Extremos que no se tocan

No es muy popular hacer crítica de algo que parece que funciona y está claro que el primer equipo del Mallorca lo hace. Lamentablemente todo lo contrario del Mallorca B como resultado del notorio desinterés del club más allá del vestuario noble de Son Bibiloni, excepción discontinua del Juvenil que tan brillante papel firmó la pasada temporada antes de que fuera abandonado a su plena descomposición.
Colista, ni una victoria en ocho jornadas, solo tres goles a favor y el tercer equipo más goleado en una categoría ya de por si plagada de promesas sin futuro y elefantes en retirada, la clasificación habla por si misma, pero no escribo al dictado de criterios ajenos, pues ví algunos de los encuentros del filial la pasada temporada, penosos pese al ascenso, y he presenciado algunos de la presente y no frente a rivales punteros.
Los chicos de Siviero, con o sin los refuerzos de Dani Luna o Marc Domenech, deambulan sobre el terreno de juego como auténticas almas en pena. Intensidad igual a cero y sin la velocidad, empuje o garra necesarios para suplir sus carencias técnicas. Ni siquiera la evidencia del distanciamiento que sufren respecto al club que les ignora, junto a la ilusión de los chavales por subir algunos peldaños, reactiva a un conjunto que parece salir al campo derrotado antes de que empiece el partido.
Los de Arrasate y estos chicos de abajo, viven en polos opuestos y muy distantes. Una prueba más de que un equipo, el primero, no hace un club. Hay si, resultados arriba y ningún proyecto abajo. Pablo Ortells, el director de fútbol no sabe ni por dónde cae Son Bibiloni.