¡Eso no es un Congreso!
No sería necesario explayarse mucho sobre lo ocurrido este fin de semana en Sevilla. El que haya acontecido lo que se esperaba que iba a acontecer no debiera ser mucha noticia, y menos aún si ya antes había sido prolijamente comentado. Pero sí ha habido un aspecto que ha llamado la atención, y éste ha sido la rendición absoluta y unánime al exceso, a la hipérbole, a la exageración.
Se presumía que no habría mucha referencia a los casos de corrupción, pero, al contrario, se ha producido una asunción apologética y orgullosa de la misma. Lejos de cualquier autocrítica, reconocimiento de culpa o afeamiento de conductas, se ha exhibido impúdicamente a sus autores: con asientos en primera fila y desatados recibimientos en los que la intensidad de los aplausos era directamente proporcional al número de condenas o imputaciones.
Se esperaban ataques a los adversarios políticos, pero no se contaba con la identificación anacrónica y la culpabilización ridícula, y, a partir de ahí, con la demonización y la exclusión. Empezaron con ataques ya un poco excesivos y un poco injustos, continuó María Jesús Montero llamándolos golpistas, para terminar anunciando Isabel Rodríguez, en lógica apelación guerracivilista, que «acabarán con la derecha». Recordaban a aquella escena de la disparatada película Aterriza como puedas de Jim Abrahams y los hermanos Zucker, en la que se forma una fila de agresivos personajes blandiendo armas cada vez más letales para atajar el ataque de pánico de una pasajera.
También se contaba con que habría acometidas y descalificaciones para jueces y periodistas, pero no con la exhibición de un victimismo de plañideras y la propagación de una retahíla de ataques indiscriminados al Poder Judicial, al que han terminado de acusar abiertamente de lawfare. Por supuesto para el periodismo crítico no hay ninguna concesión; como única contestación a las sólidas evidencias que exhiben los medios (o que informan desde la UCO), no son capaces de salir del sintagma «no hay nada» y de la apelación al fango, que tiene todas las papeletas para ser elegida la palabra del año.
Y también se descontaba que el césar Sánchez tendría su ración de aplausos, pero la exaltación personal ha sido tan estomagante que inducía al vómito a cualquiera que no fuera uno de los mil y pico, bien elegidos y adoctrinados, delegados. El propio García-Page, que cumple tan bien con ese papel de falso disidente que tan buenos réditos le proporciona, debió sentir alipori y no quiso asistir a la intervención final del caudillo; porque como le pasaba a Marilyn Monroe, «en ningún lugar se está tan solo como en una fiesta en la que nadie te habla».
Escuchando al renovado secretario general, es imposible no darse cuenta de que este hombre vive en una constante impostura. Nadie se cree esos cuentos de que se planteó dar «un paso atrás» o lo de «ser víctimas de los odiadores profesionales». No hay otra realidad que su ambición personal, a la que ahora se añade la necesidad de defenderse (a su familia, a su entorno político y a él mismo) de las múltiples acusaciones de corrupción. ¡Bien sabe que defenderse desde el poder es mejor que contratar al mejor abogado!
Por lo demás, muy poco que decir sobre el contenido político del 41º Congreso. La presunta gran obra progresista de la que presumen es un breve compendio de normas de ingeniería social y de medidas económicas, de inspiración populista y comunista, que traen enfrentamiento y desarraigo personal y social, además del incremento del gasto y de la fiscalidad, la pérdida de la productividad y la caída de la renta disponible de los españoles.
A todo lo demás que se han atrevido es a esbozar un documento sobre financiación autonómica en el que se defiende una cosa y su contraria, es decir, reconociendo la singularidad y comprometiéndose con la multilateralidad. ¡Lo que viene a suponer que el trato preferencial a Cataluña sea decidido por todos!
Por otra parte, hasta resulta lógico que en el PSOE no se hable de programas si, al final, para mantener a Sánchez en el poder no hay otro remedio que ejecutar el que le imponen sus socios.
Y para terminar, y ya metidos en jarana, se ponen a cantar puño en alto La Internacional. En ese escenario brilli-brilli y con vaqueros de Armani, hablar de los parias de la tierra y de la famélica legión es un fraude tan grande como levantar en el siglo XXI una catedral gótica en Notre Dame. ¡Qué no es eso Pedro, qué no es eso!, diría el músico Pierre Degeyter.
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