Calviño, esa fogosa intervencionista antimercado

Nadia Calviño, esa fogosa intervencionista antimercado
Nadia Calviño, esa fogosa intervencionista antimercado

El pasado viernes se celebró el día contra la violencia machista, esa causa que se ha convertido en el mantra propiedad exclusiva de la izquierda. La manifestación digamos oficialista en Madrid, la impulsada por las feministas recalcitrantes, pero menos, estuvo encabezada por tres ministras del Gobierno: Isabel Rodríguez, Nadia Calviño y Reyes Maroto. Las tres tienen aspecto de cándidas, aunque no lo son. Son militantes irredentas del sectarismo general que abandera Sánchez y que se puede resumir en ‘ni moderación ni tampoco competencia’. Como dirían en mi pueblo, ninguna de las tres serviría para tacos de escopeta.

Isabel, la portavoz, está ayuna del don de la oratoria y también del de la elocuencia. Pero cuando se desinhibe, cuando da rienda suelta a la imaginación, es peor; por ejemplo proponiendo que los medios de comunicación reserven un espacio fijo para publicar las consignas del poder. De Reyes Maroto, titular de Industria, de Turismo y de Comercio se podría decir aquello de «ni una mala palabra ni una buena acción». Entre los sectores bajo su competencia están los dos más importantes del país: el turismo y el automóvil. A los dos los tiene desasistidos y en armas. Tiene una sonrisa cautivadora y unos modos de cierta elegancia, pero su eficacia es equivalente a cero, y además ha demostrado que es una jeta. Designada por Sánchez para disputar la Alcaldía de Madrid a Martínez-Almeida, ha tenido la falta de aseo para permanecer en el Gobierno hasta abril a fin de fortalecer y proyectar su imagen pública, un desafío destinado al más completo de los fracasos.

Pero la peor de este trío es sin duda Calviño. Esta señora, que dio muestras de su lastre biográfico cuando en el último Congreso del PSOE en Valencia subió al estrado e hizo pucheros rememorando su pasión desde pequeña por el socialismo, está dispuesta a hundir el país. Ningún organismo internacional ni entidad privada española se cree sus previsiones, que son críticas para sostener los Presupuestos del Estado. Ha demostrado una incapacidad insuperable para aprovechar los fondos de ayuda europeos y es la punta de lanza de la ofensiva desplegada por el presidente para debilitar hasta el extremo la economía de mercado y generalizar la incertidumbre y la inseguridad jurídica, deteniendo así la inversión empresarial, disuadiendo la llegada de capitales y acabando con cualquier atisbo de sex appeal del país.

Aunque no es comunista, ha aprendido de su compañera de gabinete Yolanda Díaz los métodos estalinistas de negociación cuando tiene un empeño rondándole la cabeza. ¿Y cuál es este? Ella dirá que ayudar a los pobres y joder a los ricos, pero, realmente, todas sus políticas, como las de Díaz, acaban jodiendo a los pobres, perjudicando a las clases medias y provocando la huida de los ricos -que son los que generan actividad y pagan mucho- hacia lares más amigables. En cuanto a los métodos empleados ha elegido el de a punta de pistola. Así se ha conducido con los bancos, a los que ha obligado a reducir las cuotas hipotecarias de los clientes endeudados a tipo de interés variable, que se han venido beneficiando durante los últimos años del precio del dinero a cero sin rechistar. Todo ha ocurrido más o menos como sigue: «Voy a hacer esto con o sin vosotros, o sea que ya veréis». Y la banca, con la reputación destrozada por este Gobierno pérfido, no ha tenido más remedio que tragar para no volver a ser expuesta en la hoguera pública. Pero las consecuencias de esta clase de decisiones son letales para la salud económica de la nación. Acaban con el papel crucial de los precios, que emiten las señales oportunas para que los consumidores se adapten a la evolución del ciclo económico, contrarían la política del Banco Central Europeo en su lucha contra la inflación, presionan para que los altos tipos de interés sigan siendo elevados más de lo preciso, y envenenan la cultura popular, fomentando la irresponsabilidad personal a la hora de tomar decisiones, inclinando a los ciudadanos a las elecciones más inadecuadas  e inconvenientes.

Aquellos que contrataron en su momento hipotecas a tipo fijo, y por tanto más caras, demostrando la prudencia y la cautela propias de la gente sensata, son los grandes olvidados. Pero lo peor es el mensaje que se envía desde La Moncloa. Equivale a la destrucción de cualquier tipo de incentivo sano, algo así como: haz lo que te dé la gana, que si vienen mal dadas ya te salvaré yo. Naturalmente con el dinero de los demás, bien a través de los impuestos, bien, en este caso, a cargo de los accionistas de las entidades financieras, los grandes convidados de piedra, igual que ha sucedido con el inicuo impuesto sobre los falsos beneficios extraordinarios; o a costa de los accionistas de las empresas energéticas, igualmente castigados simplemente porque las compañías en las que han invertido son cada vez más eficientes.

El último asalto en el que implícitamente ha participado la señora Calviño ha sido la aceptación de la enmienda de Bildu para seguir topando los precios de la vivienda en alquiler, a la que podría haber puesto pegas de sentir algún rasgo de cariño por la economía de mercado. Las consecuencias de este error serán gravísimas. El ataque inmisericorde a los propietarios de pisos reducirá la oferta de vivienda en alquiler en un momento en que la demanda es elevadísima, y condenará sobre todo a los más jóvenes y a las clases más desfavorecidas a penar sin éxito en busca de un acomodo que difícilmente van a encontrar. En esto consiste la política social de este Gobierno. Ideológicamente antimercado, nada ‘business friendly’ -o proclive al mundo de los negocios-. La pandemia ha agravado la fiebre intervencionista del señor Sánchez, su pasión por la supremacía del Estado y del sector público, su desdén por la iniciativa privada y el juego espontáneo, vivificador y corrector del mercado, así como fortalecido su vocación indeleble por arreglar a martillazos cualquier coyuntura que no le gusta o no se adapta a sus dictados. Es una situación terrible a la que se ha llegado con la colaboración fogosa e inestimable de la señora Calviño, la de la pancarta del viernes, la que dice proteger a cualquiera menos a aquellos que podrían empujar la economía del país, generar empleo y hacer la nación más habitable y feliz.

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