meses volvía a la Secretaría General tras vencer en las primarias de su partido apoyado en los sectores más radicales del socialismo. Lo consiguió haciendo bandera de que había sido cesado por no permitir que diputados de su grupo parlamentario, con su abstención, hubieran hecho posible la investidura del nuevamente ganador de las elecciones con 137 escaños. Es llamativo que son exactamente los mismos obtenidos por Feijóo el reciente 23J, y que otra singular coincidencia es que Rajoy fue investido en segunda votación en aquella ocasión por una mayoría simple de 170 diputados, que también son los mismos de los que dispone en estos momentos al sumar (no Sumar) los 33 de Vox, que los ha puesto sin condiciones a su disposición en un movimiento político de singular relieve. El aforismo de que «la historia se repite» tiene desde que Sánchez emergió en la política nacional – y presuntamente como un mero líder transitorio para cubrir la vacante dejada por Rubalcaba tras la derrota de las elecciones europeas de mayo de 2014, y hasta que Susana Díaz lo estimara oportuno- ahora un cumplimiento exacto como vemos.

Añádase a todo ello como decimos que en España no se habían repetido elecciones generales para poder investir al ganador hasta que él debutó como candidato en diciembre de 2015,y que reincidió en esa situación al volver a ser candidato en 2019. También Sánchez fue el primero en alcanzar la Presidencia del Gobierno sin pasar por las urnas -que le habían propinado dos severas derrotas en apenas seis meses- y que lo hizo con la exigua cifra de 84 escaños. Desde aquella moción de censura de mayo/ junio de 2018, los separatistas catalanes, los comunistas y los sucesores políticos de ETA, siempre con el apoyo decisivo del PNV, se encuentran «en la dirección del Estado» en certera definición del entonces vicepresidente Pablo Iglesias.

Con estos precedentes no hay mucho espacio para un razonable optimismo en cuanto al previsible devenir de los acontecimientos tras el 23J. El próximo 17 de agosto ya tendremos un signo claro de lo que con «suma discreción» -eufemismo para calificar la actual carencia de transparencia – se está negociando para controlar la Mesa del Congreso, instrumento de particular importancia política en el inestable escenario que se abre para que Sánchez sea investido y continúe en La Moncloa el tiempo necesario y suficiente para que sus aliados parlamentarios satisfagan sus condiciones para estos tiempos. Con Vox de coartada para intentar justificar sus incalificables acuerdos, la consigna del sanchismo está clara: «Con el PP no se pacta». Ni siquiera en Ceuta, como el presidente de la estratégica ciudad española de Ceuta ha podido comprobar, mientras el PP le regalaba al PSC nada menos que la Alcaldía de Barcelona, capital de Cataluña, en lugar de dársela al vencedor, candidato de Junts, que en correspondencia hará presidente a Sánchez frente a Feijóo. Por cierto, igual que en el País Vasco, donde el PP ha apoyado al PSE y al PNV frente a Bildu, y ahora -Junts, PNV y Bildu- todos ellos están unidos apoyando a Sánchez. Es el sanchismo en estado puro.

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