Hiper-ajedrez o parchís

Hiper-ajedrez o parchís

La inestabilidad post-electoral, a la espera de pactos y claridades, tiene perplejos a los ciudadanos que votaron por un gobierno de España, un alcalde o una gestión autonómica. El parchís, indudablemente, es un juego simpático, de mesa-camilla, pero la política requiere de instrumentos más complejos, como demuestra la interacción tan bizantina para conseguir que la Comisión Europea, el Consejo, el BCE y el europarlamento tengan sus presidentes. Asimov habla de un hiper-ajedrez –es decir, un ajedrez que se juegue en tres dimensiones-. Con atascos, torpezas, egolatrías e inmadurez política, las negociaciones actuales tienen algo de partida de parchís en un viejo casino, destartalado e indiscreto. Sin mucha diferencia eso ocurre en los tres ámbitos: la Moncloa, las alcaldías y el poder autonómico, con el añadido colateral –pero no sin interés presupuestario- de las diputaciones.

En algún momento, los líderes que negocian, ya sea con fumistería, tacticismo o con estricta incompetencia, podrán llegar a acuerdos que den estabilidad a la vida pública y abran paso a gestiones quien sabe si transparentes y operativas. Mientras tanto, si el hiper-ajedrez de Asimov se juega –teóricamente- en ocho tableros superpuestos, la política española está en fase de movimientos atolondrados y erizados que ni tan siquiera alcanzan a la simplicidad normativa del parchís.

¿Es eso consecuencia de la dispersión del voto o sería de otra manera si los partidos fuesen más razonables al buscar las confluencias del bien común, equilibrando ese tanteo con la inevitable defensa de sus propios intereses? Dejó huella el comentario del astuto Andreotti cuando, de paso por España en tiempos de la transición, comentó: “Manca finezza”. Véase que, comparada con la elementalidad actual, la transición fue una obra de artífices muy finos, cuyo objetivo consistió en no buscar el jaque mate.

Ahora, de forma acelerada, presenciamos una política poco adulta, sin agilidad ni pontonería previa. Los estancamientos no son la excepción sino la norma, de Valencia a Navarra. La guinda corresponde a la incógnita sobre el gobierno de la nación. Si Pedro Sánchez está en vilo Pablo Iglesias juega en el vacío. Para la tecno-política, la solución sería introducir todos los elementos en un ordenador debidamente programado para los movimientos del hiper-ajedrez pero, siendo la política el arte de lo posible, sus instintos y sus intuiciones, tanto como el carácter de sus protagonistas, no caben en un “chip”.

Hablamos mucho de la fórmula andaluza o de la fórmula valenciana pero no son automáticamente trasladables al conjunto post-electoral, entre otras cosas porque en determinados escenarios la sinrazón soberanista pretende alterar los procedimientos sin dejar de asirse del sistema electoral para expandir su poder y mantener su desacato al Estado de derecho. Ahí está el dilema para Pedro Sánchez, si es que suponemos que la vida pública requiere aspectos de comunidad moral. Desde el referéndum ilegal en Catalunya y la moción de censura a Mariano Rajoy, el desajuste es exponencial. Con una mano se acarician los pactos de Estado y con la otra se les aparta del camino. Añoramos la estabilidad al tiempo que recurrimos a la inestabilidad como componente de las presiones, estratagemas y pifias que tienen perpleja y fatigada a buena parte de la ciudadanía. La inestabilidad y el sin gobierno impacientan a la gente. Mientras tanto, Pedro Sánchez ensaya su pose “cool” en Bruselas y parece haberle comprado a Al Gore su gran “fake” sobre el cambio climático.

  • Valentí Puig es escritor

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