La campana no va a misa, pero avisa
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Menos mal que ya estamos en marzo, porque los meses que llevamos de este año están siendo imposibles. Entre la sinvergonzonería del inútil hermano músico, las amigas de Ábalos, la desaparición del amago de mujer-catedrática, la indecencia del jefe de los fiscales, las perversiones sexuales de los morados y la pelea entre Trump y el ucraniano, no hemos podido pegar ojo en las semanas transcurridas.
Mi tierra ha querido hacer algo para compensar tanta inestabilidad00 mundial: poner a trabajar a un miembro de esa camada de falsos artistas que tanto han venido triunfando en las décadas pasadas. Resulta que una hermandad sevillana, la de la Macarena nada más y nada menos, le ha encargado su cartel de Semana Santa. Un pintor de éxito, de esos que han apostado por la vía rápida y ha convencido al mundo de que lo que hace se puede llamar arte, ha demostrado explícitamente su incapacidad artística.
Hace unas semanas, fui al estreno del documental que el ayuntamiento hispalense le dedicaba, documental que hemos pagado todos los sevillanos. Tuvo lugar en el antiguo Teatro Cervantes. Invitaba el alcalde y saludarle podía ser divertido, a pesar de su conocida falta de calidez. Al final, llegó tarde y no le vi, porque aguanté en la butaca ¡diez minutos! Estuve a punto de reclamar mi parte económica de aquel alarde de mal gusto al ver semejante búsqueda infructuosa de cualquier pulsión transgresora. Todo estaba abocado a la esterilidad y a la erradicación de la función catártica del arte.
Este pintor representa a la perfección el estereotipo de artista inflado, fatuo, que dio el final del siglo XX. Hay muchísimos, pero él, dado el empeño que su mujer pone en la causa, sigue ahí erre que erre, intentando pasar a la historia del arte como un Murillo o Velázquez de tres al cuarto. De nuevo, la dichosa, desbordada y morbosa subjetividad del artista como reclamo para el consumo de un arte banal. Definitivamente, necesitamos volver a un fondo sólido y armonizado por una sintonía recíproca.
Lo único destacable en este tipo de individuos es su capacidad de convencer a los demás de que lo que ellos hacen vale la pena. Son una pandilla de gamberros, que no han querido dar un palo al agua. Han conseguido vivir del cuento a costa de las arcas comunes, es decir, de todos los trabajadores serios de nuestro país. En ese bocetillo de la imagen de la Macarena, queda clarísimo que el autor no sabe dibujar, como la mayoría de los pintores de finales del siglo XX y principios del XXI.
Creo que va quedando menos para que los culturetillas que siguen adorando a estos falsos artistas, confiando en que algo cambie para mejor, se den cuenta de su limitada capacidad para apreciar la esencia artística de la que carecen, a pesar de que eso signifique que las mamarrachadas por las que pagaron cifras astronómicas se conviertan en algo muy parecido al papel higiénico. Lo que expone actualmente el CICUS es otro claro ejemplo: los restos de una veterana galería, que conforman un perfecto canto al mal gusto y al oportunismo.
Por eso digo que, con este arranque, podemos tener esperanza de que todo mejore. Feijóo, aunque sigue muy calmado, va abriendo los ojos paulatinamente ¡y los tiene muy bonitos! El guaperas de Sánchez demuestra con su aspecto que no lo está pasando bien y las chicas hacen lo que pueden para no bajar de esa cima, sin la que no podrían sobrevivir. En fin, queridos, y siguiendo con mi tierra, las casetas de Feria están en marcha, se nota la cercana primavera en el ambiente. Esto tiene que ir para arriba, así que menos cuentos y más trabajar para, después, ir a divertirnos. La campana no va a misa, pero avisa. Empieza a oler a azahar.
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