Saquemos las sucias manos de Carmena de Madrid

Manuela Carmena
Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid. (Foto: EFE)

Que a Madrid ya no la reconoce ni la madre que la parió, que diría Alfonso Guerra, es una obviedad tautológica. O sea, una obviedad al cuadrado. Cuatro años de carmenismo podemita han destrozado la imagen de la capital de España. Suerte tienen los madrileños de que enfrente, en la Barcelona de Woody Allen y los Juegos Olímpicos, estaba y está alguien que es la personificación de ese Principio de Peter que sostiene que todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia. No sé quién se ha cargado más su ciudad: si Carmena Madrid o Colau esa Barcelona que hace 40 y 50 años era la más cosmopolita, culta y europea de España.

Sé de qué hablo porque los primeros cinco años de vida profesional los pasé pateando Madrid ciudad y Madrid Comunidad de arriba abajo como periodista local. Conozco al dedillo cada rincón, cada distrito de la capital y cada uno de los 179 municipios de la región. Me tocó la época de Joaquín Leguina, un grandísimo presidente que hizo más viviendas sociales que todos los que le sucedieron juntos, y José María Álvarez del Manzano, al que con el tiempo es justo diagnosticar como el mejor alcalde de la historia moderna de la Villa y Corte. Luego aterrizó en la Puerta del Sol Alberto Ruiz-Gallardón con una gestión marcada por la genialidad de los discursos y la puesta en escena, “el émulo de Kennedy” le llamaba yo, y unos proyectos entre faraónicos y napoleónicos que dentro de 30 años seguiremos pagando.

Por razones que no vienen al caso, también tuve la suerte de conocer a Don Enrique Tierno, el Viejo Profesor, siendo un chaval de 18 años. Era tan formidable demagogo como ser superior en lo intelectual. Y recuerdo una frase suya de la que yo echo mano cada vez que es menester: “Sí, soy radical, porque etimológicamente radical es el que va a la raíz de los problemas”. Gracias a su permisividad, a su laissez faire, el Foro, ese Foro en el que a nadie se le pregunta de dónde viene ni a donde va, se transformó en el lugar más divertido del mundo-mundial con la célebre Movida. Una Movida que no es ningún invento de un creativo publicitario. Existió. Vaya si existió. De ello damos fe los que la vivimos como si no hubiera un mañana. Movida que feneció el día de 2003 en el que el indiscutiblemente brillante Alberto Ruiz-Gallardón heredó la vara de mando de José María Álvarez del Manzano y decidió cargársela con una oleada de cierres que nada tiene que envidiar a los toques de queda. Ése será otro de los retos pendientes del alcalde o alcaldesa que salga de las urnas el 26 de mayo: volver a hacer divertido un municipio que es una triste sombra de lo que fue.

Carmena se ha ganado a pulso el farolillo rojo entre todos los hombres y mujeres que han ocupado la Alcaldía de Madrid

Carmena ha sido y está siendo la peor de la peor. Peor que los contemporáneos Enrique Tierno, que Juan El Breve (Barranco), Agustín Rodríguez-Sahagún, que un Álvarez del Manzano con tan mala prensa como buena y honrada gestión, que Gallardón e incluso que la digitada Ana Botella que jamás rompió los consensos esenciales. La clasificación histórica la encabeza un Carlos III que ejerció como alcalde sin serlo pero que le pegó un estirón similar al que vivió París de la mano de Napoleón: cuando accedió al trono la capital de España era una “pocilga”. Cuando se fue ya había alcantarillado, alumbrado y algunos de los monumentos más representativos como La Cibeles, Neptuno, el Botánico y la Puerta de Alcalá.

Sobra decir que el farolillo rojo lo ostenta ya por derecho propio una Carmena que se estrenó nombrando a un concejal (Guillermo Zapata) que se mofa de los seis millones de judíos gaseados en los campos de concentración, de las niñas de Alcásser y de Irene Villa. Una Carmena que ha arruinado miles de bares, cafeterías y restaurantes privándoles de unas terrazas que llevaban abiertas años. Una Carmena que ha mandado al paro a un sinfín de aparcacoches porque esa basura humana que son los anticapitalistas experimentan orgasmos cada vez que se chapa un local. Les da igual que sea un restaurante, una discoteca, un pub o un afterhours. El caso es joder a los creadores de riqueza y al eslabón más débil de la cadena, los trabajadores.

Sí, Carmena. La que ha chapado al tráfico el centro de Madrid, esa demencia que ella bautizó como “Madrid Central”. Que, básicamente, consiste en destrozar el negocio de cientos de hoteles, miles de restaurantes, salas de fiesta, tiendas, bares y espectáculos con la excusa de la contaminación. Otra maldad de esa gentuza anticapitalista que en este caso consiste en practicar la política de tierra quemada en 472 hectáreas. Los efectos son ya palpables: descenso del 30% en el volumen de negocio, despidos a gogó y cierre de establecimientos familiares de toda la vida. Y uno pensaba que los principales responsables del efecto invernadero y el cambio climático son los chinos, los rusos y los estadounidenses… Pues no, somos los madrileños. Nunca te acostarás sin saber algo nuevo.

Sí, Carmena. La de la permisividad con los manteros. Menos mal que ahí está la Policía Municipal para decir “no”, para negarse a incumplir la ley con estos amigos de lo ajeno, para meter en vereda a los ladrones de una propiedad intelectual que debería ser sagrada en cualquier Estado de Derecho. Malandrines que viven en B y no pagan IBI, IAE, IRPF ni na de na gracias al amparo de una Administración local y nacional para las cuales estos sujetos son más guays que los que llevan toda la vida levantándose a las seis de la mañana para salvar un negocio que Internet y los grandes monstruos de la distribución tienen contra las cuerdas.

El cambio en Madrid se llama José Luis Martínez-Almeida y/o Begoña Villacís. El cambio no sólo es posible sino necesario.

Sí, Carmena. La estrambótica que propuso que los niños recogieran las colillas de la vía pública. Sí, Carmena. La que tiene su cortijo hecho una auténtica guarrada. Sí, Carmena. La que pagó un informe con el dinero de nuestros impuestos para crear ¡¡¡una moneda propia!!! en la Villa y Corte. Sí, Carmena y sus secuaces. Los que alentaron los disturbios de los manteros de Lavapiés achacándolos a la brutalidad policial cuando el senegalés falleció por un ataque al corazón fruto de una cardiopatía congénita. Sí, Carmena. La que riega con decenas de millones de euros a amiguetes varios. Sí, Carmena. La que frena operaciones urbanísticas como Chamartín y Plaza España que generarán cientos de miles de empleos. Sí, Carmena. La que prometió bajarse el sueldo e ir en Metro a trabajar y se lo ha subido cuatro veces y continúa viajando en coche oficial. Sí, Carmena. La que presume de reducir la deuda olvidando que no es por austeridad fiscal sino porque son tan incompetentes que no saben cómo ejecutar los proyectos presupuestados. Sí, Carmena. La que habla de la corrupción ajena pero olvida la propia con un Sánchez Mato y una Celia Mayer que están siendo investigados por la justicia por regalar 100.000 euros a amiguetes para denunciar irregularidades en el Open de Tenis que sólo existen en sus mentes calenturientas. Sí, Carmena. La que quiere poner semáforos en una autovía, la A-5, y achica calles como Alberto Aguilera para meter carriles bici por los que circula un ciclista a la hora. Sí, Carmena, la de su marido e hijito arquitectos… Sí, Carmena, la que tiene dos concejales que cuando les preguntaron el número de la Seguridad Social para darles de alta respondieron que no lo tenían porque no habían trabajado en su puñetera vida.

El cambio en Madrid se llama José Luis Martínez-Almeida y/o Begoña Villacís. La genialidad y la fiabilidad. La unión hace la fuerza. El cambio no sólo es posible sino necesario. Necesario para que Madrid no se caraquice. Para que vuelva el sentido común. Para salvar a nuestros comerciantes. Para que nuestros restauradores y hoteleros no tengan que bajar la persiana para siempre. Para que abandonemos la oscuridad y regresemos a esa era de las luces que hizo de estos 604 kilómetros cuadrados el lugar más divertido no del planeta sino del Universo. Para que resucite la riqueza y salga por patas la vulgaridad y la mangancia. Para que los que pacemos aquí volvamos a exclamar a norte, sur, este y oeste esa frase anónima, apócrifa o del dramaturgo Quiñones que fue lema y estandarte de esa ciudad que hace 30, 20 y 15 años era puro fulgor: “De Madrid al Cielo”.

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