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El consejo de Xavier Guix, psicólogo (64 años) a los padres con niños demasiado buenos: «Hay que decirles…»

A la hora de educar a los niños, hay frases que siempre repetimos casi de manera inconsciente. Una de ellas, sin duda, es «pórtate bien», o «sé bueno».  Lo decimos con cariño y para que crezcan respetuosos, educados y capaces de convivir en sociedad. Pero, ¿nos hemos parado a pensar qué significa realmente eso de ser bueno? El psicólogo Xavier Guix, con más de 60 años y una larga trayectoria como divulgador, lleva tiempo planteando esta pregunta. Y su respuesta no es cómoda.

En lugar de aplaudir la docilidad, Xavier Guix invita a los padres a mirar con otros ojos esa actitud que, en apariencia, parece ideal. Porque detrás de un niño «demasiado bueno» puede esconderse alguien que aprende desde pequeño a callarse, a ceder, a complacer y hasta olvidarse de sí mismo. Y eso, dice el psicólogo, pasa factura. En su último libro, El problema de ser demasiado bueno (Arpa, 2024), y en una reciente entrevista concedida a El Mundo, lanza una reflexión necesaria ahora que empieza el curso escolar ya que según Guix, ser bueno no debería significar desaparecer para gustar a los demás.

El consejo de Xavier Guix a los padres con niños demasiado buenos

Xavier Guix lo dice sin rodeos: la bondad, si se enseña mal, puede hacer daño. Es un valor en sí mismo, claro, pero cuando se convierte en un mandato rígido, repetido sin contexto ni explicación, deja de tener sentido. Según el psicólogo, el problema no es que queramos que nuestros hijos se comporten, sino que no les enseñamos lo que eso significa. «Se lo decimos como un mantra vacío, sin especificar nada. Entonces, ¿cómo van a saber qué esperamos de ellos?», plantea.

El resultado es que muchos niños acaban creciendo con la idea de que su valor depende de complacer a los demás. Y eso, con el tiempo, puede llevarles a convertirse en adultos que no saben decir que no, que sienten culpa si priorizan sus deseos o que aguantan situaciones injustas solo para no decepcionar a nadie. «Actúan por deber, no por deseo», resume Guix.

La importancia de desobedecer (a veces)

En contra de lo que suele pensarse, la desobediencia no siempre es negativa. De hecho, Guix defiende que cierta rebeldía es clave para un desarrollo emocional sano. «Los padres creen que los hijos llegan como una pizarra en blanco y que deben moldearlos. Pero no es así. Venimos al mundo con inclinaciones propias», explica. Si tratamos de imponer constantemente lo que creemos que deben ser, sólo conseguiremos que aprendan a anularse.

El problema surge cuando los niños interiorizan que deben acatar siempre, incluso cuando algo les incomoda. El psicólogo advierte que esa obediencia mal entendida puede convertirles en personas que siguen al grupo aunque no estén de acuerdo, que callan cuando deberían hablar o que eligen caminos que no les pertenecen, sólo por cumplir expectativas ajenas. Es entonces cuando la «mala bondad» comienza a actuar por dentro.

La adolescencia, el primer acto de libertad

Curiosamente, la adolescencia suele ser el único momento en el que los «niños buenos» se permiten no serlo tanto. Para Guix, no es casualidad. Es una etapa en la que el cerebro cambia, la necesidad de independencia se dispara y el grupo de iguales se convierte en referencia. Es el primer gran acto de desobediencia, pero también el primero de afirmación. «Necesitan romper con los padres porque son quienes ponen los límites. Y necesitan esos límites para saber hasta dónde pueden llegar», explica.

Aunque a veces resulte agotador para las familias, Guix recuerda que esta etapa es saludable y necesaria. Eso sí, pide que estemos atentos. Porque incluso los adolescentes más rebeldes pueden mantener roles sumisos en su entorno social, siguiendo al grupo aunque no les apetezca. Y eso también es una forma de obediencia silenciosa.

Cuando decimos una cosa y hacemos otra

Uno de los puntos que más incómoda genera en padres y madres es la incoherencia. Queremos que nuestros hijos sean generosos, que compartan sus juguetes en el parque o que se callen para no molestar. Pero ¿nos comportamos igual nosotros? ¿Prestaríamos el coche a un desconocido de igual forma que les pedimos que dejen el patinete a otro niño en el parque? Guix señala que los niños detectan muy pronto esas contradicciones.

«Generamos en ellos una disociación: dentro de casa queremos una cosa, fuera otra. Les pedimos algo que nosotros mismos no haríamos», apunta. Esta doble vara de medir no sólo  confunde, sino que mina la confianza del niño en sus propios valores.

El psicólogo recuerda que la educación no debería consistir en imponer caminos, sino en ayudar a descubrirlos. Por eso, ahora que comienza el curso, invita a los padres a observar si sus hijos están siguiendo su propio rumbo o el que otros han trazado por ellos. El ejemplo más clásico es el de quien estudia una carrera porque toca, porque es la tradición familiar o porque su hermano mayor lo hizo. Pero también se da en pequeñas elecciones diarias: desde cómo visten hasta con quién se juntan.

«La educación, decía Platón, es sacar de dentro, no imponer desde fuera», recuerda Guix. Y para eso es fundamental escuchar, preguntar, tirar del hilo. Aunque el camino no sea recto. Aunque se equivoquen. Aunque no nos guste. Porque obligar a un adolescente a decidir su futuro con 14 años puede ser una condena, no un regalo.

¿Y si el niño sufre una injusticia?

En el ámbito escolar, también surgen dilemas. Por ejemplo, ¿qué hacer cuando el niño sufre una injusticia en el colegio? ¿Intervenimos o les dejamos aprender? Para Guix, la clave está en el equilibrio. Lo primero es escuchar, acompañar y ayudarles a verbalizar lo que ha ocurrido. Después, si se trata de algo serio, como un caso de acoso, hay que actuar. «No podemos pedirle a un niño que se enfrente solo cuando nosotros mismos no somos capaces de hablar con el colegio», advierte.

También es importante enseñarles a responder con asertividad. No se trata de devolver la agresión, pero sí de decir claramente «no me hagas esto». Así aprenden a marcar límites desde pequeños. Y eso, para alguien que ha sido educado en la obediencia ciega, puede marcar la diferencia.

Y en casa, «Hay que decirles cosas concretas. No que sean buenos, sino cómo pueden actuar en cada situación. Y dejar espacio para que se expresen, para que prueben, incluso para que se equivoquen».