Al plan fiscal de Trump le falta recortar gasto

Trump, Donald Trump, Estados Unidos

El nuevo plan fiscal propuesto por Donald Trump, aunque revestido de un envoltorio liberalizador, es en realidad una fórmula fallida para una economía que requiere responsabilidad fiscal y estabilidad institucional. Trump vuelve a plantear una bajada de impuestos agresiva, particularmente en el impuesto de sociedades y en los tramos altos del IRPF, cosa que está muy bien y es el camino correcto para dinamizar la economía, pero es un plan incompleto.

Lo primero que debe señalarse es que bajar impuestos sin recortar gasto público no es política liberal, sino populismo presupuestario. Trump no plantea ninguna reforma estructural de recorte del gasto. Más bien al contrario, insiste en mantener partidas deficitarias. Así, el supuesto liberalismo se transforma en una expansión keynesiana encubierta, que será un fracaso, como le pasó a Truss. Por eso, es esencial esa segunda parte, la que implica la reducción del gasto público.

Ese problema ya lo tuvo en su primer mandato, debido a que el recorte de impuestos no vino acompañado de una disciplina presupuestaria, lo que disparó el déficit estructural incluso antes de la pandemia. De ahí que ahora las promesas fiscales del expresidente se deban mirar con escepticismo: no se puede crecer ni atraer inversión a largo plazo cuando se siembra incertidumbre en la sostenibilidad de la deuda pública.

Por otra parte, su discurso proteccionista, con amenazas de nuevos aranceles y una guerra comercial con China como telón de fondo, contradice las bases del comercio libre que deberían acompañar a una reforma fiscal liberalizadora. Sin apertura comercial y competencia internacional, las rebajas fiscales pierden impacto y se convierten en privilegios sectoriales o prebendas.

Por último, el carácter personalista de la política económica de Trump no ayuda. En lugar de construir un marco jurídico claro, estable y previsible, improvisa medidas según el calendario electoral o la coyuntura mediática, desincentivando el ahorro y la inversión a largo plazo, y minando la confianza de los agentes económicos.

En resumen, el plan fiscal de Trump no es un programa liberal, sino una caricatura del liberalismo: baja impuestos sin reducir el Estado, lanza promesas de crecimiento sin fundamentos reales y socava el marco institucional con decisiones arbitrarias. Como diría Hayek, la libertad económica requiere reglas estables, no impulsos de corto plazo.

La economía que Estados Unidos necesita no es más ruido populista, sino rigor, reformas estructurales y verdadera libertad. Eso es lo que hará crecer a Estados Unidos, no un proteccionismo empobrecedor y una ausencia completa de recorte del gasto. Todavía tiene tiempo para rectificar. Si no lo hace, habrá dañado de manera importante a la economía de Estados Unidos.

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