Hándicaps en las economías avanzadas

Hándicaps en las economías avanzadas

Decíamos en una colaboración anterior que la economía mundial va tirando en este 2017. Si estas perspectivas son buenas, aunque tampoco nos hemos de confiar y tildarlas de excesivamente optimistas, en la Europa continental el crecimiento más pujante, siempre a la expectativa de las decisiones que en materia de política monetaria vaya tomando el Banco Central Europeo que por el momento pone en marcha el tapering recortando a partir de enero de 2018 los estímulos monetarios a la mitad —30.000 millones de euros mensuales en vez de los 60.000 millones, y alargando el plazo hasta septiembre de 2018 y aún más allá si Draghi lo considera conveniente—, es gracias a que se han ido despejando las incógnitas sobre los riesgos políticos. Por desgracia, está sobre la mesa de la economía española el impacto del desafío soberanista y de qué manera puede afectar no solo a la propia economía catalana sino a la española y, a la par, en qué modo ese problema político, digamos que doméstico, pudiera impactar sobre la misma economía europea. Los nacionalismos son susceptibles de generar inseguridades y agitar incertidumbres en el frente económico.

Las economías avanzadas se enfrentan a algunos hándicaps en estos momentos. Hay excesos de capacidades tanto de recursos humanos como de capital productivo. La muestra es la tasa de paro, elevada, que se advierte en Europa —7,6% en la Unión Europea y 9,1% en la zona euro, en agosto, respectivamente— lo que es indicativo de la falta de trabajo. Y si no hay más trabajo es porque las empresas no están en condiciones de generar más puestos de trabajo incluso en una etapa, como la actual, en la que se tonifica la economía. Un detalle a este respecto resulta clarificador. Tomando los datos del pasado mes de julio en la Unión Europea, con casi 512 millones de habitantes, había una tasa de paro del 7,7%, equivalente a unos 19 millones de desempleados. La tasa de paro juvenil de los 28 era del 16,9%. En la zona euro, el paro se situaba en el 9,1%, con cerca de 15 millones de desempleados y nuestra población suma 341 millones de habitantes. El paro juvenil en nuestro mundo del euro alcanzaba en julio el 19,1%. Si saltamos a los Estados Unidos, con más de 323 millones de habitantes y pese a que no están en un gran momento de entusiasmo porque la gestión de Trump parece que no acaba de convencer, su tasa de paro era, en el mismo mes de julio, del 4,3% y sus desempleados no llegaban a los 7 millones mientras su paro juvenil era del 3,6%.

Pero también nos encontramos con capacidades excedentarias en los bienes de capital, en los activos productivos. Basta ver los locales comerciales en alquiler en las calles de nuestras ciudades, o con el cartel de “se vende” que cuelga en la persiana; las fábricas que funcionan a medio gas o las flotas de vehículos que están paradas en los aparcamientos… para comprender que no estamos funcionando a tope. Por suerte, esos excesos de capacidad no afectan a todos los sectores de las economías avanzadas pero la metamorfosis que acarrea la flamante economía disruptiva convierte en obsoletos activos más o menos nuevos.

Se enfrentan las economías avanzadas a otro duro desafío: el envejecimiento de la población, que redunda en la falta de gancho productivo y además en aumentar la nómina del Estado del Bienestar junto al cada vez más costoso gasto sanitario. Unámosle a ello, la debilidad de las inversiones, sobre todo en el capítulo tecnológico, que avanza imparablemente, y la tímida productividad que se constata. No se perciben en nuestras economías, incrementos del Producto Interior Bruto con garbo, sino más bien se advierte lentitud en el crecimiento con un pero fatídico: no se benefician todos los estratos sociales de la distribución del ingreso.

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