Un Estado serio no puede permitir la infamia de los golpistas en el Congreso

Un Estado serio no puede permitir la infamia de los golpistas en el Congreso

La llegada de los presos golpistas al Congreso más parecía la entrada a una boda o a un bautizo –tal era el relajo de sus sonrisas, el número de cámaras pululando y la facilidad con la que estos individuos hablaban con todo el mundo mientras auto-grababan sus vídeos para las redes sociales, pese a la prohibición del Tribunal Supremo de realizar declaraciones a la prensa–, que un mero procedimiento jurídico otorgado a unos individuos juzgados por unos delitos de extraordinaria gravedad. Ha sido una bufonada “surrealista e irreal”, pero en sentido muy distinto al pregonado por Josep Turull, uno de los protagonistas de la astracanada. La cámara que representa la soberanía popular, convertida en escenario de resonancia perfecto para unas personas en prisión por subvertir el orden constitucional.

Afortunadamente, un Estado de Derecho de plena solvencia como el español tiene instrumentos para protegerse. Lo lógico sería que cuanto antes se ponga en vigor el artículo 21 del Reglamento del Congreso que establece que un congresista será “suspendido en sus derechos y deberes parlamentarios” de hallarse “en situación de prisión preventiva y mientras dure ésta”. Habrá que esperar a que hoy tomen posesión efectiva de sus actas para que la misma cámara que tan generosamente les ha dado la bienvenida, con igual pulcritud democrática les expulse. La señora Batet quedará retratada en su decisión a la hora de poner en marcha, o no, dicho artículo 21.

Lo sorprendente es que hayamos llegado a estos extremos de relajo. No hay que pecar de paranoia a la hora de adivinar la mano política de un Ejecutivo socialista que, cuando menos, ha tolerado esta escenografía. En cualquier caso, sostiene el refrán que “no hay mal que por bien no venga”. Ante escenas como las vividas, difícilmente podrán los golpistas perpetuar la imagen de que España es un Estado represor y autoritario, donde el franquismo continúa campando a sus anchas. La tolerancia mostrada no encaja mucho con una dictadura; quizás sí lo haga más con las repúblicas de corte bananero.

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