Absoluto Sánchez
Hay que ser muy, muy, muy autócrata, autócrata con ínfulas de dictador, para despacharse con la frase que Pedro Sánchez se largó anteayer en el día menos adecuado —6 de diciembre— y en el lugar menos indicado —el Congreso de los Diputados—:
—Estamos sufriendo un acoso por tierra, mar y aire en el ámbito político, mediático y judicial—.
Ningún mandatario de la Unión Europea se atrevería a soltar públicamente esta salvajada que constituye un auténtico ataque a la independencia de los otros poderes del Estado, una declaración de guerra en definitiva. Esta parrafadita está a la altura de un Hugo Chávez, el de la Venezuela previa al golpe judicial de 2005 —luego ya no le hizo falta porque era un narcodictador con todas las letras—, de un Daniel Ortega, de un Vladimir Putin o de un Recep Tayyip Erdogan. Jamás de los jamases se le ocurriría a Macron, a Scholz, a Meloni o a Starmer. Ni siquiera se la plantearían mentalmente a sabiendas de que el pollo que se montaría se los llevaría literalmente por delante. Estas cosas no se perdonan al norte de los Pirineos.
Es el típico enunciado del autócrata ladronzuelo que se pone farruco porque el poder judicial ejerce su constitucional función de contrapeso. Lo que en las democracias de toda la vida de dios se ha dado en llamar check and balances o, lo que es lo mismo, controles y equilibrios. No hay un poder absoluto sino tres poderes, o cuatro si agregamos al mediático, que se marcan estrechamente los unos a los otros en una suerte de círculo virtuoso que aleja el fantasma del absolutismo.
Pedro, si 30 jueces han encontrado indicios delictivos en tu mujer, tu hermano y media cúpula del Gobierno y del PSOE es que hay madera
Pedro Sánchez olvida que sólo en regímenes tiránicos el gobernante está por encima de la ley y que, a contrario sensu, en democracia todos somos iguales ante esa señora con balanza y espada que es la Diosa Justicia. No es un acoso, es simple trabajo de las instancias jurisdiccionales que si mirasen a otro lado estarían incurriendo en un delito de prevaricación de tomo y lomo. No, Pedro, no te tienen manía, cuando hasta 30 jueces han encontrado indicios delictivos en tu mujer, tu hermano y media cúpula del Gobierno y del PSOE es que hay madera. La tirria se puede circunscribir a un magistrado, no a 30, es tan obvio que se me antoja casi un insulto a la inteligencia recordarlo.
Lo que sí constituye acoso por tierra, mar y aire es el que padece en silencio, en las más absoluta de las soledades, Juan Carlos Peinado, el instructor de la causa sobre las corruptelas de Begoña Gómez. Le han llamado de todo y por su orden. Desde «prevaricador» hasta «ultraderechista» por osar imputar cuatro veces a la mujer del presidente del Gobierno. Pero, claro, cuando la investigación te la avalan tanto la Audiencia Provincial como el Tribunal Superior de Justicia de Madrid está claro, más allá de toda duda razonable, que nadie ha cogido la matrícula a la pareja monclovita, que lo de la ojeriza es una excusa de mal pagador y que aquí hay tomate. Idéntica conclusión hay que extraer de las pesquisas que dirige en Badajoz la juez Beatriz Viedma y que hasta el momento se han saldado con cuatro imputaciones al hermanísimo David Azagra.
Lo de Sánchez el viernes en sede parlamentaria en pleno Día de la Constitución constituyó un peligroso aviso, un indisimulado ‘putsch’
Tres cuartos de lo mismo se puede colegir de la instrucción que se sigue en la Audiencia Nacional de las extorsiones sufridas por Víctor de Aldama por los Santos Cerdán, Carlos Moreno, Ábalos, Ángel Víctor Torres y cía. No veo yo tampoco a los jueces Santiago Pedraz e Ismael Moreno y a los fiscales Luis Pastor y Alejandro Luzón en esa confabulación de la que hablaba el cínico que todavía preside el Gobierno de España. Lo del viernes en sede parlamentaria en pleno Día de la Constitución fue un peligroso aviso a navegantes, un indisimulado putsch apostillado por otro enunciado que da literalmente miedo. Puro matonismo:
—Ese acoso se volverá contra los acosadores en las elecciones de 2027—.
Lo que vino a decir el marido de la cuatro veces presunta corrupta Begoña Gómez es que el Ejecutivo está por encima de cualquiera de los otros poderes del Estado, en resumidas cuentas, que unos comicios validan cualquier barbaridad que se cometa desde La Moncloa, sea un golpe de Estado encubierto o la más lacerante de las corrupciones. Recuerda peligrosamente a lo que implementó Hitler tras las elecciones de 1932 con la Ley Habilitante de 1933, a lo perpetrado por un Hugo Chávez al que el poder de las urnas le sirvió para liquidar todos los demás, a lo de ese Erdogan que ha convertido las Presidenciales en Turquía en un mero trámite o a lo de esa Rusia en la que la ilusión de la democracia se desvaneció cual azucarillo a principios de este siglo con la llegada al poder de Adolf Putin.
El miedo a acabar en el banquillo indica a Sánchez que es mejor afrontar una imputación en Moncloa que hacerlo a pelo desde su piso de Pozuelo
Lo de que Pedro Sánchez quería tirar la toalla siempre fue un cuento chino, la enésima trola de un tipo que no le cuenta la verdad ni al médico de la UVI aún en peligro de muerte. Lo del acueducto de reflexión representó una burla a los ciudadanos que le pagamos el sueldo. Y lo de que ha estado a punto de renunciar a repetir como candidato por la conspiración de la que es víctima es un registro de la misma partitura. Su calenturienta mente siempre ha tenido un escenario: batir primero el registro de permanencia en Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero, siete años y medio largos, para posteriormente centrarse en pulverizar el récord modelo Nadal de Felipe González, que estuvo en el machito la friolera de 13 y medio. Ésa, y no otra, que nadie se equivoque, es su obsesión, la obsesión de una psique psicopática que no cree en el sistema de alternancia que los españoles nos regalamos en 1978 tras cuatro décadas de dictadura.
El pasado domingo, en el Congreso de los Imputados de Sevilla, advirtió que volverá a ser el cabeza de cartel del PSOE en 2027. Lo hace por su patológica obsesión por el poder, naturalmente, pero también por miedo, miedo a que la maquinaria judicial le acabe atrapando en esa corrupción que le rodea en la alcoba, en la familia, en Ferraz y en el Consejo de Ministros. La catarsis judicial se lo acabará llevando por delante. Tiempo al tiempo. Y ese miedo a acabar sentado en el banquillo le indica que es mejor afrontar una imputación desde Moncloa que hacerlo a pelo desde su piso de Pozuelo. El aforamiento medieval que protege a nuestros políticos es siempre una garantía de impunidad. Y si se atreven a meterle mano, que es lo que toca visto lo visto, plantearlo como una guerra entre poderes del Estado que él intentaría liquidar a su favor con una «victoria progresista» en las generales. Menos mal que formamos parte de la Unión Europea. Si no, esto sería ya Caracas, Moscú, Ankara o Managua.
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