De cipotes y cipotudos: el neolenguaje feminista

De cipotes y cipotudos: el neolenguaje feminista

Hace tiempo que no presencio —ni veo— gala cultural alguna en España. Porque se han convertido en carnavales reivindicativos de la cuota del momento, modas subvencionadas que hacen descafeinar el evento en sí mismo. Se habla allí de todo menos de lo importante, sea teatro o cine. El problema es que la fiesta de sus lobbies se paga con el BOE de nuestros impuestos. Celebramos su bajada de IVA con una ídem de pantalones en forma de share. Así nos va. El discurso degenerado de la mal llamada violencia de género amenaza con conculcar hasta el último resquicio expresivo de la libertad individual. El soviet de la corrección, vestido de Santa Inquisición digital, te dice ahora cuándo debes opinar y sobre qué parámetros, guardándose el privilegio de censurar cualquier comentario que, en su diccionario sensible de cuota, le parezca machista, que ya sabemos que es todo aquello que el soviet no haya creado previamente en su neolenguaje femenino.

La cosa empieza a alcanzar cotas preocupantes de descontrol. Se está haciendo de una tragedia un debate falseado en el que las portavoces de la misma se erigen en sufrientes defensoras de un colectivo al que poco o nada respetan. En primer lugar, alterando el léxico y semántica y a continuación, obviando una realidad que, en forma de datos, les dice que los asesinos de mujeres no las matan por ser mujeres —substancia— sino por satisfacer una condición —esencia—. Entre los cipotes desalmados que violan la dignidad de la mujer, y por ende, de la humanidad en su conjunto, y los cipotudos que aprovechan su tragedia para simpatizar con la causa a ver si pillan cacho, hay diferencias importantes.

Cuando hablan de brecha salarial, se olvidan de que, en el mercado, oferta y demanda siempre han hecho un maridaje semi perfecto. En el mundo de la moda, un sector fundamentalmente femenino, la peor modelo mujer suele cobrar más que el mejor modelo hombre. Pero callan. Como en la televisión, donde hay presentadoras que están retribuidas de forma más generosa que sus compañeros hombres por hacer el mismo trabajo, sea de forma eventual —campanadas de fin de año— u ordinaria. Pero siguen callando, no vaya a ser que el edificio intelectual —perdón por la hipérbole— sobre el que han edificado su subvencionado argumentario se venga abajo.

Para combatir el neolenguaje de cuota es preciso dar la batalla. No es cierto que las mujeres tengan vetado el acceso a los puestos directivos de responsabilidad. La presidenta del primer banco de España es mujer, y otra mujer preside el segundo banco con mayor rentabilidad del país. La cadena de supermercados DIA tiene al frente a una mujer. Quienes dirigen los destinos de Alemania o Reino Unido son mujeres. Como también lo son las alcaldesas de las dos principales ciudades de España. No, no estamos en 1940. Hoy, Clara Campoamor no emitiría discurso alguno contra la evidente desigualdad de entonces. Ahora, las mujeres en cargos directivos en España representan casi un 40% del total, dos puntos por encima de la media europea, por ejemplo. El abuso evidente es de ese lenguaje ominoso y doleroso que nos invade. Porque lanzar un piropo a una mujer no es machista —como no se considera sensu contrario un abuso de la mujer al hombre—, abrirle la puerta o dejarle pasar no es machista, sino educación, caballerosidad o para los más pomposos, galantería manifiesta. Y observar la belleza femenina paseante mientras tomas café —¿será el café machista también?— en una terraza cualquiera no es machismo, como tampoco lo sería observar Las Meninas más allá de cierto éxtasis artístico.

Al nuevo soviet del lenguaje sólo le interesa vender machismo constante y sonante, porque de eso viven algunas asociaciones. ¡Maldito parné! Hasta aplaudieron en su indecencia que las azafatas dejarán de trabajar en la Fórmula 1 porque las denigraba como personas. En eso se ha convertido el feminismo del siglo XXI: mujeres libres que pierden su puesto de trabajo para que mujeres subvencionadas sigan conservando el suyo. Preparémonos, porque el fin de la libertad comienza cuando aceptamos el lenguaje tramposo que la vulnera.

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