Opinión

Afrodita, pechos fuera

  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

A propósito de la que se ha liado en el Club de Golf de la Moraleja, ya saben, financiero de cincuenta y tantos enfadado con su ex que aparece con una escort de 25 (desbolingada) en la piscina del club familiar dispuesto a ofrecer un show inolvidable (y viralizable) con el que ¿vengarse de ella?

En fin, la rabia nos enfrenta con el idiota que llevamos dentro, pero reabre un encarnizado e hilarante debate deliciosamente estacional. Ese que no se para de abrir ni cerrar nunca. ¡Pechugas!, ¿para qué os quiero? Diría hoy Frida Kalho…

¿Por qué pecho de hombre, pezón de hombre, sí y pecho de mujer, pezón de mujer, no? ¿Qué hay de escandaloso en el de las mujeres? La respuesta no es sencilla, todo parece sencillo (para un simio) y todo es muy complejo en realidad, hasta un tablero con cuatro patas, como decía C.S. Lewis, donde el contexto es importantísimo. Como dice mi amigo Galo Mateos, hay dos mundos, el artístico y el convencional.

Personalmente, me gustó mucho el vestido rosa transparente que lució la actriz inglesa criticadísima Florence Pugh mostrando ambos pechos para acudir al desfile de Valentino en la Plaza de España de Roma.

Lucir los pechos al aire es envidiable, cachondo, desconsiderado con los (y las) que no pueden posicionarse con mayor naturalidad (algo que lo hace más atractivo y voluptuoso) y, por lo tanto, a pesar de los pros, inadecuado.
En el mundo occidental en general la carga semántica tetil masculina y femenina no tienen nada que ver (y no me refiero a lo sexual) que también, hablo de estética …

En efecto, amigues, a casi nadie escandaliza hoy una mujer en un restaurante (o club) enseñando los pechos (ni tampoco enseñando un piercing en el clítoris), sin embargo resulta feo.

No creo, querida Rigoberta, que nadie le tenga «miedo a nuestras tetas», demasiada afición, diría, porque son divertidas (como el incidente de la Moraleja) mágicas, poderosas, excitantes, parque de atracciones público y privado, dadoras de vida y elixir…. Y no, no son como las de los hombres, y «sería una pena que las mujeres escribieran como los hombres, o vivieran como los hombres, o parecieran hombres, porque si apenas dan abasto dos sexos, considerando la amplitud y variedad del mundo, ¿cómo nos manejaríamos con uno solo? ¿No debe la educación desarrollar y reforzar las diferencias, más bien que las similitudes?».

Me resulta curioso que las feministas de cuarta ola que no se sacan de la boca a Virginia Woolf y su Habitación Propia ignoren este y otros párrafos del libro ¿lo habrán leído?

¿Sería un avance social ser iguales a los hombres? ¿Y que nuestros pechos fueran considerados como nuestras rodillas o narices? ¿A quién le interesan los, ornitorrincos, pezones masculinos?

La estética siempre está sujeta a la ética y la ética a la moral, y ésta siempre a las costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una determinada comunidad o circunstancia.

Sí, ya sabemos que, en las tribus africanas, las mujeres lucen los pechos descubiertos y los hombres no están mirándolos babeando… La moral está inevitablemente unida al ambiente sociocultural, por tanto, es ridículo compararnos con otras regiones y sociedades «exóticas». Lo cierto es que las cuestiones morales nunca son absurdas, igual que tampoco lo son las cuestiones estéticas y no es necesario que haga un repaso por la historia física y simbólica del pecho femenino a lo largo de la antropología, la cultura y el erotismo humano.

Por cierto, Instagram no censura pezones por mojigatería… que no vivimos en La letra escarlata, en la puritana Nueva Inglaterra de principios del siglo XVII, no, vivimos en el régimen de Kamala Harris, proabortista y androfóbica convencida. Una puede sacarle los dos ojos al vecino en el ascensor con sus pezones si su pequeño tragoncete tiene hambre, donde la principal materia que imparte la educación pública a nuestros hijes es el «folle bien y no mire con quién».

La censura antipechugas en Instagram no viene del escándalo o el temor a la excitación sexual, si acaso es a nuestra majadera interpretación de la naturalidad, a nuestra espontaneidad mal entendida, al mal gusto y a la invasión de la fealdad y la impudicia.

Imaginen, amigues, que cualquiera pudiera salir en pelotas en las redes… ¿Y luego? ¡Basta de identificar feminismo con fistrismo, progreso con provocación inmadura o empoderamiento con trastorno límite de la personalidad! Todo para para satisfacer las necesidades de modernidad de pseudo progres moderadamente formados.