Adoradores del odio

El odio es un becerro de oro para los radicales. Credo de quienes se manejan en democracia amparados en la inaceptable costumbre de tratar de imponer sus ideas a base de violencia. Da igual si los energúmenos están escorados a una u otra esquina de los confines políticos. Al final, la dialéctica de los puños siempre es execrable, sea cual el nombre concreto. En ese sentido, la juez hace bien al enviar a Alejandro Espín Sogo a prisión. Su caso demuestra que ningún posicionamiento político encuentra justificación a través de la violencia. Espín participó junto a otras seis personas en la brutal paliza a una chica que llevaba una bandera de España. La imagen de esta persona tendida en el suelo mientras recibía golpe tras golpe emparenta a los autores con los animales. Y es que, al fin y al cabo, la violencia es siempre un recurso propio de incompetentes. Personas que en muchos casos, y a pesar de su misantropía subconsciente, tratan de buscar acomodo en las instituciones públicas.
El propio Alejandro Espín se presentó como número 9 de la marca blanca de Izquierda Unida en la localidad murciana de Cehegín durante los comicios municipales de 2015. De ahí que su acción sea aún más grotesca si cabe. La Policía asegura que esta agresión obedece a un enfrentamiento entre diferentes facciones de corte radical. Un motivo que desde luego no justifica el hecho de que siete personas participaran, por acción u omisión, en el linchamiento de otra. Por desgracia, el comportamiento exacerbado que exhiben ciertos partidos en sus intervenciones públicas fomenta un caldo de cultivo que se instala en la calle de manera distorsionada. De ahí que sea necesario apelar a la responsabilidad. Esas formaciones han de basar su actividad en argumentos e ideas y no en veleidades. De otra forma aumenta el nivel de tensión en la sociedad y afloran grupúsculos violentos que toman la justicia por su mano. Una tendencia que no lleva a ninguna parte. Basta con recordar el clásico: «La violencia sólo engendra violencia».