El as en la manga que se guardan los demócratas si gana Trump
Todos tenemos la experiencia de aquel conocido o potencial pareja que encabezaba con la lectura sus preferencias de ocio, o esos viandantes encuestados sobre sus gustos televisivos que siempre veían documentales en La 2, aunque luego Sálvame arrasara en el share y la biblioteca de nuestro amigo cupiera entera en un cajón.
A estas alturas no hace falta, creo, repetir que las encuestas electorales rara vez son descriptivas y siempre son prescriptivas. No hay, como en la lotería, una mano inocente que nos ofrezca desde un distanciamiento angélico, por la pura bondad de su corazón, los resultados probables de una contienda en la que tanto se juegan todos. La gracia está siempre en animar a las tropas de los propios y desmoralizar a los contrarios.
Y ni siquiera hace falta mentir, que un buen profesional de la demoscopia es el capaz de hacer decir al público lo que conviene sin necesidad de autopucherazos. Por eso es fundamental ignorar -o, en el mejor de los casos, tomar con un grano de sal- lo que diga la gente para observar lo que hace en la práctica, sobre todo si pone piel en el juego, por usar la expresión anglo.
Lo importante es lo que la gente hace de verdad con su tiempo y con su dinero, con lo que valora: ahí es donde expresa sus verdaderas preferencias. Del mismo modo, entre una encuesta aleatoria donde el que responde no se juega nada con lo que dice y una apuesta, me quedo con lo segundo.
Y por eso, al menos en las elecciones norteamericanas, mi encuesta favorita es la de los mercados de apuestas. Ahí uno no se juega fichas del parchís, sino su dinero. Y ahí Trump le está sacando una holgada ventaja a la inarticulada Harris.
En uno de los más potentes, Polymarket, las apuestas a día de hoy dan un 54% del voto a Trump, frente al 45,4% de Harris.
Por lo demás, una reciente investigación dirigida por Harry Crane, profesor de estadística de la Universidad Rutgers, confirma que el mercado de predicciones de apuestas era más preciso que el pronóstico de las encuestas tanto en las presidenciales como en las elecciones al Senado, a la Cámara de Representantes y al puesto de gobernador. «El sentimiento es lo que miden las encuestas, la precisión y la verdad son lo que los mercados buscan medir», explica.
La diferencia clave está en que las encuestas preguntan a las personas quién quieren que gane, y los mercados preguntan a las personas quién creen que ganará a través de un modelo de incentivos económicos, que los recompensa por un análisis preciso. A los apostadores no les importa qué candidato quieren los demás que gane; les importa quién ganará, lo que hace que los mercados sean más precisos.
En esta campaña, Kamala Harris nunca contó absolutamente nada. No es culpa suya, no es que sea una indocumentada con un cerebro político vacío y unas querencias izquierdistas que meten miedo. Podría haber sido Biden (ya fue Biden, de hecho), o Josh Shapiro, o Michelle Obama. Da igual: estas elecciones tienen un solo protagonista, Trump, es un referéndum sobre Trump, y se trata de ver si son más los que le odian que los que le aman.
En sus últimas declaraciones, la defenestrada Victoria Nuland, arquitecta en su día del golpe del Maidán en Ucrania y una de las caras más reconocibles del Estado Profundo, dijo con aterradora seguridad que «Trump no volverá a ser presidente». No me lo tomo a la ligera.
Sus poderosísimos oponentes han dado muestras desde 2016 hasta hoy de que están dispuestos a cualquier cosa, cualquiera, con tal de que no venga Trump a estropearles la fiesta. La han hecho de todos los colores, maniobras sin precedentes en la historia de Estados Unidos, y no es improbable que tengan previstos algunos trucos más en caso de victoria electoral del neoyorquino.
Incluso si Trump gana las elecciones con 270 o más votos electorales, los demócratas guardan aún otro as en la manga. Si los demócratas recuperan el control de la Cámara de Representantes, entonces el 6 de enero de 2025 la nueva Cámara controlada por los demócratas podría aprobar una resolución que declare a Trump un «insurgente» y descalificar sus votos electorales bajo la Sección 3 de la 14ª Enmienda.
Kamala no tendría los 270 votos electorales necesarios para ganar. Esto haría que la elección del presidente quedara en manos de la Cámara de Representantes, que votaría como delegaciones estatales, no como individuos. Según la Enmienda XII (1804), sólo Kamala Harris podría recibir votos para presidente, suponiendo que Trump fuera descalificado y ningún otro candidato obtuviera ningún electorado.
Otra opción es que las delegaciones estatales controladas por los republicanos en la Cámara de Representantes boicoteen la votación presidencial, en cuyo caso no habría quorum.
Y ahí se abre una terrorífica caja de Pandora que podría traducirse en un verdadero caos en Estados Unidos. Sigan atentos a sus pantallas.