El expolio catalanista de la lengua mallorquina

El expolio catalanista de la lengua mallorquina

De la misma manera que en Cataluña y Occitania el nombre de la lengua de oc evolucionó hacia una denominación territorial, también en Valencia y en Mallorca se dio la misma circunstancia. En 1335 se documentó por primera vez el glotónimo de lengua valenciana en el comentario expositivo de la obra de Ramón Llull Libro del amigo y del amado: «In lingua valentina». En el Reino de Mallorca, a la realidad política de un reino propio y autónomo, con una dinastía privativa de reyes mallorquines, se unía el hecho, a un siglo de la conquista, de tener una lengua propia: la lengua de oc fusionada con el mozárabe. Los mallorquines eran sabedores de esta realidad: su lengua difería de la del Rosellón y de la Cataluña. Así quedó para la posterioridad en dos procesos judiciales de los años 1341 y 1357.

El 29 de noviembre de 1341 en un juicio celebrado en Mallorca por una colcha robada un año atrás, cuando la justicia quiso esclarecer el nombre del ladrón, el testigo afirmó que no podía ser Guillermo Revull ya que hablaba a la manera mallorquina (“ad modum maioricencem”) mientras que el ladrón hablaba el idioma rosellonés (“idiomate rossilionense”). Unos años más tarde observamos la misma percepción, en este caso, del mallorquín respecto del catalán. En otro proceso de 1357, diversos testimonios identificaron a Jaime Arnau (nativo de Villafranca del Penedés), padre del mallorquín Francisco Arnau, como “bé català en ses faysons, en sa peraulla en tots sos captanimens”. Así es como, a más de un siglo de la conquista de Jaime I, los mallorquines habían forjado la nueva lengua mallorquina. A principios del siglo XV se documentaba con una denominación mucho más explícita (1409, orden de pago a favor de Ramón Soler en concepto de “arromençar e traslladar de castellanesch en mallorquí”).

Paralelamente a la denominación de lengua mallorquina, en Mallorca, hallamos también la de lengua catalana (“catalanesch”). Se debe a la acción unificadora de la Cancillería Real Aragonesa, a través del denominado “sanct estyl”. Tal como relataba a finales del siglo XV el archivero real Pedro Miguel Carbonell, “todo cuanto salía de la real corte era considerado según el sanct estyl”. Este santo estilo situaba a la Cancillería Real como el elemento cohesionador que daba un modelo a seguir a los notarios y escribanos. Así fue como, gracias a los textos administrativos oficiales de la Cancillería Real redactados en “romanç catalanesch”, se produjo la penetración de esta denominación en Mallorca. De esta manera se llegó a la diglosia mallorquina de las lenguas de oc. En Mallorca el “catalanesch”, es decir, la lengua cancilleresca, la usaba la administración, mientras que el pueblo hablaba su lengua mallorquina (lo mismo que ocurre en el siglo XXI, el pueblo utiliza su lengua mallorquina y la administración impone la lengua catalana estándar).

Después de la desaparición de la dinastía privativa mallorquina y la posterior reincorporación del Reino de Mallorca a la Corona de Aragón en 1343 (como ente independiente y autónomo sólo sujeto al monarca) se mantuvo la diferenciación política entre Mallorca y Cataluña, así como la diglosia. Prosiguió la distancia entre la lengua catalana cancilleresca y la lengua mallorquina hablada por los isleños, a la que se fueron adaptando los nuevos pobladores que llegaron en siglos posteriores procedentes de Cataluña, Castilla, Valencia, Aragón, Italia y Francia. En el campo administrativo mallorquín, tanto las leyes emitidas por los funcionarios reales, como los contratos y otros documentos redactados por abogados y notarios del reino que, como el resto de la población isleña hablaban en mallorquín, se redactaban en la lengua catalana según el “santo estilo” de la Cancillería Real Aragonesa.

Con la unión de las casas de Trastámara de Aragón y de Castilla en la Monarquía Hispánica se produjo la inevitable dilución de la Corona Aragonesa. Una consecuencia inmediata fue la integración de la Cancillería Real aragonesa en el Consejo de Aragón en 1494. Carbonell, temeroso de una futura desaparición del emisor del “sanct estyl” cancilleresco, lo recopiló, en parte, en sus “Regles de esquivar vocables o mots grossers o pagesívols” de 1492.

No se trataba de ninguna gramática, como la de la lengua castellana de Antonio de Nebrija de ese mismo año. Era un compendio de correcciones de palabras que no encajaban con la lengua barcelonesa, con el “santo estilo”. Eran 325 “Reglas” de “voces o vocablos que ha de esquivar quien bien quiere hablar la lengua catalana”. Como no podía ser de otra manera, de la lista de palabras a eliminar había muchas que aún se usan en mallorquín y que usó Ramón Llull un siglo antes. Son los ya conocidos y mal denominados “mallorquinismos” del beato mallorquín de más de cien años de existencia documentada y conservados sin variación en el habla actual de los mallorquines (coa, bístia, redona, deïm, gordar, gonyat, veren, renuncii, nostro, deman, ceros, feels, servici, escorxa, apparayat, jonoyls, enganar, disposts). Con la emisión de estas “Reglas” quedó patente la existencia de la diglosia mallorquina. Y también que el habla de Mallorca era considerada “grosera”, a corregir y a eliminar, ya que no encajaba en el modelo establecido desde Barcelona por parte de la Cancillería.

Con la unión de Castilla y Aragón los presagios de Carbonell se cumplieron, Aragón perdió su peso en el seno de la Monarquía Española y naturalmente su Cancillería, lo que propició que progresivamente fuera desapareciendo la diglosia mallorquina, para quedar sólo la lengua del pueblo, la lengua vulgar, la lengua vernácula. En los siglos posteriores los mallorquines continuaron llamando a su lengua, por su nombre, que era el de lengua mallorquina (1612, Pedro Juan Porcar, “Cançó (…) en totes les llengües: Valencià, Castellà, Aragonès, Català, Mallorquí…”; 1612, Juan Binimelis, “historia de Mallorca (…) lo original, ab nostre lengua mallorquina”; 1715, “Rosari de Maria Santíssima, novament dispots en llengua mallorquina”). Y manteniendo sus “dialectalismos”. Que no eran tales. Eran la lengua mallorquina. En su Historia de la lengua catalana, el valenciano Antonio Ferrando y el catalán Miguel Nicolás cuentan (desde su punto de vista pancatalanista) que en la Edad Moderna “el mallorquín, especialmente en consuetas, inventarios, hagiografías y, en general, en textos de carácter popular presenta una serie de formas dialectales”. No se trata de formas dialectales de la lengua catalana, son las propias de la misma lengua mallorquina, distinta de la catalana.

Durante el siglo XVIII, debido al proceso centralizador de los nuevos reyes españoles de la Casa de Anjou, la llegada de funcionarios castellanos a Mallorca propició que se redactasen diccionarios para que éstos pudieran entender la lengua mallorquina (1760, Diccionario de los vocablos de la lengua mallorquina y su correspondencia en la española y latina de Antonio Balaguer). En el siglo XIX se elaboraron nuevos diccionarios (1840, Diccionari Mallorquí-Castellá de Pedro Antonio Figuera) y las primeras ortografía y gramática de la lengua mallorquina (1812, Nueva ortografía de la lengua mallorquina de Antonio M. Servera; 1835, Gramática de la lengua mallorquina de Juan José Amengual). De este modo, a principios del siglo XIX, la lengua mallorquina ya tenía su gramática, su diccionario y su ortografía. Sólo faltaba la creación de una institución para trabajar al servicio de la lengua mallorquina y preservar su buen y correcto uso.

Precisamente, ésta era la queja y demanda del mallorquín Ildefonso Rullán, autor de la traducción al mallorquín del Quijote (“L’enginyós hidalgo Don Quixote de la Mancha (…) y traduit ara en mallorquí sa primera vegada”), que también diferenciaba la lengua mallorquina de la lengua catalana: “Los mallorquines nos hallamos huérfanos de una autoridad académica (…) cada uno tira por su lado y dentro de nuestra lengua (la mallorquina) y la catalana reina esta libertad”. Otro prestigioso mallorquín que mantenía la diferenciación lingüística era el polifacético periodista, poeta y arquitecto mallorquín Pedro de Alcántara Peña. En su artículo La lengua mallorquina afirmaba que “muchos han querido bautizar la mallorquina con el nombre de catalana (…) no tan solo no es dialecto de la catalana sino que es un idioma diferente de ella”. Luego añadía que “serán, si se quiere, hermanas hijas de una misma madre”, que, como sabemos, no es ni más ni menos, que la lengua de oc.

Pero en esa época tuvo lugar un hecho transcendental que propició que parte de las élites intelectuales mallorquinas comenzasen su proceso de subordinación cultural de Cataluña: la desaparición de la Universidad Literaria de Mallorca después de cinco siglos de existencia. En pleno Decenio Absolutista, con la vuelta del poder absoluto en manos de Fernando VII todos los cambios del Trienio liberal fueron eliminados, a lo que se añadió una política centralizadora de universidades, abocando a muchas de ellas al cierre. En 1829 se suprimió la Universidad mallorquina, pasando a ser un Seminario Conciliar adscrito a la universidad catalana de Cervera. Aunque en 1840 reapareció efímeramente como Universidad Literaria Balear, dos años más tarde se suprimió definitivamente para incorporarse a la Universidad de Barcelona.

A partir de entonces los baleáricos tendrían que desplazarse a la Península (básicamente a Barcelona) para cursar sus grados de medicina, filosofía, derecho, teología…. Era la época del romanticismo, de la incipiente “Renaixença catalana” que reivindicaba un supuesto pasado glorioso y antiquísimo de su nación catalana. Ahí estudiaron sus grados ilustres poetas, literatos y escritores mallorquines (derecho: Mariano Aguiló, Juan Luis Estelrich, Miguel de los Santos Oliver, Miguel Costa; filosofía y letras: Gabriel Alomar, Miguel Ferrá, Miguel Forteza, Juan Pons, Guillermo Colom). La gran mayoría de ellos se vieron fuertemente influenciados por los ideales de la “Renaixença catalana” trasladándolos a una realidad mallorquina, desde siempre distinta a la catalana, pero que por la semejanza de las lenguas (ambas son dialectos de la lengua de oc) aplicaron la ecuación de misma lengua (catalana) = misma nación (catalana). En este entorno, tal como reclamaba el traductor del Quijote al mallorquín, Rullán, era imposible la creación de una “Academia de la lengua mallorquina”.

En cambio, en el antiguo Reino de Valencia, las circunstancias fueron diametralmente opuestas. Ahí su centenaria Universidad se mantuvo a pesar de las reformas. Los principales protagonistas de la “Renaixença valenciana” (iniciada años antes que la catalana y, por tanto, autónoma y distinta) como José Bernat Baldoví, Teodoro Llorente, Vicente W. Querol, Félix Pizcueta estudiaron sus grados en la Universidad de Valencia. Con escasa influencia exterior pancatalanista, el movimiento romántico valenciano estuvo centrado siempre en la reivindicación de la lengua, la cultura y la historia del antiguo Reino de Valencia. Lo tenían tan claro que en 1878 Constantino Llombart junto a Teodoro Llorente y Félix Pizcueta fundaron la asociación Lo Rat Penat, Societat d’amadors de les glories de Valencia y son antich Realme.

Con tan distinto bagaje de la clase cultural e intelectual (valencianista en Valencia, pancatalanista en Baleares) es consecuencia lógica que en el estatuto de autonomía valenciano se afirme que la lengua sea la valenciana y que en el de Baleares sea la lengua catalana. Poco podía hacer el gobierno popular de Gabriel Cañellas

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