Feminismo y libertad

Feminismo y libertad

En su magna y recomendable obra ‘Afrodita Desenmascarada’ la economista y pensadora liberal María Blanco habla de Lilith, la primera mujer feminista de la historia, quien, alejándose del arquetipo femme fatale construido por la testosterona del hombre, se rebeló contra la autoridad de Adán, reclamando una igualdad más utópica que alegórica. María, mujer y feminista de razón y no de salón, de apellido sin mácula frente a las impurezas de quienes la atacan estos días, defiende con buen criterio que el techo de cristal y la brecha salarial actual, verdaderos tótems dialécticos del feminismo cool, se acabaría con más riqueza creada y no subvencionada, generando la tan ansiada autonomía femenina.

El feminismo, qué duda cabe, es progreso, de la misma forma que lo fue el sufragio universal, la abolición de la esclavitud o el reconocimiento de los derechos humanos en su conjunto. Letra menuda que sin traslación factual queda en discursos sonoros de dudable productividad política. Sin embargo, me preocupa el feminismo de imposición. Porque es un feminismo de postureo, creado para causar ruido antes que para trabajar en que ese techo de cristal, esa brecha salarial y la discriminación laboral y acoso sexual sean de una vez por todas reliquias del pasado. Hemos llegado a ese momento catódico en el que importa más la cara femen que los motivos que justifican que las mujeres del mundo paren un día para reivindicar su condición, tantas veces negada. La irrenunciable búsqueda de la igualdad que se busca como derecho fundamental se está viendo condicionada en las últimas semanas por la obligatoriedad impertinente de la huelga y por la libertad coaccionada de aquellas mujeres que han decidido no secundar el paro.

Estamos viendo que la libertad al diferente sólo se tolera mientras no pienses distinto. Porque la mujer hoy no está oprimida en las sociedades libres. Sólo vive atada en países donde precisamente las feministas de corte y confección no van a reivindicar los derechos de la mujer. No se manifiestan en Marruecos, Egipto, Arabia Saudí o Irán. Centran sus esfuerzos de liberación aquí, donde hay clichés pero no cadenas, aunque pretendan hacernos creer, por ejemplo, que dar a la luz es una imposición heteropatriarcal. Alterar la naturaleza biológica de la mujer es el mayor contrasentido de las feministas de salón, que emergen ahora por tres motivos: la costumbre humana de ir con la masa según la moda del momento, la cuantía de la subvención recibida, con la consiguiente invitación ulterior a foros de prestigio y la pillada de cacho colateral que, en este caso, implica a hombres y mujeres por igual.

El feminismo sociológico se estudiará como contrapoder a una forma de entender el mundo. Y las feministas que deconstruyen el lenguaje para conformar estereotipos académicos absurdos pasarán a la historia por su negligencia intelectual. El Manifiesto del 8M tiene el derecho absoluto de reivindicar lo que quiera, incluso en nombre de todas aquellas mujeres que no se quieren sumar a la parada. A lo que no tiene derecho es a concebir palabras al tuntún. Se confunden aquellos que buscan dotarle de autenticidad como fuerza de poder. El lenguaje doleroso quiere “empoderar” —siniestra palabra— a la mujer, pero esconde una perversa maquinaria de control mental acrítico, que impone etiquetas allá donde el debate exige argumentos. En la huelga serán todas las que están, pero no estarán todas las que son. Por su carácter ideológico y sectario. Porque se busca más el simbolismo que la acción. Y porque muchas mujeres consideran que la huelga no es el medio para conseguir los objetivos. España, en realidad, necesita más feminismo, no más feministas.

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