La contundencia era la de Vox

Desde la misma noche electoral del pasado 28 de mayo, la exégeta más importante que han dado nuestras islas de la voluntad general del pueblo balear, la ciudadana Marga Prohens Rousseau, estuvo alardeando contra toda evidencia de haber logrado una «mayoría contundente» que la indujo al autoengaño de concluir que los baleares habían elegido «un gobierno en solitario» del Partido Popular.
Decía tener «más diputados que la izquierda», cierto, aunque en realidad había sacado muchos menos votos. Su exégesis era errónea: fue el hundimiento de Podemos y Proposta per les Illes lo que llevó al PP balear a «tener más diputados que toda la izquierda» para después, en un ejercicio de euforia y arrojo, permitirse dar un salto al vacío y concluir que los baleares habían votado «un gobierno en solitario» de su formación. Contra toda lógica, toda la pepesfera balear aplaudió semejante razonamiento ya que les producía urticaria que Vox pudiera entrar en el Govern.
A la vista del autobombo, la autoconfianza y la prepotencia con los que se estaba conduciendo la ciudadana Marga Prohens Rousseau desde el Consolat, todo parecía indicar que el gatuperio que se había creado en torno a esta «mayoría contundente» tendría más recorrido del esperado y así se disponía a celebrar su muchachada los cien primeros días de Govern del PP.
Hasta el pasado martes que, como saben, Vox devolvió a los corrales, en afortunado símil taurino, al miura del techo de gasto que, con un aumento de más del 7%, proponía lidiar el popularAntoni Costa. Los hechos devolvían a la realidad a un PP balear que hasta el momento se había creído gobernar con mayoría absoluta. La cruda realidad delataba que esta «mayoría contundente» sólo estaba en la imaginación de nuestra campanuda hermeneuta campanera. La única «contundencia» o, si lo prefieren, la auténtica «minoría contudente» era la de Vox. El gatuperio de la «mayoría contundente», como todas las ilusiones con pies de barro por muy respaldadas que estén por el aburridísimo y pesado mundo de la pepesfera, saltaba por los aires. Un bluf.
La sangre no llegará a río y las cosas, probablemente, se van a reconducir en los próximos días para desilusión de una izquierda que el martes estaba exultante. Pero se trata de un aviso en toda regla de Vox, que pide respeto y no ser tratado como un clínex. Tras el varapalo del pasado martes y la debida cura de humildad, las relaciones entre ambos partidos no volverán a ser como antes.
Es cierto que la maniobra de Vox es arriesgada pero también lo es que un partido que sólo ha sacado 26 diputados pretenda gobernar en solitario despreciando a los socios de los que depende, omitiéndoles de todos los logros del Govern en base a acuerdos conjuntos, culpándoles de todos los desencuentros que naturalmente se producen entre dos formaciones distintas y sumándose al coro de sus demonizadores. Idoia Ribas y Patricia de las Heras han demostrado mayor coraje en tres meses que el demostrado en ocho años por los podemitas y no digamos por Lluís Apesteguia, que llegó a la secretaría general de su partido prometiendo una revolución en el Govern de Armengol y ha terminado, como Podemos, como la enésima mascota del PSIB.
No nos engañemos. Todos sabemos, tal como OKBALEARES informó debidamente en su día, que pese a la propaganda de la «mayoría contundente», Vox sólo dio el brazo a torcer a un gobierno en solitario del PP después del compromiso ineludible de Prohens de implantar la libre elección de lengua en la enseñanza balear, una cuestión que la hermeneuta campanera, catalanista ella, había tratado de eludir en toda la campaña electoral. Se trataba de un sapo difícil de tragar para el PP, ciertamente, pero las poltronas a veces exigen pequeños sacrificios. Preguntéselo a Maria Antònia Munar.
Que ni siquiera el PP sea capaz de votar a favor de una Proposición No de Ley (PNL) que no tiene ninguna fuerza jurídica vinculante para el Govern («recados a la madre superiora», se les llama a las PNL por su irrevelancia efectiva) con el único afán de birlar una victoria simbólica a sus socios, indica bien a las claras hasta dónde está dispuesto a llegar el PP en la liquidación de la tiranía catalanista, una tiranía a la que el PP ha contribuido como el que más y que, ahora mismo, sigue en vigor gracias a los auspicios de Toni Vera, el consejero de Educación, que tiene pavor a los sindicatos y a la prensa de izquierdas.
La pasada semana, en una reunión con PLIS Educación y Sociedad Civil Balear en la que le presentamos un listado de propuestas para liquidar el régimen de inmersión lingüística, Vera apenas se comprometió a nada. Ni siquiera se comprometió a allanarse como Administración ante las denuncias que algunos padres habían tenido el coraje cívico de presentar contra el centro educativo de sus hijos y la propia Consejería de Martí March por incumplir la sentencia del Supremo que fija un mínimo de un 25% en español en horario lectivo.
Así ha tratado, de momento, Toni Vera a estos padres, exactamente con la misma displicencia que Martí March. Vera no sólo no ha disipado sino que no ha hecho más que acrecentar las dudas que se ciernen sobre él sobre si es la persona idónea para liquidar la dictadura lingüística y, al mismo tiempo, ideológica en las aulas, convertidas en laboratorios de experimentación social por la izquierda con la anuencia de los populares. Si el PP es incapaz de encontrar a una persona idónea para acometer las profundas reformas que precisa una enseñanza estatal en ruinas, puede siempre recurrir a Vox a los que no faltará al menos el coraje necesario.
Vox no es ni debe ser la muleta del PP para apoyar sus políticas socialdemócratas, catalanistas y ecológicamente sostenibles -menos las que afectan al queroseno de los aviones que llegan a las Islas- para «cambiarlo todo sin cambiar nada».
El único compromiso de Vox es con sus principios y sus más de 60.000 votantes, no con ninguna cohorte de políticos profesionales cuyo modus vivendi o medro personal dependa de los éxitos electorales de su partido. Para eso ya tenemos al Partido Popular, este eterno mal menor al que siempre se puede votar con la nariz tapada.
Por su parte, el PP debería elegir. O más colectivisimo, socialismo, wokismo y catalanismo, ideologías en las que se siente muy cómodo el PP balear no tanto porque crea en ellas (al menos así pensamos algunos, tal vez ingenuamente) como porque sabe que si rechaza combatirlas su propia existencia como formación será tolerada por la izquierda política y mediática a la que tiene un miedo inhabilitante. O libertad, propiedad privada y sentido común, acompañando y respetando a Vox en su lucha cultural contra toda esta bazofia ideológica que comporta la ruina material y espiritual de las naciones. Me temo, sin embargo, que, marca de la casa, no va elegir ninguna de las dos opciones y preferirá lo de siempre, estar en misa y repicando. Depende de Vox que no se salga con la suya.