¡Feijóo!, primero la economía, luego la ingeniería social

¡Feijóo!, primero la economía, luego la ingeniería social

Tanto Sánchez como la izquierda intelectual que lo acompaña servilmente han encajado la catástrofe electoral en Andalucía con estupor. Y aun admitiendo que el resultado ha reforzado a Alberto Núñez Feijóo ya al día siguiente la corte del mandarín, como juez implacable que es de las voluntades ajenas, se apresuró a marcar los próximos deberes del presidente del PP. Tiene dos opciones, vienen asegurando desde entonces sin solución de continuidad: “Aprovechar la victoria en el sur para acelerar el desgaste del Gobierno de España, aunque sea a costa de España, o interiorizar un resultado histórico y aceptar de verdad pactos con La Moncloa para renovar la justicia, impulsar las medidas contra la guerra y evitar las disonancias en política exterior”. Desconozco cuál es la opción que elegiría usted, pero yo desde luego me inclino por la primera, por castigar el hígado del rival sin descanso ahora que está herido, aunque ni mucho menos acabado, como demuestra los pasos dados estos últimos días para asaltar la empresa Indra sorteando la legalidad o aumentar la colonización de las instituciones. Y elegiría esta alternativa por la misma razón que la izquierda esgrime para desaconsejarla: por el bien de España, que necesita con urgencia desembarazarse de un político tan nefasto para los intereses del país.

Es una incógnita cuál será la decisión de Feijóo, pero su insistencia en la moderación y en la centralidad, que considera claves del éxito de Juanma Moreno, parecen descartar una actitud abiertamente beligerante, que en mi opinión sería la conveniente dado los desmanes y la huida hacia adelante emprendida por Sánchez los últimos días con su habitual descaro. Me refiero también a su intención de renovar el Tribunal Constitucional para que otros jueces «progresistas» eviten un veredicto contrario en el recurso sobre la ley del aborto «similar al que se ha producido en el Supremo de los Estados Unidos», a la intervención en el Instituto Nacional de Estadística, forzando la dimisión de su presidente simplemente por informar de la verdad; a la próxima aprobación de la infame ley de memoria democrática tras un pacto vergonzoso con los herederos de los etarras, a los que pasa a considerarse luchadores por la libertad, extendiendo la duración del franquismo hasta 1983; o a la reciente luz verde del Consejo de Ministros a la bochornosa ley trans, en la que se habilita el cambio de sexo desde la más tierna adolescencia sin ninguna clase de asesoramiento médico y psicológico.

Sánchez ha perdido escandalosamente en Andalucía pero está decidido a no perder el tiempo y a continuar con su programa radical a la mayor velocidad posible. Todas estas iniciativas desgraciadas deberían animar a Feijóo a ejercer una oposición contundente y sin contemplaciones, singularmente el deseo confeso del presidente por someter al poder judicial socavando su independencia y liquidando cualquier atisbo de los llamados ‘checks and balances’, o contrapesos al Ejecutivo que son consustanciales a cualquier democracia genuina. Desde luego que Feijóo ha criticado estas muestras de la deriva totalitaria en la que está embarcado el presidente, pero a mi juicio sin la rotundidad debida, y en lo relativo a la consumación del proyecto de ingeniería en marcha para transformar la sociedad, a través de las normas sobre la educación en busca del adoctrinamiento, o de las leyes de género o de la última sobre los trans la tibieza demostrada es desesperante. Si bien no sorprendente.

Es sabido que el responsable del PP es alérgico a la batalla cultural, que muchos miembros del partido desprecian abiertamente, resignados cómo están desde hace tiempo a aceptar el marco conceptual de la izquierda y su intolerable hegemonía ideológica, quizá todavía imbuidos de la tesis que sostenía el malogrado Pedro Arriola, consejero áulico primero de Aznar y luego de Rajoy, de que este país es de izquierdas. Esto es muy discutible, como se ha visto en Andalucía, y si es así en todo caso se debe al desistimiento de la derecha por falta tanto de principios como de convicciones. De manera que siempre que el PP ha llegado al poder ha sido tras una grave crisis económica que ha tenido que enderezar invariablemente con acierto, como un buen taller de reparaciones, para después ceder de nuevo el poder a la izquierda una vez que la economía estaba saneada, muchos ciudadanos deseaban la vuelta al Estado asistencial de las subvenciones y ayudas por doquier, o simplemente querían acabar con el paréntesis para recuperar el relato de falsedades ideológicas que asumen como parte de su acervo después de décadas de dominio cultural socialista. El PP no se ha atrevido a revertir ninguna de las normas sectarias aprobadas por Zapatero y es dudoso que asistamos a un cambio de actitud una vez que Feijóo gane las próximas elecciones, algo que aventuro y quién sabe si con una mayoría próxima a la absoluta.

Es verdad que la prioridad máxima en estos momentos es echar a Sánchez de La Moncloa y que hay que explotar al máximo la desastrosa gestión económica del Gobierno de coalición que ha desembocado en una catástrofe. Todos los frentes están abiertos en canal sangrando masivamente. La inflación en dos dígitos después de casi cuarenta años, la opinión pública crecientemente descontenta por el aumento del coste de la vida, el déficit en el 5%, la deuda pública casi en el 120% del PIB, el paro por encima de cualquier otro país del Continente y amenazando con empeorar en cuanto fragüen los efectos del salario mínimo y de la prohibición de los contratos temporales -que está reduciendo aceleradamente las horas de trabajo-, el crecimiento camino de la anemia, muchas empresas perdiendo dinero y asfixiadas a impuestos como también los ciudadanos, los tipos de interés enseguida al alza, y muchos países europeos, Alemania de manera destacada, reclamando una vuelta a las reglas fiscales ya desde 2023.

La situación que se va a encontrar Feijóo va a ser horrible, absolutamente similar o peor que la de 2012. Las medidas que va a tener que adoptar para restablecer los equilibrios financieros del sistema y procurar lo más rápidamente posible el regreso a un crecimiento sano y progresivamente robusto van a ser durísimas. Por eso es lógico y razonable que una vez en el poder se centre en combatir la emergencia económica. Hasta aquí nada que objetar. Será igual de urgente que restituya la dignidad de las instituciones, arrasada por Sánchez, favoreciendo un poder judicial independiente y libre de presiones, así como restableciendo el honor mancillado de todos los organismos de control del Ejecutivo o simplemente de vigilancia de los mercados o de evacuación de datos estadísticos en los que el presidente ha metido sus sucias manos sin pudor, sin factor inhibitorio alguno, sólo con la intención manifiesta de aumentar su poder y acabar con cualquier brote de crítica o de discrepancia.

Y bien, después de arreglar la economía ¿qué? El gran Benito Arruñada escribió hace unos días un tuit que decía: «La ley ‘queer’ es la guinda a una legislatura bochornosa. Sigo esperando que la oposición se comprometa a una lista de derogaciones inmediatas tras las elecciones generales. Ley 1/2023 de Retorno al Sentido Común: Articulo Único: Quedan derogadas las leyes…». Es bastante improbable que Feijóo vaya a atreverse a tanto. Me parece que está convencido de que, igual que ha sucedido con Juanma Moreno, muchos socialistas pueden votarle en la próxima ocasión, lo cual aconseja la máxima prudencia sobre las leyes pretendidamente sociales para no espantar a los apóstatas ni facilitar la campaña del PSOE, que jugaría esta baza sin piedad. Pero esto no impide que, una vez en el Gobierno, después de enderezada la economía , el presidente del PP comience a satisfacer por primera vez en la historia los anhelos de su electorado natural, al que le repugna la educación socioafectiva, que detesta las inicuas leyes de género, que está en contra de la ley del aborto de Zapatero, que recela de la de la eutanasia, que no traga con la ley trans y que en general reclama una vuelta al sentido común así como la reversión progresiva del monopolio ideológico impuesto por la izquierda desde hace décadas con la complicidad de la derecha simplemente por molicie y falta de comparecencia. También por ausencia de fortaleza moral

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