Año III del César Sánchez, ‘El Dadivoso’

El 40 Congreso del PSOE le ha salido a Sánchez a pedir de boca. Todos entregados. Hasta tal punto que el “dios” del otrora socialismo hispano, Felipe González, tuvo que pedir, implorante, al nuevo César, que permitiera siquiera la crítica interna “desde la lealtad”, of course. Creíamos, desde la Constitución, que la democracia interna en los partidos era una condición sine qua non para ser legales y, precisamente, democráticos. Desde luego, parecerlo.
Tras el cónclave de los mil años en el poder, los más cercanos al presidente susurran al oído del César que se pueden hacer las cosas con el mismo oropel, más baratas y con algo más de seriedad que en la época Redondo, el caído en desgracia y a estas alturas risible.
Bien. Al asunto. Envuelto ya por completo en celofán de colores -aún desde el mismo instante de instalarse en donde no quiere salir- Pedro Sánchez no se permite abrir la boca si no es para repartir millones por doquier. A los parados, a los autónomos, a los pequeños, medianos empresarios, a los enfermos presa de enfermedades raras, a los inmigrantes de cualquier condición, a los estudiantes con suspensos, a los investigadores en precario, a los plataneros de La Palma, a los escritores fracasados…
Millones, más millones; subvenciones, dádivas graciosas del César de cartón. Así, día tras día, discurso tras discurso, tarde y noche. Moncloa se ha convertido en una mina de oro de la California española hasta el punto que sus colegas europeos se pregunten esto: “¿De dónde saca el muchacho para tanto que destaca?”.
¿De los Fondos Europeos? Pero si le ha dicho Joaquín Almunia, en pleno Congreso PSOE, que son calderilla para lo que se viene encima… No hay otra, del déficit y la deuda pública. No hay otra.
La realidad es tozuda. A la misma hora en la que los compromisarios socialistas ponían la corona de laurel en la frente de Pedro, el dadivoso, los trabajadores de Alcoa (Lugo) tomaban las calles de Galicia para advertir de su inmarcesible paso hacia el paro. Al mismo tiempo que el gran conducator prometía el oro y el moro, el precio de la energía cuestionaba hasta la mínima cifra blandida en su coronación. Incluso, oiga, el gran César se atrevía a prometer lo que ni siquiera Vladimir Putin está en condiciones de garantizar: que habrá suficiente suministro de gas ante el próximo y crudo invierno que llega a marchas forzadas.
Da lo mismo. Hasta el momento le ha ido bien. Sus tres años largos de poder han sido una constante en la promesa y el ofrecimiento, luego incumplido. El César Sánchez camina feliz y confiado sobre el panem et circenses de sus homólogos romanos cada vez que surge cualquier problema o demanda. Entró un día victorioso en Roma y hoy en su pedestal se mantiene. Mañana ya veremos…
Mientras tanto, en su residencia oficial, debe cambiar el cartelito de entrada. Debe figurar en lugar de Presidencia del Gobierno, este: “Oportunidades Sánchez”.