La dictadura de los votos
Yo pensaba que España era, al menos hasta los pactos de Sánchez con el prófugo de la Justicia, los condenados por sedición en el intento de golpe de Estado en Cataluña en 2017, la condenada por enaltecimiento del terrorismo etarra y los peneuvistas atrapados en su propia trampa desatada al apoyar la moción de censura de mayo de 2018, una democracia, donde hay separación de poderes, los ciudadanos viven, opinan y votan libremente y hay igualdad entre los ciudadanos, seguridad jurídica y respeto profundo al ordenamiento jurídico.
Pero, no, Sánchez ha proclamado una nueva etapa con una nueva definición para el régimen en que vivimos. Resulta que, según Sánchez, no vivimos en una democracia, sino en una dictadura, concretamente en una «dictadura de los votos».
No es definición mía, pues yo creo que España es una democracia, la cual está siendo duramente atacada por los pactos de Sánchez, donde se pretende aplicar una amnistía que no tiene cabida en la Constitución, por más que el politizado Tribunal Constitucional vaya a dar el visto bueno; donde se pretende acabar con la separación de poderes al aplicar el llamado lawfare o judicialización de la política, que no es otra cosa que poder juzgar y perseguir a los jueces incómodos mediante comisiones de investigación en el parlamento, comisiones como las que pretenden impulsar Junts y PNV con su registro de petición de las mismas en el Congreso de los Diputados; la celebración de un referéndum de independencia que le van a pasar al cobro a Sánchez los independentistas, como han dejado muy claro tanto Junts como ERC en el debate de investidura; el reconocimiento de las comunidades autónomas vasca y catalana como naciones, que tampoco cabe en la Constitución; la condonación de deuda regional, que pone en riesgo los compromisos adquiridos por una administración y quiebra la confianza en la economía de España; o un sistema de financiación propio para Cataluña, que es inconstitucional.
Todo ello, acaba con el Estado de derecho y erosiona a la democracia, que lucha por seguir siéndolo desde las instituciones que no han sido copadas por el Gobierno, pero que mantiene su lucha para evitar desdibujarse, para impedir que se pierda su esencia, para tratar de que los españoles no perdamos la libertad, la igualdad y el imperio de la ley, para preservar nuestra Constitución y la concordia, legados de nuestra ejemplar Transición, que ha procurado a España los años de mayor prosperidad, desarrollo y modernización.
Pues bien, aunque todo eso está puesto en peligro, vivimos en democracia y queremos seguir viviendo en ella, pero para Sánchez parece que ha empezado otro ciclo al afirmar solemnemente desde la tribuna del Congreso que en España hay una «dictadura de los votos». No sé exactamente qué tipo de dictadura es esa, pero el que sea denominada dictadura ya no puede ser nada bueno. Si, según Sánchez, España es una dictadura de los votos, entonces, cabe inferir que como él es el jefe del poder ejecutivo, es el dictador de los votos. Así y de repente, y según Sánchez, España es una dictadura, concretamente, de los votos, según su propia definición que, por tanto, le situaría a él como jefe de la misma. ¿Significa eso, como decía, que él sería, entonces, de ser cierta su propia afirmación, por analogía, el «dictador de los votos», al ser el jefe del poder ejecutivo de la «dictadura de los votos»? Flaco favor se ha hecho a sí mismo definiendo a nuestra democracia como una «dictadura de los votos», porque él se coloca como jefe de la misma.
Quizás la dictadura de los votos signifique que se emplea una herramienta legal, como es la elección de presidente del Gobierno por el Congreso, pero aunando los votos sólo a base de pactar cuestiones que se salen del marco constitucional, en esa nueva enmienda a la Constitución que parece hacer Sánchez cuando dice que «hay que hacer de la necesidad virtud». ¿Eso quiere decir que si la ley impide llevar a cabo una medida, pero ésta es imprescindible para recibir los apoyos necesarios para que Sánchez sea presidente del Gobierno de los partidos que quieren destruir España, puede uno hacer saltar por los aires el Estado de derecho para conseguirlo? ¿Eso es hacer de la necesidad virtud? Franco dijo, al ser asesinado Carrero, que «no hay mal que por bien no venga». Sánchez dice ahora que «hay que hacer de la necesidad virtud», curiosas afirmaciones, ambas.
A lo mejor la dictadura de los votos significa también que hay españoles de primera y de segunda, como parece quedar establecido tras los pactos de Sánchez con el prófugo de la Justicia y con ERC, donde los españoles dejan de ser iguales ante la ley; donde se impulsa un perdón de deuda regional a instancias de los independentistas catalanes como precio a los votos favorables a la investidura, y donde la deslealtad a la Constitución de los independentistas catalanes se va a premiar otorgándoles un sistema fiscal privilegiado, que acaba con la solidaridad interregional, de manera que Sánchez le va a dar a Puigdemont el dinero de Page y Barbón, por ejemplo, del Fondo de Garantía de los Servicios Públicos Fundamentales, por ejemplo.
Quizás la dictadura de los votos quede representada por ese muro que dijo Sánchez que iba a levantar para separar a unos españoles de otros, como si hubiese españoles buenos y malos. Un muro metafórico -esperemos- se anuncia ahora junto con la «dictadura de los votos» y en Berlín la RDA levantó uno físico, tenebroso, para impedir que los alemanes del este huyesen al oeste. Curiosamente, la RDA se titulaba como democrática, siendo una tiranía comunista.
O quizás la dictadura de los votos signifique que el blanqueamiento de ETA por parte de Sánchez termine por tratar de borrar del recuerdo las décadas de asesinato de los terroristas etarras, mientras estrecha la mano de una condenada por enaltecimiento del terrorismo desde las páginas del periódico en el que trabajaba.
«Dictadura de los votos». Sólo el ver cómo un presidente del Gobierno, aunque en ese momento estuviese en funciones, y candidato a la investidura que horas más tarde alcanzó a lomos de esos tenebrosos pactos, proclama que vivimos en una dictadura, la «dictadura de los votos», da escalofrío. Cabe que haya sido un mal recurso dialéctico el empleado por Sánchez o que, realmente, el subconsciente le haya jugado una mala pasada. Cuentan que el nombramiento de Franco como Jefe del Gobierno del Estado fue alterado por su hermano antes de publicarse en el boletín, eliminando «del Gobierno» y erigiendo así a Franco como Jefe del Estado. Queremos democracia, no dictadura, ni sola ni con apellidos, democracia.
Esperemos que nuestra democracia sea fuerte y logre sobrevivir a este aciago momento en el que nos ha metido, en palabras de Javier Redondo, «el César de las tinieblas», y recobre su plenitud y evite que, en el camino, la proclamada «dictadura de los votos» de Sánchez pierda las tres últimas palabras y quede reducida sólo a la primera.
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