Los cuervos y las milanas

Los cuervos y las milanas

Hay una idea peligrosamente cierta instalada en la opinión pública: vivimos en un país en el que los políticos son especialistas en evitar resolver los grandes problemas para volcarse, en cambio, en la gestión de chorradas sin trascendencia. Y en esto lo bordan. España sufre la peor sequía en décadas, los problemas de contaminación son terribles, los agricultores —sobre todo medianos y pequeños— van irremisiblemente camino de la ruina. Y así las cosas, ¿alguien ha propuesto rescatar un Plan Hidrológico Nacional merecedor de tal nombre? ¡Ni siquiera el PP! Primero está la cosa de Puigdemont, mañana será la de Junqueras y al otro la de los herederos de las CUP. ¿Y qué pasa con esa España a la que, mientras se concentran tiempo y energías en atender las chillonas e ilegales demandas separatistas que llegan de Cataluña, se la deja tirada en la cuneta, en la puñetera estacada?

¿Qué están haciendo nuestros políticos con esos españoles que, sin amenazar, sin malversar dinero público, sin ejercer delitos de desobediencia o sedición, sin reventar las ruedas y los cristales de los coches-patrulla de la Guardia Civil, sin hacer pintadas mafiosas contra sus adversarios, sin asaltar edificios oficiales y planear encerronas contra sus altos cargos, elevan sus reivindicaciones de manera justa y pacífica, persistente y cívica? ¿Son éstos españoles de segunda? ¿Son parias de la tierra? ¿Nadie ocupa en ellos su tiempo y energías? ¿Nadie decide para que sus demandas avancen o se materialicen? ¡¿Qué clase de maltrato es éste?!

Se da en la España de 2017 la formidable y bochornosa paradoja de que la única Comunidad Autónoma conectada por AVE en todas sus provincias (Barcelona-Tarragona-Lérida-Gerona) proclama sentirse afrentada por la tacañería del Estado en su inversión en infraestructuras. Y se da esa insufrible y sonrojante contradicción porque este pasado fin de semana, sin ir más lejos, hemos visto cómo miles de nuestros compatriotas llegaban de Extremadura a Madrid —auspiciados y movilizados por la orgullosa Plataforma ‘Milana Bonita’— para reclamar un ferrocarril digno. Pero es que Granada lleva sin tren rápido desde hace años, pero es que está Almería, pero es que la sierra de Huelva está incomunicada… y así, suma y sigue.

La capital de España ha visto —en Atocha, en Gran Vía, en Plaza de España— cómo miles de extremeños han proyectado su voz ‘de buen rollo’, también hartos, repudiando la dejadez, el olvido y la vergüenza que produce el que haya ciudadanos de nuestro querido país obligados a reclamar el cambio de vías de madera de casi 200 años. Y esto mientras se sigue tirando el dinero en asesores, muchos de los cuales aterrizan en el sector público —electrocutados— después de sonoros fracasos y desmanes varios perpetrados en el privado. No, no y no. El Gobierno está obligado a recuperar la pasta que los cuervos que han azuzado la rebelión hacia la independencia de Cataluña han esquilmado de las arcas de todos. Pero además, más pronto que tarde, está obligado a cumplir sus tareas pendientes con esos compatriotas nuestros que defienden sus legítimos derechos desde la integridad y la cordura. ¡Vamos, vamos, vamos!

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