¿Estamos preparados para la convivencia?
¿Recuerdan el “este mundo se acaba” del ridículo ministro que ahora aspira a firmar en nombre del Rey? En el contexto que emitió la frase, no fue más que otra de sus cómicas intervenciones. Publicar un compendio de “los poemas de Castells” sería un bestseller de la literatura catalana. Sin embargo, con los nuevos acontecimientos que nos ha traído el verano, aquella idea cobra un nuevo sentido. Los talibanes están expandiendo a marchas forzadas la población islámica por Occidente. Cabría preguntarse si, más allá de solidarizarse con la tragedia, los europeos del sur estamos preparados para esta nueva –obligada- convivencia.
Vivo en una de las ciudades que menos invasión islámica ha tenido hasta ahora. Cuando salía de ella antes de la pandemia, paseando por Londres por ejemplo, a una se le arrugaban las entrañas al ver que las manchas negras eran una realidad aplastante y que mirar a los ojos a sus acompañantes era lo mismo que establecer un torneo contra una estremecida fiera. If you walk down Piccadilly with a poppy or a lily in your mediaeval hand, que diría Wilde. Lo que sentía se resume en una palabra: miedo. Luego regresaba a mi realidad y todo aquello se pasaba.
Scripta manent, ciertamente “las palabras vuelan, lo escrito queda”. Soy valiente, nací así; así que continúo con mi confesión, que espero que sirva para crear conciencia de la necesidad imperante de que nos preparen mentalmente para esta nueva convivencia. De pronto, la Giralda de Sevilla pierde su campanario cristiano y se queda sólo en alminar. Se tambalean los Cristos y las Vírgenes de las cofradías que sustentan la idiosincrasia actual de mi ciudad. No estamos preparados.
Solidaridad y deseo de justicia, por supuesto que los tenemos; pero que no nos toquen lo nuestro. Ver venir por la calle Tetuán a una mujer envuelta de arriba abajo en pleno agosto con un barbudo en bermudas y chanclas, a unos metros de una nativa con un vaporoso vestido de algodón y tirantas, huyendo del trapo para no pasar calor, es un contraste demasiado intenso para aceptarlo de pronto. Lejos de congeniar esta estampa con nuestro concepto de belleza, y huyendo de esta frívola lectura, lo que hay que aligerar es la asociación de ideas; porque musulmán no es igual a metralleta, a intolerancia, a vejaciones, a sangre y a lágrimas. Sin embargo, desde el 11S este torbellino conceptual se ha acrecentado. La lectura correcta de este artículo es un grito de ayuda para la adaptación, no de auxilio.
Efectivamente, estoy exteriorizando mis miedos y mis reparos a aceptar a esta nueva tribu islámica que asoma abruptamente en mi espacio cotidiano. No creo ser la única que no está preparada, aunque sí de las pocas que se atreva a confesarlo tan abiertamente. Esto es una llamada a las autoridades para que nos ayuden a concienciarnos de esta nueva realidad, a despertar nuestra adormecida tolerancia racial, a disociar miedo y musulmán, a que la cultura y maldad de unos pocos no se generalice a la sonoridad del nombre.
A fin de cuentas, todo empieza con la imagen. Sus elementos característicos deberían quizás refinarse un poco, según los cánones estéticos occidentales. Propongo, por ejemplo, que sus interminables paños sean hechos con unas telas más alegres y actuales, que no ensucien tanto el campo visual de nuestra amada tierra. Como diría aquel: “Ay, morito/morita de mis entretelas, adáptate un poquito, por favor; no es que no te queramos, es que nos das miedo”.