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El día que Harald se negó a casarse con Sofía

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El rey Harald V de Noruega, de 87 años, los mismos que el rey Juan Carlos, es noticia estos días debido a su grave estado de salud que ha obligado a trasladarle desde Malasia, donde se encontraba de vacaciones de incógnito, en un avión medicalizado con seis médicos a bordo. A su llegada a la capital noruega se le realizó una delicada operación para implantarle un marcapasos por su baja frecuencia cardíaca.

Me imagino que la reina emérita lo habrá recordado, ya que fue su primer amor, aunque siempre lo ha negado. Doña Sofia no miente, pero… no dijo la verdad, porque tener amor o amores cuando se está en edad de sufrirlos es normal en toda joven, y también las decepciones. Lo cierto es que la historia comenzó en Estocolmo, en 1958, durante una de las visitas de la familia real griega a los países escandinavos. Sofía tenía entonces veinte años y era una princesa muy bonita. Por ello, no era extraño que en el baile ofrecido por el rey Olav a los reyes griegos, Pablo y Federica, la princesa Sofía bailara incansablemente con el príncipe heredero Harald y sólo con él. Lógicamente, al día siguiente todo Oslo hablaba de la princesa Sofía como la novia de Harald.

Como consecuencia de aquel encuentro, la reina Federica, que era muy casamentera, invitó a Harald a unas vacaciones en la isla de Corfú. Lo mismo haría con Juan Carlos años más tarde, cuando intuyó que podía estar interesado en su querida hija mayor. ¿Que tenía Corfú? Según escribía en sus memorias, «es el lugar más maravilloso para enamorarse».

El crucero ‘Agamenón’

Algo lejos quedaba la historia del Agamenón, aquel crucero por las islas del Egeo organizado en el verano de 1954 por la reina griega –la celestina más grande de la historia– con príncipes y princesas en estado de merecer, con el único fin de perpetuar las relaciones endogámicas de las familias reales de la vieja Europa, para que se conocieran, se trataran, se enamoraran y se casaran. Pero fue un rotundo fracaso. Sólo una pareja llegó al matrimonio, María Pía de Saboya y Alejandro de Yugoslavia, que acabaría en divorcio. Sofía, Harald y Juan Carlos, que también estuvieron en el crucero, eran muy jóvenes, jovencísimos, sólo tenían 16 años.

Pero, volviendo a la invitación de Federica a Harald, ésta intentó que Sofía uniera su vida a la del príncipe, ya que creyó que estaba interesado en ella. Aunque, por lo que sucedió después, sorprende que el heredero noruego aceptara la encerrona.

La estancia de Harald en Corfú duró nada menos que quince días, durante los cuales parecían muy felices. Por las mañanas, se bañaban en el mar y, los dos en bañador, daban largos paseos en lancha. Imágenes de ellos hay.

Quería ser costurera…

Parecía el romance perfecto, pero todo cambió el 9 de junio de 1961, el día que el rey Olav había elegido para anunciar la boda de su hijo con Sofía.
Ese día, Harald comunicó a su padre que no podía casarse con Sofía porque, desde hacía diez años, estaba enamorado de Sonia, hija de la propietaria de un pequeño y modesto establecimiento de confección de camisas en Oslo, que deseaba ser costurera. La sorpresa no sólo del rey sino de todo el país fue de órdago. Pero el heredero se mantuvo firme: «O me caso con Sonia, la mujer que amo, o me quedo soltero». Y se casó, a pesar de que el rey Olav y el Gobierno noruego habían llegado a decirle al joven y enamorado príncipe que la futura reina de Noruega no sería nunca una costurera.

Cuando las campanas de la torre de la catedral de Oslo repicaron el 23 de agosto de 1968 con motivo de la boda –a la que yo asistí– del príncipe heredero, de 31años, y Sonia, de la misma edad, estaban poniendo un jubiloso epílogo a una batalla de una década en la que, por una vez, triunfó el amor.

Han pasado casi 56 años desde que el príncipe Harald prefiriera dar el «sí, quiero» a una humilde costurera que a una princesa real como Sofía. No dejaré de repetir: ¡Qué triste es que la felicidad de un hombre o de una mujer dependan, tan a menudo, de la mujer y del hombre con el que, teniendo la oportunidad, no se casaron.

El gran amor de Juan Carlos

Muchas veces me he preguntado: ¿habría sido más feliz Sofía si Harald hubiera pedido su mano, en vez de plantarse ante su padre, el rey Olav, y decirle aquello de «o Sonia o nadie»? Y el emérito Juan Carlos, ¿sería otra su vida si se hubiera casado con su anterior novia, la princesa María Gabriela de Saboya, el gran amor de su vida? «Tenía que haberme casado con ella», le reconoció a una periodista de la revista francesa Point de Vue. Claro que, en una ocasión, comentando su relación con Juan Carlos, la princesa italiana me dijo: «Yo soy una mujer muy celosa. No le hubiera consentido ¡jamás! sus infidelidades… ¡Le hubiera cortado el cuello!». Seguramente no se lo habría permitido o, mejor dicho, no lo hubiera soportado, pesara o no la carga de la corona. Desde muy jovencita fue siempre una mujer muy avanzada a su tiempo, muy independiente…, razón por la cual al general Franco no le gustaba esta princesa italiana, hasta el punto de impedir que ese noviazgo entre el joven Juan Carlos y ella siguiera adelante. Asimismo, puso reparos, por razones diferentes, a la boda del príncipe con Sofía porque ésta era ¡ortodoxa! Y a Franco lo de ortodoxa le sonaba a ruso, y lo de Rusia a comunismo.

Chsss…

Un juez le califica de psicópata sin límites éticos. Y un magistrado a uno de sus colaboradores de «siervo mentiroso patológico».

«Aquello me dolió y me sigue doliendo». ¡Menuda rentabilidad le está sacando la muchacha a aquel piquito!

Zarzuela asegura que las condiciones familiares de hace tres años siguen vigentes. Yo diría que peor.

«Cuando le conocí, vi la luz», le reconoció al oficiante. Por todo lo que ha sucedido, debieron fundírsele… los sentimientos.

El hijo de un rey tuvo que acreditar que lo era para que le permitieran asistir al funeral por el hijo de la infanta.

¡Lo que faltaba! Ahora el mayor quebradero de cabeza es su mujer.

Mientras la familia asistía, casi en pleno, al funeral por el sobrino,
Él (con mayúscula) viajó a Baréin para felicitar a Sainz. La verdad es que chirriaba un tanto.

Se trata de una cuestión de ética y en su caso de estética.

Un rey con cáncer, una princesa con una enfermedad desconocida y un príncipe heredero desaparecido en un acto oficial sin explicación alguna. La prensa de ese país pregunta, a diferencia de la nuestra que nunca lo hace.
Irán ha censurado su famoso y espectacular culo que tanto le gusta exhibir, borrándolo torpemente de la foto familiar en la que aparece con su famoso marido y sus hijos, pero… sin culo.

A la cárcel le han visitado su actual esposa y… su ex.

Al menos para lavar sus pecados podía haberle acompañado.

Imperdonable, después de vivir en España más de sesenta años, la patética lectura de su discurso en un peor que imperfecto español, atropellado e ininteligible, con motivo de la entrega de la Medalla de oro de la Comunidad Balear.

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