Arde Sevilla
Con este título, comprendo que alguien piense que voy a aludir al incendio que se produjo el pasado sábado en el Auditorio de la Cartuja. Llamas de seis metros de altura, liberando calor y luz, en un punto de la ciudad; mientras en el otro extremo tenía lugar un concierto de hiphoperos desquiciados, que gritaban para autoconvencerse de que no están acabados, poseídos por las drogas de la avaricia y la desesperación, conscientes de que reúnen suficientes pecados como para caer en tropel hacia ese lugar que es «más triste que la muerte».
El congreso sanchista que nos ha tocado padecer en Sevilla este fin de semana no ha tenido desperdicio. Los mismos actores de siempre, no ha habido renovación de cartel. Bajo una bóveda rojiza sin estrellas, se excitaron falsas esperanzas a través de horribles discursos con voces destempladas y coléricas. Algazara y palmadas daban forma a una especie de tumulto, que retumbaba con alaridos de un grupo sectario auténticamente peligroso y macabro. Parecía que brotaba sangre fresca de ese rojerío carente de ideología y dignidad que todo inundaba.
La siempre desagradable a la vista y al oído Montero ejerció de anfitriona, junto al «maestro». A fin de cuentas, ella estaba en su tierra, por mucho que nos avergüence a otro tipo de sevillanos, menos escandalosos, por decirlo suavemente. El «maestro» llegó a Sevilla embebido de la lección patria que sentenció otra andaluza visceral: Isabel Pantoja, antes de ir a la cárcel por sus chanchullos económicos con el entonces alcalde marbellí. Acuérdense de la famosa escena: «Dientes, dientes, que eso es lo que les jode». Esa ha sido su actitud, quizás premonitoria de cómo se desencadenarán los hechos.
La fiel y breve cohorte que el «maestro» ha decidido mantener ha ejercido como perfecto enjambre de avispas y moscas, repitiendo sus cansinos mensajes, que claramente son gritos desesperados por sobrevivir. «Os he de reconocer que en estos últimos meses he meditado mucho qué hacer con mi vida», ha admitido con intenciones de victimización. Hijo mío, qué oportunidad perdida para irte a tomar viento fresco a la sierra o para perderte un poco por el mundo, antes de que la justicia tome cartas en el asunto. Hubiera sido maravillosa tu desaparición, ¿qué es lo que ha hecho que te quedes? ¿tu ambición, quizás? ¿No saber dónde caerte muerto? Danos los motivos, «maestro», queremos seguir aprendiendo de ti.
Pero, sin duda, el momento álgido del congreso fue cuando se abrió el cielo de la carpa y una lluvia dorada de espléndida sonrisa -al mismo estilo «dientes, dientes»- hizo que la rubia más imputada de Europa descendiera cómo un ángel que llegaba para bendecir el encuentro socialista. «Soy el hada madrina, vengo para iluminar con mi bondad y mi belleza este lugar». Abrazos, besos, más achuchones, más besitos. Ha faltado que el matrimonio fornicara en al altar de sus deseos y ambiciones. No podemos olvidar aquel «soy un hombre enamorado», con tono sufriente. Con la llegada de ella, el furor de la muchedumbre allí apiñada crecía y se dilataba. Más música bakalaera, más aplausos, más droga de la pasión, todo al rojo vivo. Qué momento.
Voy a ir bajando pulsaciones, porque me estoy emocionando por habérmelo perdido y ¡eso que estaba en Sevilla! No pude ir, tenía otros compromisos más castizos. Tres días de fraternidad socialista apasionantes, inolvidables, lleno de un optimismo ardiente y fogoso. Este hombre tiene pilas alcalinas, y ahora dice que va a crear una empresa pública de vivienda, se le olvidó señalar cuántas de ellas serán para él y su familia. Mientras tanto, la oposición no toma medidas más agresivas; pero esto es un tema aparte.
Quiero terminar con alegría, como si bailara bulerías, que para algo este texto habla de mi tierra. Y recordarles que arranca diciembre y que esto se acaba, otro añito al lomo. Para rematar de manera humilde y cariñosa, cojo prestadas las palabras de aquel periodista de El Baluarte de Sevilla, Rodríguez La Orden: «¡La eterna paz sea con ustedes y conmigo, que ya he trabajado bastante!».
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