Feijóo V, el Deseado

Alberto Núñez Feijóo

Será en un mes, efectivamente, el quinto presidente efectivo de los populares, por más que el partido actual se llamara durante unos años, los que van desde 1976 al 89, Alianza Popular. Fraga fue el fundador, Hernández Mancha la estrella fugaz, Aznar el asentador y Rajoy el paseante en Cortes. Ahora es Feijóo V, el Deseado. Viene y recupera un eslogan que le llevó, hace ya cuatro legislaturas en Galicia, a la primera de las mayorías absolutas. “Llegó el momento” propaló entonces y arrasó contra todas las profecías que le calificaron a la sazón, literalmente, de “tecnócrata sin alma”, y también contra fuerzas muy poderosas del PP en las cuatro provincias galaicas enfrentadas cruelmente entre sí tras el fiasco del que fue vicepresidente, José Cuiña que -recuerden- se hundió al tiempo que el barco de los escándalos: el Prestige. Se descubrió desde la Policía, lo cual indica desde dónde se disparaban los tiros, que la familia de Cuiña había cobrado diezmos y primicias en la resolución del caso, y el poderoso vicepresidente se fue al garete; luego murió amargado.

El tecnócrata aburrido que había vuelto a Galicia, nació en Orense, de la mano de Manuel Fraga y que aceptó el reto cuando tenía sustanciosas ofertas de la iniciativa privada, empezó desde muy pronto a ofrecer los siguientes síntomas: una prudencia exquisita, una astucia sin límites, un sentido común apabullante, y una vida exterior sin estridencia que no ha encerrado durante estos trece años el menor patinazo. En medio de tanto éxito sufrió acometidas feroces: la principal se quedó en nada. El periódico gubernamental socialista, El País, que ahora dícese pretenciosamente “global” y antes se presentaba, ¡fíjense! como independiente, publicó unas fotografías de Feijóo y algunas otras personas en el yate de un individuo luego condenado por narcotráfico, Marcial Dorado. A nadie le importó que Feijóo y todos sus acompañantes en el corto periplo, ignorasen absolutamente la conducta del tal Dorado: el periódico se cebó en él gracias a la generosidad informativa del Centro Nacional de Inteligencia, que entonces controlaba y dirigía la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, siempre gozosamente tratada por el diario en cuestión.

Se repuso de aquel episodio interesado y Feijóo se dedicó a gestionar Galicia al estilo tranquilo y eficaz que antes desarrolló en el desaparecido Instituto Nacional de la Salud y en los ahora depauperados Correos, convertidos en este momento en una agencia comercial al servicio de Sánchez y su cuadrilla. Feijóo, gobernante de escasos titulares, ha lidiado desde años con un apelativo destructor: “filonacionalista”. Los propagandistas de esta afección política han manejado para sustentar esta imputación un sólo argumento: la solemne inmersión lingüística que achacan naturalmente a Feijóo. La especie ha triunfado en Madrid y se ha desdeñado la verdad: el auténtico organizador del gallego en todas partes, fue nada menos que el presidente de la Xunta -dieciséis años lo fue- Manuel Fraga Iribarne, pero da igual: Feijóo se ha quedado con el mochuelo. Un añadido a este asunto: los acusadores centralistas han utilizado esta sinrazón en todas las campañas electorales de la región; la última vez en la que alzó al candidato a su cuarta victoria consecutiva. Vox creyó encontrar una grieta mordiendo carne en la arquitectura de Feijóo y engordó sus mensajes con el aditivo de ser interlocutor preferente, amigo incluso, del lehendakari Urkullu. Los gallegos le hicieron una brutal pedorreta a Vox y le dejaron sin un solo escaño en el Parlamento de Santiago de Compostela.

Pero aquí no termina el cuento. Por eso, les cuento. En los comedores madrileños (antes se llamaban cenáculos, pero ahora sólo salen a cenar las parejas de enamorados) comienza a correr la especie, en forma de dosier, que compromete sustancialmente el trabajo del todavía presidente de la Xunta en su etapa de Correos. Los lenguaraces, auténticas bocas de fuego, presumen de conocer, o incluso poseer, información de irregularidades en la Presidencia de la empresa pública, también incluso de tráfico de influencias o hasta de prevaricación. Este cronista ha asistido personalmente a relatos feroces contra Feijóo, claro está que sin ninguna prueba, sin dato alguno, todas son especulaciones que, según alguno de sus voceros, “saldrán algún día”. Textualmente. El candidato del PP sabe perfectamente que las plazas siempre encendidas de Madrid no son parecidas, ni mucho menos, a la lluvia plácida del Obradoiro, pero debe estar dispuesto a soportar estos rumores que casi siempre en este país tienen dos procedencias: el CNI y el fuego amigo. Que se guarde Feijóo de unos y otros.

Y está aquí y en este instante inicial no tiene una sola voluntad en contra. En las encuestas ya está personalmente por encima del trolero socialcomunista. Entre sus fans de siempre y los que se han subido a su carro no vaya a ser qué… hay superpoblación en Génova y calles adyacentes. Los retos más inmediatos para el Deseado son estos: pacificar y relanzar el partido, fijar una estrategia política con Vox, convivir con la estrella general del PP Isabel Díaz Ayuso y establecer una oposición “modo Galicia”, o sea, moderada, leve de forma y destructora de fondo, que le permita algo que ya no ha desmentido: formalizar pactos de Estado con el Gobierno de Sánchez. Feijóo, más listo que Copérnico y Galileo juntos, no ignora que suscribir acuerdos con el okupante de la Moncloa es como arar en el mar, nunca se sabe qué se llevará por delante la nueva ola, pero tiene también como tarea ineludible, el desafío de consagrarse en Europa y establecer una nueva política exterior diametralmente opuesta a los conchabeos infames de Sánchez con asesinos como Maduro o Daniel Ortega. Es decir: mucha plancha que ya se ha enchufado. Estos días, el equipo, aún informal, del próximo presidente popular, ya está introduciéndose en el biotipo de la sede central de cuya venta, por cierto, nadie ha vuelto a hablar. El Congreso de Sevilla de los días 2 y 3 de abril no puede ser un patio donde los asistentes se echen encima las espinacas y las alcachofas. El anfitrión, Moreno Bonilla, a punto de enfrentarse a las elecciones más complejas de su carrera, ya ha advertido que “si vienen a pelearse que se vayan a Santiago”, una invitación por cierto nada afortunada visto donde habita el neopresidente. Cosas pequeñas en definitiva que no pueden nublar el objetivo imprescindible que tienen Feijóo y el PP renovado a la antigua: echar cuanto antes a esta pesadilla universal llamado Pedro Sánchez Castejón, un mentiroso procaz, un narcisista patólógico solo equiparable en insidias al asesino Putin.

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