Artículo 8

artículo 8

Pregunto: ¿está garantizada (en este momento) la soberanía y la independencia de España? ¿Está garantizada también su integridad territorial y el ordenamiento constitucional? Nuestro texto supremo, nuestra Ley Fundamental, está compuesto por 169 artículos, amén de cuatro disposiciones adicionales, nueve transitorias y una derogatoria. Todos/as obligan igualmente a su cumplimiento, ninguna ha sido anulada desde su aprobación por referéndum nacional en diciembre de 1978, en consecuencia todas están en vigor y son absolutamente precisas para que los entes, instituciones y entidades nombradas en la Constitución sean respetadas con todo rigor.

Pues bien; acudan, lectores, por favor, a la letra del artículo 8 que reza -debo repetirlo ahora textualmente- lo siguiente: «Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional». Como se comprueba, lo inscrito en este artículo no es ni una sugerencia, ni un consejo; es una misión que puede ser -y lo es- sinónimo de obligación.
Este cronista conoce perfectamente el enorme peligro que encierra el hacer referencia a este mandato constitucional.

Habrá quienes, los más desvergonzados, que nos acusarán, poco menos que de alentar, excitar a los Ejércitos a perpetrar un golpe de Estado, rudo y eficaz en sus designios. Somos, claro, fachas. Otros, más moderados, los que, con perdón, se la cogen con papel fumar, reaccionarán diciendo cosa así como ésta: «Pero, ¡por Dios! ¿Quién nos manda invocar a los militares». Unos terceros, no se sabe en qué cuantía, dirán que “ya estamos tardando” pero, desde luego, asumirían una deriva incompatible con la propia Constitución. O sea, involución propia. Y naturalmente no estamos en eso.

El golpe de los espadones del 81 vacunó a los militares contra las aventuras sucesivas del XIX y más próximamente el alzamiento de Primo de Rivera en el 23. Allí, en la reunión que mantuvieron el día 24 de febrero de 1981 los líderes partidistas con el Rey quedaron claras dos cuestiones: que fuera de la Constitución, nada que hacer, y que había que emprender toda una revolución castrense para conducir a los profesionales de la Milicia a labores propias de los tiempos. La entrada en la OTAN ayudó a ese menester.

Así ha sucedido durante lustros, de manera que hemos tenido que inventar incluso otras labores para tener a nuestros militares en plena forma. Por ejemplo, la Unidad Militar de Emergencias, acogida en principio en los cuarteles con gran cautela porque se la creyó, y así se decía: “mano de obra barata”. Luego ha resultado un éxito cumpliendo con encargos que, en todo caso, pudieran ser efectuados por otras instituciones. Protección, Civil, Bomberos, diversas Policías… Además, en el exterior nuestra pertenencia a la Alianza Atlántica nos ha conducido full time a actuar fuera de España, África y Asia… y con toda seguridad, tambièn recientemente en Europa, Ucrania.

Ahora mismo la imagen que tenemos los españoles es la de unos profesionales perfectamente preparados, ingenieros de no se sabe cuantas cosas, que son vitoreados allí donde acuden, pero que aquí en España, solo son visibles en un par de ocasiones al año: el Desfile de la Fiesta Nacional, y el Día de las Fuerzas Armadas. Tan es así que muy pocos analistas atribuyen ya a nuestros Ejércitos la misión, muy por encima de las citadas, de garantizar constitucionalmente nuestra soberanía y la integridad patria. Eso resulta fascismo, Nadie cree, porque ya el precepto parece arrumbado, que esa es una «misión» (textual) que deben cumplir los tres Ejércitos.

Pero, claro, el problema estriba en este momento, en saber cómo deberían actuar nuestros jefes militares ante tres desafíos perfectamente identificables: el acoso a nuestra totalidad territorial exhibido por los segregacionistas de vario pelaje, desde los pasteleros catalanes a los terroristas vascos, la invasión de las instituciones (ya no existe una sola sana) y la falta de respeto a nuestro orden constitucional, al que Sánchez no se siente concernido. ¿O es que nuestra identidad nacional, la surcada durante siglos, no está siendo atacada y subvertida por los citados? ¿O es que estos mismos, con mayor o menos gradualidad, no se están cargando el concepto mismo de España «Patria común e indivisible de todos los españoles» (artículo 2).

Lo terrible es que los barreneros, los filoterroristas de Bildu y demás ralea, y los tocapelotas permanentes del secesionismo indómito gozan de un aliado determinante: Pedro Sánchez Pérez-Castejón. El destrozo nacional, la voladura de la Nación más antigua de Europa no es únicamente una hipótesis manejada por los revolucionarios de porro y pacotilla de la Facultad de Políticas de la Complutense de Madrid; no, es una realidad, un objetivo, desde luego, de estos menesterosos, pero, sobre todo, de los partidos que mantienen en La Moncloa a un sujeto sin escrúpulos.

La España que resiste, pero no grita y apenas se echa a la calle, guarda sólo la esperanza de que algunos jueces sigan siendo el último muro que no se deja morder por esta cuadrilla de forajidos. Pero, a ver: ¿vamos a dejar que los jueces sean los únicos que den la cara contra estos enemigos? Y eso, además, teniendo en cuenta que no podemos contar con muchos de ellos, por ejemplo, los del Tribunal Constitucional que han infectado de basura ilegal y antidemocrática todas sus actuaciones. Entonces a lo que vamos: ¿qué pueden hacer los Ejércitos en esta hora tan comprometida para la pura existencia de España en un momento de clara emergencia nacional? Pues de entrada hacer lo que no hacen: manifestar por todas las vías posibles su incompatibilidad con lo que está pasando.

Ahora mismo contemplamos a nuestros jefes militares casi como asistentes disciplinados de la ministra de Defensa. Nada más. Mucho uniforme lucido en fiestas y mucho traje de campaña con casco azul de la la ONU. Nada más. Curiosamente, sobre todos ellos ni siquiera el jefe de Estado sostiene alguna jerarquía práctica, de modo que el papel de nuestras Fuerzas poco se relaciona con lo que las ordena la Constitución.

Los Ejércitos forman parte de la sociedad civil, de esa que está asistiendo en silencio, casi de complicidad, al derrocamiento de la democracia, a la instrumentalización de los tribunales, a la colonización grosera de las instituciones, a la agresión sostenida al sector privado. Lo que está ocurriendo en España es el uso del poder alcanzado por el raíl democrático para convertirlo en una autocracia ultraizquierdista. La España que abjura del sanchismo ha entregado la cuchara, se ha plegado, se ha conformado porque, al fin y al cabo, «a este tío no nos lo vamos a quitar de ahí, así que vámonos a la playa».

En esta situación, la ausente sociedad tiene que tirar de palabras rotundas: las academias, las universidades, los colegios profesionales, los medios de comunicación están llamados, a lo que un elocuente intelectual, Javier Cercas, ha llamado «insumisión». El Ejército tiene un ineludible papel constitucional. El artículo 8 lo retrata, mirar a otro es incumplir su función.

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